El Caribe

NY: la incómoda sensación de ser un blanco del terrorismo

- AP

Camino al trabajo todas NUEVA YORK. las mañanas, Antonio Collac se detiene y enciende una vela en la iglesia católica romana de St. Peter, un santuario con columnas de piedra a dos cuadras de la zona cero del bajo Manhattan.

Allí, debajo de un techo con forma de bóveda, que fue dañado por pedazos de uno de los aviones que derribaron las Torres Gemelas y delante del altar donde los bomberos depositaro­n el cadáver de Mychal Judge --el capellán que muchos describen como la primera víctima del ataque del 11 de septiembre del 2001--, la tragedia de esa mañana de hace 16 otoños no es ninguna abstracció­n. Collac, un diseñador que trabaja en el barrio desde hace muchos años, dice que él también es un vehículo que transporta los recuerdos de ese día.

No obstante, Collac vino a ofrecer una nueva plegaria, en nombre de las ocho personas muertas y las 12 heridas de gravedad cuando el terror volvió a ensañarse con el bajo Manhattan, el día previo, a pocas cuadras de allí. El ataque fue un recordator­io, afirmó, de los riesgos que enfrenta un barrio que fue transforma­do por la construcci­ón de nuevos edificios e invadido por turistas. A pesar de la exitosa renovación tras el ataque del 2001, los residentes afirman que el recuerdo de lo vivido sigue presente en sus mentes.

“Tú sabes... esta zona es el Blanco A. Lo sabemos. Todo el mundo lo sabe”, dijo Collac. “Pero no hay nada que podamos hacer, amigo mío. Hay que seguir adelante. Solo podemos rezar”.

No está claro si Sayfullo Saipov, el inmigrante de uzbeko de 29 años, que atropelló a ciclistas y peatones el martes por la tarde en un camioncito alquilado, sa- bía lo cerca que estaba del sitio de los ataques del 2001. Cuando su camión chocó contra un autobús escolar y se detuvo, estaba a escasas cinco cuadras del sector con los monumentos recordator­ios a los ataques de hace 16 años, frecuentad­o por turistas.

Para muchas de las miles de personas que viven, trabajan o estudian en este barrio, la noción de que puede ser nuevamente blanco de un ataque terrorista no toma a nadie por sorpresa. La mayor parte del tiempo, en medio del movimiento de trenes subterráne­os y los nuevos condominio­s y oficinas, es fácil olvidarse de esas preocupaci­ones existencia­les.

Aunque, de repente, se tropiezan con la nueva torre que reemplazó a las Torres Gemelas, y recuerdan que, a pesar de toda la riqueza y la energía cosmopolit­a de la zona, al final de cuentas, el barrio sigue siendo definido por lo que ocurrió en el pasado. El ataque de esta semana es, en todo caso, una horrenda confirmaci­ón.

Antonio Collac “Tú sabes... esta zona es el Blanco A. Lo sabemos. Todo el mundo lo sabe”,

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AP Los neoyorquin­os retoman su vida diaria tras al atentado, pero siempre atentos.

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