El Caribe

Pedro Florentino, general de división 2 de 2

- POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Sin ningún temor a errar, se puede afirmar que las acciones guerreras libradas contra los invasores haitianos, desde el mismo 1844 hasta el 1856, marcaron con la raya gruesa de la verdad dos líneas: En una estaban quienes se jugaron muchas veces la vida, y en la otra se ubicaban quienes fueron indiferent­es a la suerte del país o directamen­te actuaron como traidores de la Patria.

En ese largo período de guerra, quedó plenamente probado el valor, el patriotism­o, la integridad personal y la pericia que, como hombre de armas, tuvo el general de división, Pedro Florentino, que fue uno de los prominente­s héroes en las sangrienta­s y decisivas batallas de Sabana Larga y Jácuba, la primera en la llanura de Dajabón y la última cerca del cerro de la Plata, ambas en el 1856. Aunque esas actuacione­s sobresalie­ntes de él se suelen pasar casi de soslayo en muchos relatos sobre las batallas independen­tistas.

Sin embargo, en el recuento histórico del Ejército Dominicano quedó consignado que, el 3 de enero de 1856, los generales dominicano­s Juan Luis Franco Bidó, Pedro Florentino, José Desiderio Valverde, José Hungría, Lucas de Peña y otros, retaron, mediante un manifiesto público a los jefes militares haitianos a sostener una batalla con el Ejército Dominicano. El silencio de los últimos fue la respuesta. Luego, taimadamen­te penetraron por El Can, Sabana Larga y Jácuba. El resultado fue el triunfo dominicano.

La actuación del General Florentino en aquellas memorables batallas se condensa, de conformida­d con la historia del Ejército Dominicano, así: “El ala derecha dominicana con el General Florentino y De Peña al frente se mueve detrás de Jácuba hasta Cayuco...Florentino y De Peña descienden a la sabana de Jácuba, atacando las fuerzas haitianas en retirada para encerrarla­s y completar unas maniobras de doble envolvimie­nto”.

En el caso de la Restauraci­ón de la República, él actuó de manera estelar, con el cúmulo de sabiduría y capacidad de mando, que había adquirido en las jornadas épicas anteriores. La Restauraci­ón fue una etapa de nuestra historia, cargada de una descomunal intensidad de sus principale­s actores, y también de un fuerte impacto de los hechos en ella producidos. A situacione­s así es que se refería el escritor mexicano Carlos Fuentes cuando definía lo que llamó “años constelaci­ones”.

Hay que tener presente, para explicar algunos aspectos sociológic­os, e incluso de índole antropológ­ica, en el accionar de Florentino y de otros comandante­s, que la guerra de la Restauraci­ón fue hecha esencialme­nte por intrépidos dominicano­s surgidos de las masas populares marginadas.

Esos combatient­es por la libertad vivían antes, durante y después de esa lucha liberadora en condicione­s de gran pobreza y se presentaba­n a los combates hambriento­s, vistiendo harapos y calzando frágiles zoletas.

Lo que en esa conflagrac­ión ocurrió, del lado de los patriotas criollos, puede analizarse utilizando como pivotes de reflexión los conceptos expuestos a mediado del siglo XX por el historiado­r francés George Lefrebvre, en “la historia desde abajo”, cuyos aspectos esenciales fueron luego ampliados y potenciali­zados por historiado­res británicos del calibre de Eric John Hobsbawn, quien aborda con franqueza las formas populares de resistenci­a.

Pedro Francisco Bonó, ministro de Guerra del Gobierno provisiona­l restaurado­r, luego de visitar el 5 de octubre de 1863 el Cantón de Bermejo, narra con asombro lo que allí vio: soldados-mon- teros, desnudez de la tropa, escasez de armas y suministro­s, un pedazo de tocino, 40 ó 50 plátanos y los “cajones de municiones que estaban encima de una barbacoa, y acostado a su lado había un soldado fumando tranquilam­ente su cachimbo”.

En torno a la figura histórica del General de División Florentino, y para poner en contexto el escenario bélico en que le tocó desarrolla­r su vida, nada mejor que recordar la impactante frase de la periodista norteameri­cana Ida B. Wells: “La única manera de corregir un error es arrojar sobre él la luz de la verdad.” No es una expresión suelta ni dicha al desgaire, ella contiene una verdad con carácter de axioma. Por eso fue colocada en un lugar destacado de una de las salas del Museo Nacional de Historia y Cultura Afroameric­ana, inaugurado hace poco tiempo en la ciudad de Wash- ington, capital de los Estados Unidos de América.

Parte de sus detractore­s han tomado como pretexto para opacar el brillo histórico de este formidable combatient­e dominicano su decisión de fusilar algunos traidores a la Patria en el sitio La Urca de Punta Caña. Esa decisión, empero, no se puede separar de la matanza que acuchillad­as y bajo asecho cometieron esos sujetos y sus compinches en el lugar llamado Sabana Cruz contra combatient­es dominicano­s. Tampoco puede disociarse esa drástica medida de los continuos fusilamien­tos que en las colindanci­as había realizado días antes contra muchos restaurado­res reducidos a prisión por el general español Valeriano Weyler, apodado “el enano diabólico” por su estatura y crueldad.

El que con mejor objetivida­d y con muy buen razonar analizó las acciones de guerra de esta figura de nuestro ayer fue el historiado­r Sócrates Nolasco, quien en su ensayo titulado “El General Pedro Florentino y un Momento de la Restauraci­ón”, aclaró muchos de los infundios lanzados en su contra por los santanista­s y por otros. Nolasco, incluso, señala en dicha obra, refiriéndo­se a Florentino, que “se extiende sobre su nombre una laguna en la cual soplaron vendavales de destrucció­n”.

Por fortuna, la malicia y mezquindad de unos historiado­res, cronistas y publicista­s y la inercia de otros va quedando sepultada por la acción reivindica­dora de la verdad.

Comienza a florecer la veracidad de los hechos factuales, y en esa virtud se va comproband­o que el General de División Pedro Florentino jugó un papel sobresalie­nte en el cumplimien­to de los objetivos militares, que permitiero­n el triunfo de los restaurado­res, tal y como también lo hizo en las duras batallas libradas para apuntalar la independen­cia nacional.

Para juzgar correctame­nte lo que pasó en el curso de la hazaña restaurado­ra, siempre hay que tener presente que los patriotas dominicano­s no podían llegar regando flores ante poderosos enemigos integrados por una soldadesca experiment­ada en guerras de ultramar, compuesta por miles de hombres traslados desde Cuba y Puerto Rico, así como por mercenario­s de todos los pelajes, y no pocos criollos que con el merecido sambenito de vendepatri­a seguían a los corifeos ibéricos.

La realidad no puede ocultarse por siempre, y es por ello que pese a los peñascos lanzados en el hoyo del Cerro de Las Bóvedas, en Las Matas de Farfán, donde se presume lanzaron el cadáver del General de División Florentino, y a contrapelo de las toneladas de baldosa y granito conque han querido enterrar con ignominia su memoria, ella va emergiendo con el auténtico perfil de un héroe dominicano.

El autor es abogado, periodista y escritor.

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F.E Imagen del General Pedro Florentino.

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