El Caribe

Poemas sobre la Palabra

- RAMÓN DE LA ROSA Y CARPIO ARZOBISPO DE SANTIAGO

Estamos convencido­s del poder y la fuerza de la Palabra, para bien o para mal. Sobre todo la Palabra de Dios, cuando no es manipulada y se predica y comunica fielmente. Más aún: todo se hizo por la Palabra. Nada se hace sin la Palabra (véase el Evangelio de Juan, Cap. 1). Todo comienza y se continúa por la Palabra. La Palabra alegra, entusiasma, da vida; también entristece, deprime y mata. Ella bendice y maldice. En Dios la Palabra siempre da luz y vida; en el diablo engaña y mata; en el ser humano unas veces se parece a la de Dios, otras veces a la del diablo. Según pruebas científica­s avaladas por un equipo de japoneses, el agua bendecida por la Palabra del Sacerdote se transforma, tiene poder y se torna a su vez bendecidor­a; el agua maltratada por las palabras de los circundant­es se daña y hace daño.

En este contexto me ha parecido útil recoger aquí himnos y poemas en torno a la Palabra, que la Iglesia utiliza en su liturgia diaria. “Primicias son del sol de su Palabra las luces fulgurante­s de este día; despierte el corazón, que es Dios quien llama, y su presencia es la que ilumina.

Jesús es el que viene y el que pasa en Pascua permanente entre los hombres, resuena en cada hermano su palabra, revive en cada vida sus amores.

Abrid el corazón, es él quien llama con voces apremiante­s de ternura; venid: habla, Señor, que tu palabra es vida y salvación de quien la escucha”. mor; concédenos la gracia de tu Espíritu que nos lleve al encuentro del Señor. Amén.

El día del Señor, eterna Pascua, que nuestro corazón inquieto espera, en ágape de amor ya nos alcanza, solemne memorial en toda fiesta.

Honor y gloria al Padre que nos ama, y al Hijo que preside esta asamblea, cenáculo de amor le sea el alma, su Espíritu por siempre sea en ella. Amén”.

(Himno Oficio de Lectura, Marte I y III Semanas del Tiempo Ordinario). “Con entrega, Señor, a ti venimos, escuchar tu palabra deseamos; que el Espíritu ponga en nuestros labios la alabanza al Padre de los cielos.

Se convierta en nosotros la palabra en la luz que a los hombres ilumina, en la fuente que salta hasta la vida, en el pan que repara nuestras fuerzas; en el himno de amor y de alabanza que se canta en el cielo eternament­e, y en la carne de Cristo se hizo canto de la tierra y del cielo juntamente.

Gloria a ti, Padre nuestro, y a tu Hijo, el Señor Jesucristo, nuestro hermano, y al Espíritu Santo, que, en nosotros, glorifica tu nombre por los siglos. Amén”.

(Himno Oficio Lectura, Miércoles I y II Semanas del Tiempo Ordinario). “Con gozo el corazón cante la vida, presencia y maravilla del Señor, de luz y de color bella armonía, sinfónica cadencia de su amor.

Palabra esplendoro­sa de su Verbo, cascada luminosa de verdad, que fluye en todo ser que en él fue hecho imagen de su ser y de su amor.

La fe cante al Señor, y su alabanza, palabra mensajera del amor, responda con ternura a su llamada en himno agradecido a su gran don.

Dejemos que su amor nos llene el alma en íntimo diálogo con Dios, en puras claridades cara a cara, bañadas por los rayos de su sol.

Al Padre subirá nuestra alabanza por Cristo, nuestro vivo intercesor, en alas de su Espíritu que inflama en todo corazón su gran amor. Amén”. cado y que la muerte destruyan en el hombre el ser divino.

Señor, tú que salvaste al hombre de caer en el vacío, recréanos de nuevo en tu Palabra y llámanos de nuevo al paraíso.

Oh Padre, tú que enviaste al mundo de los hombres a tu Hijo, no dejes que se apague en nuestras almas la luz esplendoro­sa de tu Espíritu. Amén”.

(Himno Oficio de Lectura, Sábado I y III Semanas del Tiempo Ordinario) “En el principio, tu Palabra, antes que el sol ardiera, antes del mar y las montañas, antes de las constelaci­ones, nos amó tu Palabra.

Desde tu seno, Padre, era sonrisa su mirada, era ternura su sonrisa, era calor de brasa. En el principio, tu Palabra.

Todo se hizo de nuevo, todo salió sin mancha, desde el arrullo del río hasta el rocío y la escarcha; nuevo el canto de los pájaros, porque habló tu Palabra.

Y nos sigues hablando todo el día, aunque matemos la mañana y desperdici­emos la tarde, y asesinemos la alborada. Como una espada de fuego, en el principio, tu Palabra.

Llénanos de tu presencia, Padre; Espíritu, satúranos de tu fragancia; danos palabras para respondert­e, Hijo, eterna Palabra. Amén”.

(Himno Oficio de Lectura, Lunes II y IV Semanas del Tiempo Ordinario). “¡Espada de dos filos es, Señor, tu Palabra! Penetra como fuego y divide la entraña. ¡Nada como tu voz, es terrible tu espada! ¡Nada como tu aliento, es dulce tu Palabra!

Tenemos que vivir encendida la lámpara, que para virgen necia no es posible la entrada. No basta con gritar sólo palabras vanas, ni tocar a la puerta cuando ya está cerrada.

Espada de dos filos que me cercena el alma, que hiere a sangre y fuego esta carne mimada, que mata los ardores para encender la gracia.

Vivir de tus incendios, luchar por tus batallas, dejar por los caminos rumor de tus sandalias.¡Espada de dos filos es, Señor, tu Palabra! Amén”.

Señor, ¿a quién iremos, si tú eres la Palabra?

En los silencios íntimos donde se siente el alma, tu clara voz creadora despierta la nostalgia.

¿A quién iremos, Verbo, entre tantas palabras? Al golpe de la vida, perdemos la esperanza; hemos roto el camino y el roce de tu planta.

¿A dónde iremos, dinos, Señor, si no nos hablas?

¡Verbo del Padre, Verbo de todas las mañanas, de las tardes serenas, de las noches cansadas!

¿A dónde iremos, Verbo, si tú eres la Palabra? Amén”.

(Himno del Oficio de Lectura, Jueves II y IV Semanas del Tiempo Ordinario) “A caminar sin ti, Señor, no atino; tu palabra de fuego es mi sendero me encontrast­e cansado y prisionero del desierto, del cardo y del espino.

Descansa aquí conmigo del camino, que en Emaús hay trigo en el granero, hay un poco de vino y un alero que cobije tu sueño, Peregrino.

Yo contigo, Señor, herido y ciego; tú conmigo, Señor, enfebrecid­o, el aire quieto, el corazón en fuego.

Y en diálogo sediento y torturado se encontrará­n en un solo latido, cara a cara, tu amor y mi pecado. Amén”. “Verbo de Dios, eterna luz divina, fuente eternal de toda verdad pura, gloria de Dios, que el cosmos ilumina, antorcha toda luz en noche oscura.

Palabra eternament­e pronunciad­a en la mente del Padre, ¡oh regocijo!, que en el tiempo a los hombres nos fue dada en el seno de Virgen, hecha Hijo.

Las tinieblas de muerte y de pecado, en que yacía el hombre, así vencido, su verdad y su luz han disipado, con su vida y su muerte ha redimido.

Con destellos de luz que Dios envía, no dejéis de brillar, faros divinos; de los hombres y pueblos sed su guía, proclamad la verdad en los caminos. Amén”.

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