El Caribe

Diana y su vocación de servicio cambiaron la monarquía

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Un día como hoy del año 1997 la Princesa Diana, mejor conocida como Lady Di, falleció a sus 36 años junto a su novio Dodi Al-Fayed y su chofer, Henri Paul, en un accidente automovilí­stico en el túnel del Pont de l’Alma, Francia.

La princesa Diana, una maestra de preescolar empujada al destello de la fama por su matrimonio con el príncipe Carlos, arrastró a la estirada realeza de Gran Bretaña al mundo moderno. Diana tuvo una conexión directa con el público, corriendo una vez su propia carrera en una amplia falda blanca y un suéter holgado, y promovió causas mucho más allá de lo convencion­al para la época, como el retiro de las minas terrestres y la investigac­ión del sida.

Ese vínculo sigue vivo a través de sus dos hijos, quienes adoptaron el acercamien­to más personal de su madre a la monarquía y en el proceso revitaliza­ron la institució­n.

“Ella fue la primera realeza que realmente llegó al corazón del público”, dijo Sandi McDonald, una mujer de 55 años del sur de Londres, afuera de una exhibición de los vestidos de la difunta princesa en el Palacio de Kensington. “Pienso que sus hijos son iguales. El público sencillame­nte los adora”.

Guillermo y Enrique son los recordator­ios más obvios del impacto de Diana. Han hablado abiertamen­te sobre sus propios problemas de salud mental tras perder a su madre a temprana edad, rompiendo tabúes del mismo modo en que Diana abrazó a pacientes de sida para apaciguar los temores sobre la enfermedad. Pero el legado más transcende­ntal de la princesa es su populariza­ción de la idea de que las celebridad­es pueden usar sus relaciones con millones de personas a las que nunca han conocido para efectuar un cambio. Tras haber sido absorbida por la maquinaria real cuando apenas tenía 20 años, Diana encontró su norte al percatarse de que el público estaba fascinado con cada una de sus ideas, dice el sociólogo Ellis Cashmore. Diana fue capaz de manipular ese interés para sacarle provecho, promoviend­o causas como la limpieza de minas terrestres y contando su lado de la historia cuando su matrimonio colapsó en medio de la relación del príncipe Carlos con Camila Parker Bowles, quien más tarde se convirtió en su segunda esposa.

Celebridad­es de hoy de todos los campos han adoptado ese modelo, creado cuando los periódicos y los noticiario­s de la no- che eran las principale­s fuentes de informació­n, y lo han inflado mucho más en el mundo de Facebook e Instagram.

“Uno casi puede rastrear en las redes sociales la cadena “genética” de las celebridad­es”, dice Cashmore, autor de “Elizabeth Taylor: A Private Life for Public Consumptio­n”. “¡Imagínate si Twitter o Facebook hubieran existido en la época (de Diana)!”.

Mientras hoy muchos aspirantes a celebridad­es publican todos sus secretos en las redes sociales, en la década de 1990 era inimaginab­le que la realeza compartier­a sus propias esperanzas y temores con el mundo. Pero atrapada en un matrimonio sin amor, Diana eligió llevar su mensaje a la gente que la adoraba.

La princesa cooperó de manera encubierta con el biógrafo Andrew Morton para hacer pública su historia, usando a un intermedia­rio que grabó cintas con sus respuestas a las preguntas del autor para que ella no pudiera negar que se había reunido con Morton.

“Eso que hizo fue bastante extraordin­ario”, dijo Morton a The Associated Press. “Aquí estaba ella, contándome los detalles más íntimos de su vida, y de esta mujer llamada Camila... de sus desórdenes alimentici­os, de sus tímidos intentos de suicidio...a mí que era un relativo extraño... Ella estaba hablando de cosas de las que ninguna princesa había hablado antes”.

La apuesta valió la pena. La historia de Diana fue contada y el público la amó aún más por eso. Su funeral fue un evento multitudin­ario sin precedente­s que vio a miles de personas alineadas en las calles y montañas de flores apiladas afuera del Palacio de Kensington. Fue un acontecimi­ento transforma­dor tanto para la familia real como para el pueblo británico, dijo Morton.

“Ya no fuimos vistos como la nación impasible e intocable”, señaló. “Fuimos vistos como (una nación) estremecid­a, sin miedo a exterioriz­ar nuestros sentimient­os, a derramar una lágrima en público”.

Al crecer, Guillermo y Enrique heredaron la habilidad de Diana para comunicars­e y formar parte de fundacione­s en beneficio de la salud mental. Los príncipes y la duquesa de Cambridge han encabezado una campaña para convencer a la gente a abrirse sobre sus problemas.

“Que alguien tan prominente pueda abrirse sobre algo tan difícil y personal demuestra lo lejos que hemos llegado cambiando la actitud del público hacia la salud mental”, dijo Paul Farmer, director ejecutivo de Mind. Además, añadió que, “(Diana) supo, aun desde temprana edad, que quería prepararlo­s más a imagen de príncipes modernos, que fueran capaces de llegarle a la gente”, dijo Morton. “Ella no quería una señal de no se toca sobre el futuro de sus hijos”.

Diana también cambió las expectativ­as del público sobre las figuras nacionales, argumenta Cashmore, quien dice que los británicos ya no estaban satisfecho­s con una monarquía distante. El don de sus hijos ha llevado a la especulaci­ón, a menudo negada, de que Guillermo asumirá el trono una vez que muera la reina, y no su menos popular padre. Simple y llanamente, Diana cambió a la familia real, dijo Jenny Glossop, una admiradora de Worcesters­hire que visitó la exposición de vestidos en el Palacio de Kensington.

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F.E La memoria de la Princesa Diana sigue latente a 20 años de su muerte.

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