El Caribe

La suerte del reformismo

- MIGUEL GUERRERO

En octubre del 2011, el dirigente reformista Héctor Rodríguez Pimentel dijo que sería un crimen dejar “morir” al Partido Reformista, hecho del que se cumplían ya muchos años aunque nadie se hubiera ocupado allí de darle cristiana sepultura.

Un partido dividido en el gobierno y la oposición, podrá lograr para una de sus partes buenas recoleccio­nes en tiempos de cosecha, pero nunca podrá escalar la cima. La vocación de poder que caracteriz­ó a quien en vida fue su líder y creador, se redujo después de su muerte, e incluso desde que la edad y el desgaste lo inhabilita­ran para ser de nuevo candidato, a un esfuerzo de superviven­cia que condenó al partido y a su militancia a navegar sin rumbo. Desde entonces solo ha perseguido alianzas de oportunida­d, dejando a un lado el trabajo político intenso que la búsqueda del poder exige, rindiéndos­e, en otras palabras, ante su propia incapacida­d para sobreponer­se a la adversidad de los malos resultados electorale­s.

La situación del reformismo es una lástima, porque existe allí una militancia grande y fiel a sus postulados y una todavía joven dirigencia con capacidad para salvarlo si llega a convencers­e de que el 2020 está muy lejos de sus posibilida­des, pero puede ser el trampolín para un gran salto, cuando se produzca el esperado e inevitable vacío de liderazgo por el descrédito de la clase política y los partidos tradiciona­les.

El problema dentro de esa organizaci­ón es que el camino trazado por los estatutos no conduce a parte alguna, por el control que tienen los responsabl­es de hacerlo morir, y se hará necesario allí una verdadera conmoción, una rebelión de los desplazado­s, una fuerte inyección de sangre e ideas nuevas que purguen la organizaci­ón y la transforme­n en un vehículo de cambios y de reformas, como demandan los tiempos que vivimos. La renovación de los partidos es la opción al radicalism­o extremo, como vemos ya en otros países.

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