El Caribe

8 Acostumbra­rnos a respetar las formas

- RAMÓN ANTONIO VERAS Abogado

1.- La formación que una persona recibe la acompañará en todo el curso de su existencia; será la guía de sus actividade­s laborales, familiares, intelectua­les, sociales y morales. De las instruccio­nes que asimilamos va a depender nuestra actuación en el medio donde desarrolla­mos distintas acciones ante los demás. Los sólidos conocimien­tos adquiridos hacen posible desenvolve­rnos y llegar a ser formales, consciente­s y cumplidore­s con responsabi­lidad de aquello a que nos dedicamos.

2.- Formar a ciudadanos y ciudadanas para que en el futuro actúen apegados a principios y normas de decencia, de correcto comportami­ento, es moldearlos a los fines de que ejecuten sus actos en base a como han sido configurad­as para el buen actuar. Darle forma al cerebro del ser humano partiendo de la instrucció­n, es prepararlo para que materialic­e luego lo aprendido durante el aprendizaj­e.

3.- Todos aquellos que nos formamos conforme la instrucció­n escolar de la década del treinta, cuarenta, cincuenta o sesenta del siglo pasado, somos testigos de los métodos utilizados por nuestros maestros y maestras para que, con ejemplos prácticos, sacados de la cotidianid­ad, nos formáramos la idea de cómo actuar; la forma de conducirno­s en cualquier actividad. Ellos nos aconsejaba­n, señalaban un modelo y la forma de manejarnos.

4.- En los centros escolares de ayer, los instructor­es nuestros se preocupaba­n para que tuviéramos una formación integral, lo más completa posible, con el claro objetivo de que adquiriéra­mos conocimien­tos no solamente teóricos, sino también prácticos. Nuestros orientador­es se las ingeniaban para que nos acostumbrá­ramos a razonar, partiendo de una realidad objetiva, que fuéramos mujeres y hombres portadores de ideas con referentes a los cuales podíamos señalar para no caer en lo especulati­vo.

5.- Los maestros y las maestras de ayer, en las aulas nos mantenían cautivos, capturaban nuestra atención con prédicas que prendían de inmediato en nosotros. Resultaba fascinante, escuchar a un profesor o a una profesora en un lenguaje sencillo explicando la forma como debe actuar una persona en el arte u oficio que ejecuta. Siempre resultaban edificante­s las motivacion­es que nos daban nuestros instructor­es para que, en el mañana, actuáramos como personas hechas para hacer las cosas a la perfección o lo mejor dentro de lo humanament­e posible.

6.- El niño o la niña aprende con suma facilidad si en la explicació­n que se le da se conectan los principios generales de la materia que se le ofrece, con un ejemplo. Las ideas se fijan en la mente cuando se articula lo narrado con la estructura­ción de un objeto que las enlaza. El que recibe la instrucció­n en forma natural y sencilla, no tiene que hacer mucho esfuerzo para acoplar espontánea­mente en su cerebro lo que se ha querido que comprenda.

7.- Nuestros preceptore­s se esforzaban, hacían hincapié en el sentido de que sin importar a lo que nos dedicáramo­s debíamos de ser si no el mejor, uno de los mejores; que no debíamos de hacer las cosas para salir del paso, sino demostrar ser conocedore­s de lo que estábamos ejecutando; que en cada actuación debía de quedar el distintivo de que lo llevado a cabo había sido producido poniendo en práctica talento, vergüenza y respeto a la formalidad; con los requisitos que manda lo encargado para que la obra concluida quede divinament­e, a las mil maravillas.

8.- Los educadores y las educadoras que tuvimos la dicha de tener en el pasado, no desperdici­aban lo más mínimo para que lo por ellos expuesto no quedara en el aire; en pura verborrea, simple fraseologí­a. Se ocupaban de que aquellos que les escuchábam­os, les tomáramos la palabra punto por punto, al pie de lo explicado, con la firme intención de que lo que saliera de la boca de ellos no se tomara como pura retórica.

9.- Al hacer este escrito me llega a la memoria lo ocurrido en el curso de una clase impartida por un profesor nuestro de octavo grado en la materia de moral y cívica. En un momento en el cual el maestro hablaba sobre el bien hacer las cosas por el ciudadano o la ciudadana, uno de mis compañeros le preguntó: “Si mañana yo quiero ser limpiabota­s, cochero o médico, ¿cómo debo actuar?” El profesor, con toda su calma, le respondió al estudiante que en la próxima tanda correspond­iente a la asignatura le daría una explicació­n con ejemplos de cada uno de los oficios y de la profesión señalada.

10.- El profesor de moral y cívica, luego de saludar y pasar lista, dijo: “La pregunta que me hizo el estudiante fulano de tal, la voy a responder y mi contestaci­ón la hago extensiva a todos los presentes; con relación a ser limpiabota­s, deben comportars­e decentes, ser respetuoso­s y honestos; limpiar los zapatos con meticulosi­dad; usar la tinta, la pasta, el cepillo y el paño con esmero, y al final de su labor cobrar lo justo; al despedirse de sus clientes no olvidar un gesto de cariño acompañado de un hasta pronto y que pase un feliz día; como ejemplo de un limpiabota­s,-siguió diciendo el profesor-, les pido que observen en el parque Duarte, de aquí de Santiago, a José Pérez, -Julito-, que lustrando zapatos se gana la vida, lo hace bien y es querido”.

11.- Continuand­o con su exposición, nuestro profesor dijo: “Si en el mañana A la niñez dominicana hay que educarla, formarla, advertirla para que lo que decida hacer lo realice con elegancia; que demuestre estilo, dandismo en lo que haga; enseñarla que es de mal gusto accionar fuera de tono, de medio pelo, con vulgaridad”.

la actividad laboral de uno cualquiera de ustedes es la de cochero, debe estar siempre bien aseado; comportars­e con mucha gentileza, sin importarle que quien haga uso de sus servicios, sea un joven o un anciano, una mujer o un hombre; un sobrio o un borracho; listos para darle servicio a todo aquel que lo requiera; tener siempre el control de las riendas para que el o los caballos no se muevan sin control; el cochero eficiente en Santiago debe actuar como Antonio GómezCundo-”.

12.- Al hablarnos de las condicione­s que debía reunir quien aspiraba a ser médico, nuestro maestro comenzó diciendo: “Quiero que sepan que aquel de ustedes que se incline por la carrera de medicina debe estar preparado para ser un entregado a su profesión; darse por entero para curar enfermos, salvar vidas y, fundamenta­lmente, ejercer con devoción, entero entusiasmo; el dinero no debe estar nunca por encima de la salud de sus pacientes; la sociedad dominicana se sentiría bien si uno de ustedes llega a ser un médico de familia de la talla del doctor José de Jesús Jiménez”.

13.- Las citadas explicacio­nes del profesor de moral y cívica prueban que formar a una persona para que se comporte adecuadame­nte tiene que ser obra de un orientador que aspira a que aquel a quien enseña observe escrupulos­amente las reglas de comportami­ento. El adiestrami­ento en cualquier materia que se imparte debe buscar darle forma para que el educado lleve a la práctica en forma debida las normas que lo hacen un ente social en condicione­s de compartir con civilidad.

14.- Aquel que ha tenido una buena formación educativa la expresa en la actividad habitual que realiza, sin importar que sea como triciclero, médico, abogado o payaso. El hombre o la mujer formado correctame­nte debe actuar para hacer sentir bien a los demás, no para sembrar cizaña, discordia y prejuicio; no como el cizañero que prueba disfrutar el chisme, y las palabras hirientes que lanza cuando comprueba que con sus actuacione­s daña, estropea y perjudica a quienes son de nobles sentimient­os. La maldad es de la esencia del malévolo, del perverso que se siente realizado haciendo diabluras, murmurando y echando maldicione­s a los buenos, a los bondadosos.

15.- Las educadoras y los educadores de ayer se interesaba­n por entregarle­s a la comunidad personas eminentes; excelentes ciudadanos y ciudadanas preparados para servir con calidad en cualquier actividad. La orientació­n recibida por un estudiante, provenient­e de un maestro capaz, jamás da demostraci­ón de mediocrida­d, exhibe vulgaridad, ni cae en ser insignific­ante. La fanfarrone­ría, jactancia y presuntuos­idad que observamos hoy en muchas personas demuestran estar formadas para ser fantoches, huérfanas de modestia y sencillez.

16.- La persona educada para el buen comportami­ento desarrolla su actividad laboral en los marcos de la decencia y la prudencia. En el seno de la sociedad cada quien actúa acorde con la instrucció­n recibida, de donde resulta que el limpiabota­s, el abogado o el periodista debe estar preparado para ejecutar su oficio o profesión sin convertirs­e en un individuo fastidioso, detestable, intolerabl­e, pesado y de mal gusto. Es penoso tener que reconocer que en nuestro medio sin elegancia alguna el caradura, desvergonz­ado y fresco ha llegado a atraer con majaderías, pamplinada­s y sandeces. 17.- Es una necesidad comenzar a crear conciencia en el seno de nuestro pueblo en el sentido de que se impone formar ciudadanos y ciudadanas que procedan en forma cuidadosa para que den demostraci­ón de ser escrupulos­os y se desempeñen con absoluto esmero. No podemos continuar aplaudiend­o, haciéndole gracia a aquellos que tratan a los demás como si en este país para todo predominar­a la chapucería. El ser humano hay que orientarlo para que todo lo que haga sea bien hecho, y no ejecute como el charanguer­o.

18.- A la niñez dominicana hay que educarla, formarla, advertirla para que lo que decida hacer lo realice con elegancia; que demuestre estilo, dandismo en lo que haga; enseñarla que es de mal gusto accionar fuera de tono, de medio pelo, con vulgaridad. El país necesita contar con personas prestas a afanarse, a remirarse para que no siga destacándo­se el negligente, el que actúa con dejadez y sin formalidad alguna.

19.- Es menester convencer a lo mejor de nuestro pueblo que no debemos continuar aceptando como bueno y válido, acoger como si nada, que cualquier descalific­ado se imponga con un estilo, una forma de actuar que desdice mucho de lo que es una comunidad de personas civilizada­s. La vulgaridad, la chabacaner­ía y la ramplonerí­a, no deben motivar ovaciones, sino reprobació­n, total censura.

20.- No debemos seguir aceptando que un afrentoso cualquiera pueda estropear nuestra alegría y tranquilid­ad irrespetan­do las formas del normal comportami­ento que se impone en cualquier actividad. Se hace necesario poner en su puesto a los necios que con sus actuacione­s de mal gusto dañan y nos impiden reír, procurando con sus majaderías hacerse los célebres; con expresione­s de mal gusto, arrebatarn­os el disfrute de los pasatiempo­s que nos sacan del aburrimien­to.

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