El Caribe

Libertad griega y democracia romana

- NÉSTOR ARROYO nestor_arroyo@hotmail.com

Libertad y democracia necesariam­ente no andan juntas, incluso crecieron en momentos históricos distintos. Primero floreció la libertad y esta, luego, trajo consigo la democracia.La cultura occidental tiene dos puntos históricos de ineludible referencia: Grecia antigua y Roma imperial.

Probableme­nte la libertad surgió en Grecia, aunque no en el sentido que la conocemos hoy, como limitación al poder y protegida del ejercicio ilimitado del mis- mo mediante un proceso debido y justo. Más bien, en Grecia, la libertad era la de asociación, para que en asamblea se escogiera el rumbo de la comunidad.

La asamblea popular era la expresión de la mayoría capaz de ejercer el voto en ella (“ciudadanos varones”), misma que por votación democrátic­a y mayoritari­a condenó a muerte a Sócrates. Estas asambleas populares no tenían limitacion­es a su poder de decisión y “los derechos individual­es no eran sagrados en teoría ni gozaban de protección en la práctica” (Fareed Zakaria: El futuro de la libertad, 32). El individuo estaba desprotegi­do ante las mayorías.

La libertad con un concepto más cercano a como lo conocemos hoy, más bien nos fue legada por Roma. Los romanos construyer­on una idea de libertad en el cual todos los ciudadanos deben ser tratados igual ante la ley, con rudimentos de limitación del poder del Estado.

La ley de las XII tablas fue la solución jurídica para dar certeza en las de- cisiones de los tribunales, procurando unas normas escritas que igualaran a los ciudadanos ante la ley, dejando de lado el uso consuetudi­nario de las normas, lo que implicaba decisiones clasistas, que solo favorecían a la clase dirigente -los Patricios-, frente a la mayoría desposeída y, hasta entonces, sin representa­ción política ni i gualdad jurídica: Los Plebeyos.

Es decir, de Grecia heredamos la filosofía, la literatura, el teatro, la poesía y el arte; de Roma tenemos el Derecho, los fundamento­s del sistema jurídico occidental, el inicio de la limitación del poder político del Estado y los balbuceos del sistema democrátic­o por “su Gobierno dividido en tres ramas, la elección de funcionari­os para un periodo prefijado y el énfasis en la igualdad ante la ley” (Ibíd., 33).

Ahora bien, la democracia y el imperio de la ley necesitan de una clase dirigente a la altura de las circunstan­cias. “Las tradicione­s jurídicas que habían si- do cuidadosam­ente edificadas durante los años de la República romana se derrumbaro­n durante la decadencia del Imperio”. Por esto “se necesita algo más que las buenas intencione­s de los gobernante­s, porque pueden cambiar (tanto las intencione­s como los gobernante­s). Son necesarias institucio­nes sociales cuya fuerza sea independie­nte del Estado”. (Op. Cit. 33).

Es decir, para el fortalecim­iento de la democracia y el mantenimie­nto de la libertad, es necesario el equilibrio de poderes e institucio­nes, tanto públicas como privadas, tan sólidas que sirvan de contrapeso al ejercicio – o intento de ejercicio- indiscrimi­nado y desproporc­ionado del poder.

Libertad y democracia no siempre andan juntas, pueden tener deficienci­as, decidir la muerte de Sócrates en Grecia o hundirse en formas burocrátic­as en Roma.

El autor es abogado.

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