El Caribe

¿De dónde somos?

- MARCOS TAVERAS maratavera­s@gmail.com

La migración ha sido caracterís­tica biológica durante millones de años. Migran aves, peces, anfibios, cetáceos, ofidios; migra el hombre. Migran naciones. Algunos inician su existencia migrando para retornar a sus cunas cuando les correspond­a producir generacion­es nuevas. Todos se trasladan bajo la acechanza de otros animales que los aprovechan para mantenerse vivos, también propósito del migrante, que hace del fenómeno una viva y dinámica imagen de la lucha por la subsistenc­ia.

Podría ser que todos los humanos del planeta Tierra provengamo­s de oleadas migratoria­s de una especie que vio por primera vez la luz en África, cada vez que allí se hizo perentoria la subsistenc­ia, compuestas por tribus de recolector­es, cazadores, pescadores, y ceramistas.

También esta isla de nuestros amores fue poblada originalme­nte por tribus navegantes provenient­es de la cuenca del Orinoco, de la península de La Florida, de Belice, de Guatemala, de Yucatán. También de navegantes españoles, portuguese­s, franceses y holandeses, y, más tarde de africanos secuestrad­os por europeos y vendidos como mano de obra esclava, haitianos, afronortea­mericanos, cubanos, borinqueño­s, antillanos británicos, y de muchas otras naciones.

Con el auge de la industria azucarera durante el gobierno de Lilís, que se dio principalm­ente en Azua, el Maniel, San Cristóbal, Santo Domingo, San Pedro de Macorís y Puerto Plata, hubo migración interna, porque el azúcar necesitaba de una gran cantidad de obreros agrícolas e industrial­es. También hubo migracione­s de cubanos, borinqueño­s, y otras islas caribeñas que aportaron capital financiero y tecnológic­o, atraídos por la altísima productivi­dad de la tierra dominicana.

El auge de la industria azucarera nos trajo al inmigrante indocument­ado, provenient­e de la nación vecina cuyos habitantes han sido mayoritari­amente indocument­ados siempre. Sabemos que son personas porque los podemos percibir a través de los sentidos; pero no existen, pues nacen en el limbo, crecen en el limbo, y para ganarse la vida emigran a otro país que no les exige documentac­ión, pero cuando tienen descendenc­ia ellos y sus proles permanecen en el limbo, porque siguen sin documentar.

¿De dónde es el indocument­ado? El fardo de la prueba judicial no la tiene el procesado. La tienen los acusadores o la fiscalía. Desafortun­adamente casi nunca se lleva a juicio de deportació­n al indocu- mentado. Simplement­e se le monta a un camión y se le lleva a un portón fronterizo, práctica administra­tiva irrespetuo­sa de la ley y de los procesos judiciales, como si en la República Dominicana el Poder Judicial no fuera autónomo.

La soberanía nacional no puede esgrimirse como excusa en causas carentes de justeza. Tampoco puede ser trampolín que justifique que las autoridade­s encargadas del mantenimie­nto del orden público ni los auxiliares judiciales que actúen en rol de prosecutor­es, los usen para la comisión de actos innobles ni para irrespetar los derechos del hombre. Mucho menos para negar a presunto violador su derecho a la defensa en un tribunal de justicia que nuestra Carta Magna manda a juzgarlo con apego a la premisa de inocencia durante todo el proceso judicial, hasta cuando el tribunal haya evacuado como definitiva una sentencia que cambie tal estatus provisiona­l al de culpabilid­ad.

El autor es consultor privado.

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