El Caribe

¡Honor a los inmortales del ajedrez!

- PEDRO DOMÍNGUEZ pdominguez@dominguezb­rito.com

Tenía previsto viajar con ellos. Una informació­n confusa evitó que subiera al avión. Por ello no estoy muerto. Hoy, 25 años después, rindo tributo a nuestros inmortales del ajedrez fallecidos el 15 de noviembre de 1992, en un accidente aéreo en la Loma Isabel de Torres, Puerto Plata, mientras se dirigían a Cuba. Honor eterno a Juan José Matos Rivera (Pachón), Marcelino De La Rosa, Manolo Marte, Héctor Ogando, César González y Adelquis Remón (cubano).

Cuando me enteré de la tragedia, casualment­e leía la biografía del inmenso José Raúl Capablanca, excampeón mundial, quien afirmaba que “el ajedrez es algo más que un juego, es una diversión intelectua­l que tiene algo de arte y mucho de ciencia. Es además, un medio de acercamien­to social e intelectua­l”. Cerré el libro y con mi alma destrozada, tomé lápiz y papel y escribí con tintas de lágrimas lo que publico a continuaci­ón.

“El luto traspasa las fronteras del deporte y el ajedrez es la causa. Observo casillas ardiendo y seres humanos dirigiéndo­se al cielo. Las piezas pierden la cordura y no tienen idea de sus funciones en el tablero. Los peones lloran golpeando sus plebeyas figuras contra un verdoso tablero de ajedrez de apariencia tétrica, incendiari­a y pasmosa.

Los caballos brincan como locos y se estrellan contra un muro de fuego cual suicidas desesperad­os por amores perdidos en la eternidad. Los alfiles, con sus diagonales aturdidas, maldicen sin ce- Con la tragedia solo ha ganado Dios, quien junto a ángeles y arcángeles disfrutará en su noble morada de la compañía y del talento de los ajedrecist­as que no lograron alcanzar la patria de José Martí. Estas líneas, escritas con mi mano temblorosa y mi corazón desgarrado, también las dedico a un hombre honesto que allí murió: Rafael Espinal (Felo)”.

sar a la montaña asesina y se lanzan al vacío dejando aturdidas a las 64 casillas, para allí morir en profunda meditación, porque decidieron matar la vida. Y la torre se olvidó de sus firmes columnas y ahora anhela desplomars­e y perderse en el infinito. ¡Oh gambitos perfumados, la torre ya no es piedra, es espuma celestial!

Y la reina, desde siempre hermosa, hoy sufre radicales transforma­ciones estéticas que la obligan a refugiarse en cuevas tenebrosas para esconderse de quienes, durante siglos de colores, la contemplar­on como el ser más sublime de la naturaleza, y su pesar y su dolor se expanden con fuerza de huracán, prometiend­o arruinar los pensamient­os calculados de los amantes quijotesco­s del juego-ciencia. Y el rey, atrapado en un jaque mortal, no tiene escapatori­a, Se ha rendido con orgullo y gallardía ante la cruda realidad del ave metálica que destruyó a sus súbditos humanos.

Con la tragedia solo ha ganado Dios, quien junto a ángeles y arcángeles disfrutará en su noble morada de la compañía y del talento de los ajedrecist­as que no lograron alcanzar la patria de José Martí. Estas líneas, escritas con mi mano temblorosa y mi corazón desgarrado, también las dedico a un hombre honesto que allí murió: Rafael Espinal (Felo)”.

El autor es abogado.

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