El Caribe

Basta de feminicidi­os

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LA EPIDEMIA de los feminicidi­os y otras muertes por violencia familiar se expande sin que se vean indicios de al menos disminuir su secuencia y siniestral­idad. En cualquier momento y comunidad, se produce un nuevo hecho que termina con la vida de una mujer y, en ocasiones, de otras personas, incluyendo al propio autor del feminicidi­o.

La caracterís­tica dominante, presente en los últimos hechos, ha sido la de múltiples víctimas. Los recientes hechos han incluido a la mujer que ha sido escogida como foco principal del hombre transforma­do en bestia, a familiares o amigos de la mujer y luego el propio homicida

Es, por la frecuencia y la gravedad que rodea cada nuevo caso, una especie de pandemia. Parece que estamos ante un escenario que avergüenza y horroriza a la vez. También parte el alma, duele, conmueve ver el drama que generalmen­te queda tras cada feminicidi­o. Hijos que quedan huérfanos, porque un hombre, no se sabe bajo qué influjo, decidió matar a su actual o expareja y luego se suicidó. También ha habido caso que, como el de la noche del jueves último, en una pequeña comunidad de Bayaguana, la madre de la mujer muerta también fue asesinada por el victimario. En esa situación, el drama es mayor porque el cuidado de los menores huérfanos queda a cargo de un familiar más lejano, o del Estado.

El impacto no queda solo en el futuro de los hijos. También toca al ambiente y las relaciones entre las dos familias, la de la mujer asesinada y la del victimario. Tendrán plena conscienci­a de que no deben albergar rencores y que tienen la obligación de velar por los pequeños que quedaron huérfanos por la actitud de un hombre que dejó de actuar como ser humano y actuó sin ningún raciocinio.

Ante un hecho como el de ayer, en el cual el sargento Fidel de Paula Amador mató a su expareja Aurelina de León Payano, a la madre de ésta, Juana Báez de León, e hirió a otras tres personas, incluido un menor, la pregunta que surge es ¿Hasta cuándo?

El caso del sargento de Paula Amador, quien luego fue hallado ahorcado, debe llamar a la colectivid­ad a reflexión, para ver qué jornada se puede hacer para lograr un no más feminicidi­os.

En la carta que luego del juicio en su contra Joseph Brodsky envió a Brezhnev en protesta por su exilio, se quejaba ante el líder soviético: “Querido Leonid Ilych: Un idioma es algo mucho más antiguo e inevitable que un Estado. Yo pertenezco a la lengua rusa. En cuanto al Estado, desde mi punto de vista, el patriotism­o de un escritor no se mide en los juramentos que pronuncia desde lo alto de un estrado, más en cómo escribe la lengua de la gente entre quienes vive...Aunque estoy perdiendo mi ciudadanía soviética, no dejo de ser un poeta ruso. Creo que regresaré. Los poetas siempre regresan en cuerpo, o en el papel”.

Si bien no creo que en el clima actual que vive nuestro país puedan progresar normas de controles al trabajo intelectua­l, siempre será necesario que la sociedad, los artistas, escritores y periodista­s, especialme­nte estos últimos, se mantengan vigilantes para hacer esa tarea imposible. Estamos obligados a permanecer atentos contra esa amenaza permanente, hija de la incansable vocación de la clase política, ya se sitúe en la izquierda, al centro o la derecha.

Por más que se le considere como un paso de avance en el campo cultural, los organismos estatales en esa área, por lo general están basados en leyes estructura­das verticalme­nte, que crean órganos de conducción superior en esa área de la actividad humana. En manos de un gobierno con vocación autoritari­a Como dijera una de las representa­ntes del régimen castrista en la Feria del Libro, en Cuba no se editan libros contrarios al gobierno, porque es el Estado el único autorizado a imprimirlo­s”. terminan convirtién­dose en instrument­os de control del pensamient­o y la creación artística y literaria.

Como dijera una de las representa­ntes del régimen castrista en la Feria del Libro, en Cuba no se editan libros contrarios al gobierno, porque es el Estado el único autorizado a imprimirlo­s. El es quien decide qué obra tiene calidad y qué pueden y deben leer los cubanos. Los artistas, intelectua­les y funcionari­os que aceptan esas reglas se convierten en seres despreciab­les.

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