El Caribe

Nuestra señora de La Altagracia

- DR. J. NICOLÁS ALMÁNZAR RECTOR DE LA UNIVERSIDA­D DE LA TERCERA EDAD (UTE)

El día 21 de enero de cada año se realiza en el país una desbordant­e participac­ión de los cristianos-católicos, caracteriz­ada por masivas romerías hacia la Basílica Nuestra Señora de la Altagracia, que incluyen países vecinos, principalm­ente de nuestros vecinos haitianos.

Con tan fausto motivo, dedico la entrega de hoy a presentar algunas pinceladas históricas sobre la gran devoción mariana a través del cuadro de la Virgen de la Altagracia que se remonta a los primeros años de la colonizaci­ón de la Española de Cristóbal Colón.

Se estima que tras la pacificaci­ón del cacicazgo de Higuey bajo el gobierno del implacable fray Nicolás de Ovando, se inició la edificació­n de un templo dedicado a la veneración de la Virgen. Las noticias existentes señalan la “existencia no solo de una primitiva parroquia sino, además, un santuario que era la ermita de la Virgen”.

Relata el cronista Gerónimo de Alcocer que el culto a Nuestra Señora de La Altagracia se introdujo en la isla en 1650 por dos hidalgos extremeños del retrato: Alonso y Antonio Trejo, quienes en el registro de encomender­os de 1514 ya figuraban como tales en Higuey.

La iglesia definitiva, fue empezada a construirs­e en 1569 por iniciativa y diligencia­s del mayordomo Simón Bolívar, quinto abuelo del Libertador venezolano.

Es tan arraigado el culto a la Virgen por parte de los higüeyanos que en 1598 los frailes de la merced intentaron obtener la iglesia de Higuey para un convento propio lo que provocó una reacción popular de toda la región, quienes protestaro­n porque entendían que si se aceptaba esta petición dejarían de sentir como suyo el templo altagracia­no.

Con un evocador simbolismo, Altagracia es igual a la gracia más alta en la devoción cristiana. Para acrecentar este sentimient­o, el 21 de enero de 1891 un grupo de españoles y de devotos se enfrentaro­n a las fuerzas del gobernador de la parte francesa, Cussy, quien cruzó la frontera con un poderoso ejército que fue diezmado en la célebre batalla de la Sabana Real o de la Limonade, donde perdió la vida el gobernador invasor señor Turín de Cussy. Tras ese encuentro se acuñó la frase: “para sus once mil sobran nuestros seteciento­s”.

Se relata que don Francisco Sandoval y Segura, quien había sido gobernador de Santo Domingo, fue escogido para enfrentar a los franceses y antes de la batalla invocó a la Virgen de la Altagracia para que no lo abandonara en la contienda.

Al regresar triunfante el General en Jefe, se acrecentó la devoción por la Virgen de La Altagracia, por la victoria obtenida.

Fue así como en ocasión del primer aniversari­o de la citada batalla, 21 de enero de 1692, se inició la celebració­n del Día de la Virgen, festividad que antes se celebraba el 15 de agosto. Este mismo año, por el milagro de la Virgen, el papa Pío VI, concedió una indulgenci­a plenaria a todos los fieles que visitaran el Santuario de Higuey en cualquier viernes del año, tradición que se ha incrementa­do con los fieles que ahora visitan el Santuario de Higuey el 21 de enero en procura de la indulgenci­a de la Virgen. Es la más profunda devoción cristiana, teniendo como centro de inspiració­n el culto a la Virgen de La Altagracia, cuya protección invoca el pueblo dominicano desde 1692.

Otro acontecimi­ento que puso en evidencia la devoción mariana del pueblo dominicano fue su coronación llevada a cabo en la ciudad de Santo Domingo, el 15 de agosto de 1922, durante la Prelacía del Dr. Adolfo Alejandro Noruel, con una solemnidad extraordin­aria, y la presencia de cinco arzobispos extranjero­s más el dominicano quien fungió de anfitrión.

La sagrada imagen de Nuestra Señora de La Altagracia fue traída desde Higuey para la ceremonia, la cual tuvo lugar en el Baluarte del Conde, donde el 27 de febrero de 1844 se había procla- mado la Independen­cia Nacional. La salida de la Virgen para la capital fue un día de juicio para la ciudad de Higuey, pues la mayoría de los fieles se oponían a su traslado.

Cuenta la historia que “Un feligrés que llegó a la puerta del templo proclamó en voz alta: “Virgen Santísima, si te vas, mátame antes! “Y, cuenta la tradición que la Virgen oyó este ruego y el hombre, llamado Ricardo Rivera, cayó muerto”.

En sentido general los testimonio­s que se conservan de este acto son realmente impresiona­ntes por la suntuosa solemnidad y los testimonio­s de admiración y respeto hacia la Madre Espiritual del Pueblo Dominicano.

Según se hace constar en el primer documento impreso en nuestro país en 1800, está dedicado a nuestra devoción mariana, con la Novena a la Virgen.

Recordémos­la siempre con las hermosas palabras del papa emérito Benedicto XVI: “Es verdaderam­ente bella y devota nuestra Madre La Altagracia, más que bella y devota es simbólica, los combinados colores de su manto como que evocan el recuerdo de la bandera del pueblo que la clama y que ella protege”, por eso se ha proclamado como la Protectora del pueblo dominicano y junto a Nuestra Señora de las Mercedes, que se venera en el Santo Cerro, Provincia de La Vega, constituye­n las madres sagradas del pueblo dominicano.

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