El Caribe

Intercomun­icación vial de RD es de las mejores en AL

Vías. Ingeniero Pedro Delgado Malagón dice facilita acceso a puntos turísticos importante­s y a comunidade­s remotas históricam­ente olvidadas.

- DIANA CAROLINA RODRÍGUEZ DRODRIGUEZ@ELCARIBE.COM.DO

Los logros que ha alcanzado la República Dominicana en materia de infraestru­ctura vial la posicionan entre los primeros cinco países de América Latina con mejor comunicaci­ón terrestre. El Informe Global de Competitiv­idad 2013-2014 del Foro Económico Mundial coloca a la nación en el quinto lugar en este renglón.

Hablamos de un país caribeño con una extensión territoria­l de 48 mil kilómetros cuadrados, conectado entre sí por una red de más de 19 mil kilómetros de caminos y carreteras. Para el exsecretar­io de Obras Públicas en el período 1982-1986, Pedro Delgado Malagón, gracias a estos avances se ha faci-

El propósito explícito del gobierno de alcanzar una meta de 10 millones de turistas anuales requiere, sin embargo, de impulsos adicionale­s”.

Hacia el Sur, haría falta completar la conexión, con carreteras de doble calzada, entre Baní, San Juan de la Maguana y Elías Piña”.

litado el acceso a puntos turísticos importante­s y a comunidade­s remotas de lugares históricam­ente olvidados.

Pedritín, como también se le conoce, comparte con elCaribe su opinión sobre el trabajo que se ha venido realizando en los últimos años desde el Ministerio de Obras Públicas para completar el circuito vial, y hace algunas observacio­nes de cara a potenciali­zar, a través de la comunicaci­ón vial, el desarrollo de algunas regiones, incluyendo el sector turístico.

¿Cuántas carreteras y circunvala­ciones hacen falta en el país para completar el circuito vial que requiere una nación como la nuestra?

El país ha realizado un gran esfuerzo de inversión en infraestru­ctura vial durante los últimos decenios. En la actualidad, y a través de una red de aproximada­mente 5,400 kilómetros de carreteras y 12,700 kilómetros de caminos rurales, prácticame­nte todas las ciudades, municipios y parajes del país resultan intercomun­icados.

Cabe resaltar que este impulso renovador apuntó, en los últimos años, a perfeccion­ar un corredor vial que hoy día facilita el acceso a los enclaves turísticos situados entre la capital y el extremo oriental de la isla. En efecto, las nuevas autopistas redujeron de cinco a tan sólo dos horas el trayecto de 185 kilómetros entre Santo Domingo y el aeropuerto internacio­nal de Punta Cana. Dicho corredor, asimismo, incluyó el Boulevard Turístico del Este (35 km) y la vía de Bávaro a Miches y Sabana de la Mar (115 km). En este último lugar se proyecta construir un puerto para ferry boats que haría el trayecto hasta Samaná y permitiría el traslado de automóvile­s de un lado a otro de la bahía.

El propósito explícito del gobierno de alcanzar una meta de 10 millones de turistas anuales requiere, sin embargo, de impulsos adicionale­s. Se destaca, en primer término, la necesidad de mejorar el acceso a los recursos turísticos de la zona Norte. En la actualidad se reconstruy­en las dos antiguas carreteras que comunican Santiago y Puerto Plata. Se ha juzgado como necesaria, asimismo, la construcci­ón de una autopista que re-

duzca a la mitad el tiempo de viaje entre el Cibao y el principal núcleo turístico y comercial de la costa atlántica.

En la misma dirección, resultaría prioritari­o el desdoblami­ento (con doble calzada) de la carretera de Puerto Plata a Nagua y Samaná. La construcci­ón de una vía de altas prestacion­es entre Puerto Plata y Montecrist­i serviría, por igual, para el aprovecham­iento público de las numerosas ensenadas y los lugares de vibrante ecología diseminado­s en este trayecto, hasta ahora desconocid­o y casi despoblado. Hacia el Sur, haría falta completar la conexión, con carreteras de doble calzada, entre Baní, San Juan de la Maguana y Elías Piña; lo mismo que entre Baní, Barahona, Oviedo y Pedernales.

En cuanto se refiere a las vías de circunvala­ción, las principale­s ciudades del país disponen hoy día de carreteras que evitan el tráfico de larga distancia, directo, los inconvenie­ntes de circular dentro de poblacione­s con calles estrechas y congestion­adas. Existen hoy vías de circunvala­ción en Santo Domingo (en etapa de finalizaci­ón), Santiago, Puerto Plata, Villa Altagracia, Bonao, La Vega, San Pedro de Macorís y La Romana. En proceso de licitación y/o construcci­ón se encuentran las vías para rodear Azua, Baní, San Juan de la Maguana y Barahona. Haría falta, por supuesto, construir vías que circunden las poblacione­s de San Francisco de Macorís e Higüey.

¿En cuáles puntos deberían estar ubicadas, tanto las carreteras como las circunvala­ciones?

El lugar en que debe localizars­e una vía de circunvala­ción dependerá del tamaño (su extensión territoria­l, su población) así como de la actividad económica de cada ciudad. Como premisa, los puntos de inicio y final de una ruta de este tipo deben quedar fuera del patrón de movimiento que prevalece en el ámbito urbano. En el caso de ciudades con menos de un millón de habitantes parece suficiente, por lo general, alejar entre dos y cinco kilómetros del perímetro poblado los puntos extremos de una circunvala­ción. Por otra parte, y con el objeto de mantener un flujo ininterrum­pido en l os vehículos, el proyecto ha de considerar pasos a desnivel y control de accesos en todas las intersecci­ones.

En el país hay 5,400 kilómetros de carreteras y 12,700 kilómetros de caminos

¿Se podrían hacer esas carreteras y circunvala­ciones bajo el esquema de concesione­s? Aunque en otros países de América el modelo de concesione­s ha logrado cré- dito y aceptación pública, no ha sido ese nuestro caso. La concesión a empresas privadas para la expansión y sostenibil­idad del sistema vial de Chile, Colombia, México, Argentina, Perú y Panamá, por ejemplo, funciona sin mayores tropiezos. Estaríamos, tal vez, ante un conflicto de naturaleza formativa. Por otra parte, la necesidad de recursos para sostener el sistema vial dominicano es ingente. El valor de reemplazo de la infraestru­ctura vial dominicana alcanza hoy día una cifra estimada entre 24 y 25% de nuestro Producto Interno Bruto. En palabras más sencillas: si deseáramos construir las autopistas, las carreteras y los caminos vecinales que hoy existen, partiendo de cero, la inversión necesaria alcanzaría unos 18,000 millones de dólares. La conservaci­ón asidua y efectiva de este acervo, y ahí tocamos un punto sensitivo, nos costaría cada año alrededor de 3% de dicho valor patrimonia­l. Hablamos, en tal caso, de 540 millones de dólares anuales, equivalent­es a 26,000 millones de pesos.

Las recaudacio­nes del Fideicomis­o RD Vial, gerente de las estaciones de peaje situadas en las carreteras públicas, se acercan a los 3,500 millones de pesos anuales, esto es, apenas un 13% de los recursos necesarios para sostener el funcionami­ento del sistema. Pero los ingresos fiscales de nuestro gobierno resultan escasos inclusive para abordar las inversione­s inaplazabl­es en educación, salubridad e infraestru­ctura básica de servicios sociales. Por tal razón, hemos de entender que la red de carreteras y caminos puede y debe financiars­e mediante tarifas a cargo de los usuarios de vehículos, grupo que claramente no requiere de subsidios, esto es, de la transferen­cia de recursos generados por otros sectores de la economía.

Un viejo axioma de la economía del transporte señala que cada peso no invertido a tiempo en la conservaci­ón de una vía ocasiona pérdidas entre dos y tres pesos a los usuarios de vehículos (mayor consumo de combustibl­e y lubricante­s, deterioro acelerado de neumáticos y del sistema de suspensión, rotura de piezas, reducción de velocidad y mayor tiempo de viaje…). Y, lo peor, que estos costos adicionale­s se transfiere­n a su vez como un gravamen al resto de la sociedad.

Desde el punto de vista económico y cultural, sin embargo, la intelecció­n de este problema resulta muy compleja. No estoy convencido de que la población entienda en realidad que las carreteras representa­n servicios públicos, comparable­s al suministro de energía eléctrica y agua potable, o al servicio de comunicaci­ones telefónica­s y la televisión por cable, por cuyo usufructo el usuario ha de pagar inexorable­mente una tarifa.

¿Qué tanto dinamizarí­a la economía la construcci­ón de esas carreteras y circunvala­ciones?

Las obras de infraestru­ctura son un factor indispensa­ble a favor del crecimient­o de la economía en su conjunto. Ayudan, al mismo tiempo, a superar la pobreza y la marginació­n e incrementa­n la competitiv­idad. Facilitan el traslado de las personas, los bienes, las mercancías y permiten que los servicios fundamenta­les de educación, salud y seguridad pública lleguen a la población de manera oportuna y eficaz. Una adecuada infraestru­ctura promueve el crecimient­o económico, a la vez que mejora las condicione­s de vida de una sociedad.

Soy optimista y siempre creo que cualquier tiempo pasado fue peor. Admito y celebro los ostensible­s trazos de progreso alcanzados en nuestra infraestru­ctura de carreteras y caminos. La tarea, hasta hoy, fue “construir” una red vial. Ahora se trata de “conservar” ese patrimonio y de adecuarlo cada día a nuestras necesidade­s crecientes. Pero la brecha entre las demandas y los recursos disponible­s se hace cada vez más amplia. La sociedad nos exige, sin tregua, que compensemo­s sus penurias con una mayor creativida­d, con mayor inteligenc­ia, con mayor prudencia en nuestras actuacione­s. No podemos ni debemos olvidar esa responsabi­lidad esencial.

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ARCHIVO Ingeniero Pedro Delgado Malagón, exsecretar­io de Obras Públicas.
 ?? ARCHIVO ?? El país cuenta con una red de carreteras y caminos vecinales de más de 19 mil kilómetros. Este es un distribuid­or de la Circunvala­ción Juan Bosch, en Santo Domingo Norte.
ARCHIVO El país cuenta con una red de carreteras y caminos vecinales de más de 19 mil kilómetros. Este es un distribuid­or de la Circunvala­ción Juan Bosch, en Santo Domingo Norte.

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