4 OK Nerón
Nerón recibió una llamada telefónica y dijo que iba a tomar represalias. Los cristianos y judíos revoltosos le habían pegado fuego a Roma y le echaban a él la culpa. Lo habían visto cantando a la luz de las llamas una canción de moda sobre el saqueo de Troya, cantando y bailando al ritmo de la lira con su vocecita desafinada y sus piernas flacas. Riéndose además como un loco.
- Pero si yo no estaba en Roma -protestó.
Nerón, el gran calumniado, no se encontraba en Roma, estaba en Anzio, su adorada ciudad natal, visitando el futuro cementerio de los numerosos soldados usamericanos que morirían en la segunda guerra mundial por culpa de la estupidez de un general.
Cornelio Tácito, el gran historiador, confirma en sus “Anales”, la veracidad de este hecho y el peso que tuvieron los rumores en la demonización del personaje:
“Como en aquel tiempo Nerón se encontraba en Anzio, regresó a la Ciudad, pero no antes de que el fuego se acercara a la casa con la que había unido el Palacio y los jardines de Mecenas. Sin embargo, no hubo posibilidad de atajarlo sin que el Palacio, la casa y todos sus alrededores quedaran abrasados. Pero, como consuelo para aquel pueblo disperso y fugitivo, hizo abrir el Campo de Marte, los monumentos de Agripa y hasta sus propios jardines, y construyó unos edificios provisionales que acogiesen a aquella multitud desarrapada. Se trajeron provisiones de Ostia y de los municipios vecinos y se rebajó el precio del trigo hasta tres sestercios. Todas estas medidas, aunque populares, caían en el vacío porque se había corrido el rumor de que en el mismo momento en que la Ciudad estaba en llamas él había subido a un escenario en su propia casa y había cantado la caída de Troya, comparando los males presentes con las catástrofes del pasado”.
Tácito le atribuye al diabólico Nerón un sinnúmero de atrocidades que sobrepasan la imaginación y que todavía nos dejan con la boca abierta:
“En consecuencia, para librarse de la acusación [de haber quemado Roma], Nerón buscó rápidamente un culpable, e infringió las más exquisitas torturas sobre un grupo odiado por sus abominaciones, que el populacho llama cristianos. Cristo, de quien toman el nombre, sufrió la pena capital durante el principado de Tiberio de la mano de uno de nuestros