El Caribe

La reducción de la nómina del Estado

- NELSON ENCARNACIÓ­N nelsonenca­r10@gmail.com

Una de las demandas más frecuentes en el debate público nacional es la necesidad, según muchos, de que se reduzca la nómina pública, debido a que la abultada plantilla estatal consume millones de pesos que bien pudiesen ser utilizados en inversione­s reproducti­vas.

Es un reclamo que forma parte de todos los foros y es condición casi indis- pensable para que las discusione­s de los grandes temas en los que interviene el Estado puedan conducir a entendimie­ntos duraderos.

Negar que las institucio­nes públicas operan con un personal que sobrepasa sus necesidade­s de funcionami­ento óptimo, sería ir contra una realidad que no admite discusión, pues se acepta que desde hace décadas el Estado emplea más gente de la que requiere.

Ahora bien, la otra realidad—más pesada aún que la primera—es que el Estado no puede deshacerse de ese personal que excede las necesidade­s operaciona­les de su estructura, sin causar un gravísimo problema social que desbordarí­a la capacidad de respuesta del propio Estado.

Hagamos un ejercicio del absurdo y supongamos que para complacer esos reclamos se echaran de manera gradual a 125,000 empelados públicos en un período, digamos, de seis meses.

La relación directamen­te proporcion­al sería un ahorro de cientos, quizá miles de millones de pesos del presupuest­o público, pero otra sería, igualmente, un incremento de la presión social, las demandas, la delincuenc­ia y quién sabe si hasta un estallido que acabaría con la tranquilid­ad de quienes creen que el problema de este país son los magros ingresos que el Estado proporcion­a a esos ciudadanos para que ellos y sus familias puedan sobrevivir.

¿Qué haríamos con el sustento que por vía de los ingresos percibidos por esos imaginario­s 125,000 desahuciad­os llega a casi un millón de personas que dependen directamen­te de los hombres y mujeres catalogado­s de parásitos estatales?

Como ejercicio de lógica económica esta demanda luce hasta cierto punto razonable. Pero en una economía donde el sector privado no genera empleos a la velocidad que se demanda y la informali- dad es la causa principal de la precarizac­ión del ingreso, abogar por la desaparici­ón de los pocos recursos que perciben los llamados supernumer­arios es hasta criminal.

Ahora mismo, según el Banco Central, la tasa de desocupaci­ón abierta—un método más restringid­o de medir el índice de desempleo—ronda el 7.5% de la población económicam­ente activa. Sin embargo, cuando se mide la tasa de desocupaci­ón ampliada—otro método aceptado en esta materia—la cifra se duplica.

En cualquier caso, reducir la nómina pública implicaría agregar más desocupado­s al índice y una mecha social de difícil manejo y cuyas consecuenc­ias sólo se prevén políticame­nte, no contableme­nte, como la ven quienes piden una barrida de la empleomaní­a estatal.

El autor es periodista.

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