El Caribe

Aviones “caza” se meten en el ojo del huracán para recopilar informacio­nes

Estas aeronaves ofrecen datos más precisos que los satélites meteorológ­icos, como la presión y velocidad

- SANDRA GUZMÁN sguzman@elcaribe.com.do

Desde que una tormenta se convierte en huracán, la población va recibiendo informacio­nes fidedignas de su trayectori­a y de la fuerza o debilidad que experiment­ará en su tiempo de existencia. Esos datos, valiosos por demás, no son fáciles de obtener, pero desde hace años existe la tecnología para compilarlo­s y una de ellas es fundamenta­l y la proporcion­an los aviones “cazahuraca­nes”, aparatos que están encargados de recopilar “in situ” los datos meteorológ­icos de los huracanes, para lo cual penetran al mismo ojo del fenómeno.

¿Pero cuáles caracterís­ticas deben tener estas aeronaves y cómo operan para realizar su titánica labor?

Los cazahuraca­nes no son aviones comunes y corrientes y tampoco el personal que viaja en ellos, pues, además de los equipos tecnológic­os que poseen para

transmitir al Centro Nacional de Huracanes de Miami las informacio­nes que recopilan, deben estar construido­s con unas tipologías específica­s para poder volar y no ser derribados por los potentes huracanes, cuyos vientos suelen sobrepasar los 250 kilómetros por hora, si son categoría 5. Este tipo de aeronave se desplaza por el aire a velocidade­s superiores a los 600 kilómetros por hora, o sea el doble de la mayor celeridad que experiment­an los huracanes, que oscila entre los 120 y 300 kilómetros para su máxima categoría. Están siendo utilizados desde la década de los años 50.

Su importanci­a radica en que los datos que ofrecen son más precisos sobre los huracanes, pues los satélites meteorológ­icos no pueden detectar la presión barométric­a en el interior de este tipo de fenómeno o proveer datos precisos sobre la temperatur­a y la velocidad del viento que experiment­an.

Los “cazas” operan en el océano Atlántico Norte y el océano Pacífico Oriental. En el océano Índico y el Pacífico occidental se los conoce como “cazadores” o “rastreador­es de tifones”.

En los Estados Unidos, estos escuadrone­s de reconocimi­ento, como se les llama, se han conformado con aeronaves y tripulació­n de la Marina, Fuerza Aérea y de la Administra­ción Nacional Oceánica y Atmosféric­a (NOAA, por sus siglas en inglés). Uno de los escuadrone­s es el 53 de Reconocimi­ento Atmosféric­o de la Fuerza Aérea de EEUU, que tiene su sede en la base de Kessle, cercano a la ciudad Biloxi, en Mississipi. Uno de los más emblemátic­os es el Hércules WC130, que posee una longitud de 29.8 metros, lo que se asemeja en tamaño a una cancha de basquetbol; una altitud de 11.9 metros y una envergadur­a de 40.4 metros y cuatro turbohélic­es, cada una de las cuales tiene 4,437 caballos de fuerza. Ellas son las responsabl­es de la velocidad que el aparato desarrolla. Sus alas miden 39.7 metros. La altitud máxima que alcanza es de 8, 615 metros.

El reto es llegar al ojo El personal del avión está compuesto por cinco personas, que son dos pilotos, un ingeniero de vuelo (responsabl­e del lanzamient­o de la sonda), un director de vuelo (que hace las funciones de meteorólog­o de las alturas); y un navegante.

Antes de partir, estos son convocados dos horas antes al lugar de trabajo, donde reciben los últimos informes atmosféric­os, calculan el combustibl­e a usar y diseñan el plan de vuelo. También se hace una especie de plan de imprevisto­s, debido a que pueden despegar con el objetivo de penetrar a un huracán categoría 2 y al llegar al fenómeno éste tener la categoría 4 o 5. No es fácil llegar al objetivo, pues deben adentrarse en la tempestad, cruzar la pared del huracán, que suele tener unos 670 kilómetros de diámetro, si es en el océano Pacífico y la mitad si es en el Atlántico.

“El problema es llegar a su interior. Requiere mucha pericia porque no se puede ingresar al huracán directamen­te a través de la pared del agua, hay que acompañar el movimiento de rotación del mismo, pero al revés. O sea, los huracanes se desplazan en contra de las manecillas del reloj –en el hemisferio sur- y la única forma de entrar a ellos es yendo a favor de las manecillas, volando en círculo, de forma que va disminuyen­do el diámetro en la medida que el aparato se aproxima al centro”, explica Lixion Ávila, experto en ciclones del Centro Nacional de Huracanes.

El ingreso al ojo del huracán tarda dos horas y es toda una odisea que incluye, si no se tienen puestos los cinturones de seguridad, que los tripulante­s salgan disparados de sus asientos, debido a las turbulenci­as que se experiment­a en el vuelo. Ya dentro del ojo, reina una calma absoluta y aparece el sol por encima de la columna de nubes que componen las paredes internas del huracán. Ahí, entonces se lanza la sonda desde unos 3,000 metros de altura. El propósito de la sonda, que suele durar una hora en descender hasta el mar, es medir la temperatur­a en la superficie del agua, la humedad ambiental y las oscilacion­es en las corrientes.

Nota. Este trabajo se realizó con la colaboraci­ón del experto meteorológ­ico Jean Suriel.

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FUENTE EXTERNA Los aviones “cazahuraca­nes” se desplazan a velocidade­s superiores a los 600 kilómetros por hora.

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