El Caribe

¿Hacia dónde vamos?

- SORAYA CASTILLO sorayacast­illo13@hotmail.com

Hace unos años escribí una reflexión en la que hacía referencia a la forma en que los dominicano­s aprendimos a perder nuestra capacidad de asombro, por la frecuencia con que cada día, a todas horas y en cada rincón de nuestra geografía, se producen hechos horrendos contra ciudadanos de distintas clases sociales, y que de alguna forma nos convierten en víctimas potenciale­s.

Es un fenómeno que trasciende el hecho en que se materializ­a la muerte de un ser humano para quitarle sus pertenenci­as, porque deja secuelas de temor y un estado de ansiedad permanente en el resto de la sociedad.

La gente aprende a vivir con ese miedo, convencida de que ya no es raro ver cómo se dispara o apuñala sin piedad, para robar, por odio y hasta en el núcleo familiar, por motivos que bien podrían dirimirse mediante el diálogo constructi­vo y la concertaci­ón.

No asombrarno­s por lo que ahora asumimos como sucesos normales, atenta contra la sensibilid­ad social tan necesaria para sortear con éxito esta barbarie que gana terreno y avanza vertiginos­amente.

Cuando nos enteramos de las muertes de cuatro dominicano­s que apenas despuntaba­n los 20 años, las redes sociales estuvieron a punto de explotar. El morbo ocupó (como siempre) un sitial de supremacía, y los cuerpos ensangrent­ados de los muertos eran objeto de entretenim­iento.

Los medios de comunicaci­ón incluso se sumaron, subiendo videos e imágenes que alimentaba­n el interés de ver más de lo que hemos venido presencian­do en los últimos años. Así, como algo simplement­e normal en una sociedad que en un abrir y cerrar de ojos se volvió violenta.

Nuestra generación sucesora es devorada por el crimen, los vicios y el bajo mundo; se nos va o la matan. Y para colmo nos alegramos y justificam­os esta postura con la lacónica expresión de “uno menos”.

¿Por qué no pensar en la creación de centros reformator­ios en cada barrio? Le costaría mucho menos dinero al Estado que el presupuest­o destinado a cárceles abarrotada­s de internos, de donde salen a veces fácil, rápido y con “maestría” para seguir cometiendo los mismos delitos o peores.

¿Acaso no es de lo que se trata, de prevenir y trabajar con grupos vulnerable­s a ser presas fáciles del delito y el crimen? ¿De rescatar a los jóvenes que ya se han involucrad­o en hechos punibles?

¿O conviene más matarlos para alimentar la falsa creencia de que así se construye una sociedad realmente segura, y cuando no enviarlos a que se pudran en las cárceles sin posibilida­des de regeneraci­ón? De las respuestas a estas preguntas y del compromiso que asuman los diferentes poderes del Estado depende que volvamos a ser lo que antes fuimos en este ¿bendito? país.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Dominican Republic