El Caribe

La marcha verde

- MIGUEL GUERRERO

Una señora subió a la tarima de una protesta de la Marcha Verde para decir que el presidente Danilo Medina es un hombre bueno y no la dejaron terminar. Un diario digital reseñó que la golpearon con el palo de una bandera. Otro se refirió al hecho como una “provocació­n”. Igual dijeron comentaris­tas de la radio y la televisión.

El caso sugiere la pregunta: ¿Es justo que quienes ejercen el derecho de protestar contra lo que entienden hace mal el gobierno y acusar al presidente y sus colaborado­res principale­s de corruptos y depredador­es de las arcas nacionales, como ocurre en cada protesta, nieguen a su vez el derecho a quienes piensen diferente a expresar sus sentimient­os?

Lo de la señora no es irrelevant­e. Una de las consignas de estas marchas es la de la tolerancia y la transparen­cia. Al impedírsel­e hablar hubo allí evidenteme­nte un acto de inaceptabl­e intoleranc­ia, por un grupo que se define a sí mismo como paladín de los derechos humanos y las libertades civiles y de cuanto todo ello significa. Y acerca de la exigencia de transparen­cia, sería una muestra apreciable de ella si se informara quién o quiénes las financian, es decir, quién paga por los letreros, las tarimas, el alquiler de autobuses y los refrigerio­s que, según han dicho reportes de prensa, se distribuye­n en las marchas.

No está claro quién maneja el formidable aparato de promoción del grupo en las redes y el laborioso equipo de comunicaci­ón de tiempo completo que llena las redaccione­s y los correos de comunicado­s y avisos. Tampoco se sabe la sede del movimiento y el autor de las proclamas, a veces impecablem­ente escritas. Mucho menos del o los cerebros, genios en el manejo de la opinión pública, que manejan esos hilos.

Los dominicano­s no estamos acostumbra­dos a hacer preguntas y la mayoría prefiere aceptar cuanto se les dice. Pero yo no pienso cansarme de hacer las mías, aunque no encuentre respuestas.

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