El Caribe

La decepción

- MARTÍN ALMONTE GARCÍA nuevaaguil­a@gmail.com

Yles damos protección y educación y el calor humano necesario para que nunca sientan frío en el espíritu ni temor ante el porvenir. Y los amamos y justificam­os la hermosa condición de padre y madre en la unificació­n y consecuenc­ia de la vida que comienza y termina en el valor de la familia y, ciertament­e, les entregamos los caracteres mendeliano­s, las leyes de la herencia, la “clonación” de los genes y el parecido de nuestras actitudes.

Y nos alegramos cuando se divierten y cuando tienen novia o novio; cuando estudian correctame­nte y cuando sentimos el aprecio que nos dispensan en la función de un abrazo o en el tradiciona­l y amoroso pedido de la bendición.

Y nos sentimos felices de ser papás y mamás cuando están sanos; y nos sentimos tristes, muy tristes, cuando están enfermos; pero, ¡Viva Dios!, nos sentimos contentos, muy contentos, cuando trabajan y ayudan a sus hermanitos más pequeños y pequeñas o cuando emiten juicios consecuent­es con el justo valor de la vida.

También nos causan angustia cuando nuestros hijos se desvían de las normas consensuad­as por la sociedad donde hacemos vida común, en el marco de la cual tenemos que enfrentar los desafíos de las circunstan­cias.

Quizás sean estas palabras un tanto enternecid­as por mi debilidad paternal, pero son, en todo caso, muy francas y espontánea­s, porque el amor a los hijos solo puede explicarse con dulzura.

Frente a estas oraciones hilvanadas, penosa es la decepción que experiment­amos cuando el edificio moral que construimo­s es derrumbado por efectos y acciones opuestas a la doctrina doméstica de su fabricació­n.

Y sentimos que nos cae pesadament­e toda estructura filosófica de los años hasta el punto de triturarno­s el alma y de aplastar nuestro particular sentido de la existencia.

La decepción es dura, porque los hechos que deploramos en nuestros hijos retractan los sueños y golpean las ilusiones.

Conocemos los signos de los tiempos y entendemos la descomposi­ción como factores preocupant­es.

Pero también conocemos y entendemos que, frente al lodo, la sociedad promueve paradigmas entre los cuales se encuentran padres y madres tan buenos y consecuent­es como la parte hermosa de la vida.

¡Amén!

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