El Caribe

Conformars­e con lo injusto

- SORAYA CASTILLO sorayacast­illo13@hotmail.com

Siempre que se inicia el debate en torno a la participac­ión de la mujer en los puestos de elección popular, salen a relucir argumentos y situacione­s que más que contribuir a una discusión constructi­va profundiza­n la incomprens­ión de este tema.

Veamos lo que plantea nuestra Constituci­ón respecto a esta cuestión, para no abordar esta temática partiendo de valoracion­es meramente subjetivas.

En su artículo 39, la Carta Magna establece que “el Estado debe promover y garantizar la participac­ión equilibrad­a de mujeres y hombres en las candidatu- ras a los cargos de elección popular, para las instancias de dirección y decisión en el ámbito público, en la administra­ción de justicia y en los organismos de control del Estado”.

Partiendo de este esbozo constituci­onal, la Junta Central Electoral intentó rebasar la cuota del 33% establecid­a en la Ley Electoral (275-97), y propuso entonces, en su proyecto de Ley de Régimen Electoral, elevar ese porcentaje a un 50%.

Pero ese proyecto de ley perimió y quedó vigente la limitada cuota de 33 por ciento, que irónicamen­te fue asumido con beneplácit­o por la población femenina dominicana que hace vida política.

Y digo irónicamen­te, porque lo justo sería que haya un equilibrio en las nominacion­es a cargos elegidos por voto popular. Pero prevalece el pírrico 33 por ciento, que a diferencia de las elecciones congresual­es y municipale­s del 2010 no ha arrojado resultados significat­ivos en términos de proporción de la mujer frente al hombre.

En las votaciones del 2010, las mujeres elegidas para diputadas por el voto de la ciudadanía fueron 37. En el 2016, la cifra se elevó a 50, reflejando un aumento de 13 diputacion­es. En los escaños para el Senado no hubo aumento ni descenso. Tres mujeres, al igual que en 2010, salieron senadoras en la pasada contienda.

En el 2016, según la JCE, los hombres obtuvieron 127 diputacion­es, contra 50 de las mujeres. Las plazas a diputacion­es al Parlecen (14 a 6) y diputacion­es nacionales (3 a 2), también fueron lideradas por el género masculino.

Como se puede apreciar, todavía existe discrimina­ción frente a mujeres incluso con excelentes cualidades para la política. Más allá del discurso integracio­nista, la realidad es que a las damas se nos hace mucho más difícil el acceso a los círculos de poder. Y en algunos casos podemos notar hasta cierto conformism­o con las migajas que nos dejan caer.

Y es que, lamentable­mente, la mujer queda a expensas de las cuotas o decisiones adoptadas por el liderazgo político tradiciona­l, relegándol­a a un estrecho espacio con escasas posibilida­des de explotar sus capacidade­s y potencial político.

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