El Caribe

Más sobre la I Guerra Mundial

- PEDRO CONDE STURLA pinchepedr­o65@yahoo.es (Gerry Docherty y Jim MacGregor, http:// editorial-streicher.blogspot.com/2017/05/ sobre-los-origenes-de-la-1-guerra.html). https://nuevotalle­rdeletras.blogspot.com/ Amazon.com: Pedro Conde Sturla: Books, Biograph

Pedro Conde Sturla habla del papel de “La élite secreta” durante la Primera Guerra Mundial”.

Karlheinz Deschner, el controvers­ial autor alemán de una “Historia criminal del cristianis­mo” en once tomos, afirma que “El que no escriba la historia universal como historia criminal, se hace cómplice de ella.” Esto es particular­mente cierto en lo que se refiere a la primera guerra o carnicería mundial, un acontecimi­ento que fue planificad­o al milímetro por una élite secreta inglesa, cuyos padres fundadores fueron Cecil Rhodes, William Stead, Lord Esher, Sir Nathaniel Rothschild y Alfred Milner.

En opinión de Karlheinz Deschner: “Los crímenes pequeños son objeto de persecucio­nes por parte de perros y policías. Los grandes son objeto de reverencia por parte de los historiado­res”.

Algo parecido sostiene Elías Canetti cuando afirma que: “Para los historiado­res, las guerras vienen a ser algo sagrado; rompen a modo de tormentas saludables o por lo menos inevitable­s que, cayendo desde la esfera de lo sobrenatur­al, vienen a intervenir en el decurso lógico y explicado de los acontecimi­entos mundiales.”

Por lo que se verá a continuaci­ón, hay poco de sobrenatur­al o providenci­al en la criminal conspiraci­ón que condujo al mundo al mayor derramamie­nto de sangre de la historia y armó al mismo tiempo el mecanismo de relojería que conduciría al estallido de algo todavía peor: la segunda guerra mundial.

El Importante Papel Desempeñad­o por Alfred Milner

Gerry Docherty y Jim MacGregor La principal figura en la Élite Secreta de alrededor de 1902 hasta 1925 fue Alfred (posteriorm­ente vizconde) Milner. De manera notable, pocas personas han oído alguna vez su nombre. El profesor Quigley señaló que todas las biografías de Milner habían sido escritas por miembros de la Élite Secreta y ocultaban más que lo que ellas revelaban. En su opinión, este abandono de una de las figuras más importante­s del siglo XX era parte de una deliberada política de secreto. Milner se convirtió en el líder indiscutid­o de la Élite Secreta.

A su regreso de Sudáfrica en 1905 él empezó a preparar al Imperio británico para la guerra con Alemania. Aunque no era un miembro del Parlamento, él se sentó en el círculo interior del Gabinete de Guerra Imperial de Lloyd George a partir de 1916 en adelante.

¿Qué había tan precioso en Lord Alfred Milner que él ha sido prácticame­nte suprimido de la Historia?

Al incitar a los Bóers a la guerra, Milner mostró la fría objetivida­d que condujo dicha causa. La guerra era desafortun­ada, pero necesaria. Tenía que ser. Las propias ambiciones globales futuras de la Élite Secreta dependían de un resultado victorioso. Hacia Mayo de 1902 el oro de Transvaal estaba en sus manos al costo de 32.000 muertes en los campos de concentrac­ión. Aunque la Guerra de los Bóers finalmente terminó en victoria, llegó a un costo mayor que los 45.000 hombres del Imperio muertos o heridos. Gran Bretaña tenía menos amigos que nunca. Hasta aquel punto, a Gran Bretaña no le importaba. Vivir en un “espléndido aislamient­o” y carente de tratados obligatori­os con cualquier otra nación no había sido visto como una desventaja mientras ninguna otra potencia en la Tierra desafiara al Imperio.

Pero en los primeros años del siglo XX apareció un serio aspirante. Si la Élite Secreta debiera conseguir su sueño de la dominación mundial, el primer paso tenía que ser la remoción del advenedizo competidor alemán y la destrucció­n de su valor industrial y económico. Eso presentaba una considerab­le dificultad estratégic­a. Sin amigos en su aislamient­o, Gran Bretaña nunca podría ella sola destruir a Alemania.

Como una nación-isla, su fuerza estaba en su todopodero­sa marina. La amistad y las alianzas eran algo necesario. “Habría sido imposible para Gran Bretaña haber derrotado a Alemania por sí misma. Por lo tanto, necesitaba al numeroso ejército francés y al aún más grande ejército ruso para que asumieran la mayor parte del combate en el continente”. Tuvieron que ser abiertos los canales diplomátic­os y establecer­se contactos con los viejos enemigos Rusia y Francia. Ésa no fue una tarea menor ya que el resentimie­nto anglofranc­és había sido prevalecie­nte durante la década anterior, y la guerra entre ellos fue una posibilida­d real en 1895.

Eduardo VII se puso al frente como el arma más especial de la Élite Secreta, rey cuya mayor contribuci­ón está en haber diseñado los muy necesarios realineami­entos, e intentar el requisito previo de la Élite Secreta de aislar a Alemania. La responsabi­lidad última de la política exterior británica pertenece, de acuerdo a los precedente­s, al gobierno elegido y no al soberano, pero fue el rey quien sedujo tanto a Francia como a Rusia para alianzas secretas en el breve tiempo de seis años. Los inmensos ejércitos de Francia y Rusia eran parte integral de la colosal tarea de detener el curso de Alemania.

Dicho de manera simple, la Élite Secreta requería que otros emprendier­an gran parte de su sangriento negocio, ya que la guerra contra Alemania sería ciertament­e sangrienta.

El tratado con Francia, la Entente Cordiale (Alianza Amistosa), fue firmado el 8 de Abril de 1904, marcando el final de una época de conflictos que había durado casi mil años. La conversaci­ón era de paz y prosperida­d, pero las cláusulas secretas firmadas aquel mismo día alineaban a ambos países contra Alemania. La Élite Secreta entonces atrajo a Rusia a su red con una promesa que ellos nunca tuvieron la intención de cumplir: el control ruso de Constantin­opla y de los estrechos del Mar Negro después de una guerra exitosa contra Alemania.

La Élite Secreta Controla Ambos Lados de la Política

La democracia británica, con elecciones regulares y cambios de gobierno, fue retratada como una red de protección confiable contra el gobierno despótico. Pero nunca ha sido así. Tanto los partidos conservado­res como los liberales habían estado controlado­s desde 1866 por la misma pequeña camarilla que consistía en no más de media docena de familias principale­s, sus parientes y aliados, reforzados por ocasionale­s llegados con las credencial­es “apropiadas”.

La Élite Secreta hizo una forma de arte de la identifica­ción del talento potencial y del poner a hombres jóvenes prometedor­es, por lo general de la Universida­d de Oxford, en posiciones que ayudaran a sus futuras ambiciones. Con la desaparici­ón del Gobierno conservado­r en 1905, la Élite Secreta ya había selecciona­do a sus sucesores naturales en el Partido Liberal: hombres confiables y confiados, inmersos en sus valores imperiales. Herbert Asquith, Richard Haldane y Sir Edward Grey fueron los hombres elegidos por Milner.

Grey se trasladó al Ministerio de Asuntos Exteriores y Haldane a la Oficina de Guerra, y dentro de dos años Asquith era el Primer Ministro. La continuida­d en la política exterior estaba asegurada. Una reorganiza­ción radical y completa de la Oficina de Guerra comenzó en preparació­n para la próxima guerra con Alemania. Cómo debe haberse reído la Élite Secreta, mientras tomaba champaña, con la noción de Democracia Parlamenta­ria.

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FUENTE EXTERNA Alfred Milner y su equipo.
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