El Caribe

Lectura después de Semana Santa

- MIGUEL GUERRERO

Pocas composicio­nes despiertan el entusiasmo de los aficionado­s a la ópera como Rigoletto, el drama de venganza, amor filial, pasión y engaño en tres actos de Giuseppe Verdi (1813-1901). Para muchos verdianos el momento más emocionant­e se da en el acto final en el que el Duque de Mantua inter- preta la famosa aria para tenor La donna é mobile a la que sigue el no menos famoso cuarteto Bella figlia del amore.

Los entendidos consideran esta ópera, estrenada en 1851, como una excepciona­l e inigualabl­e obra maestra, y al compositor como genuino exponente del tránsito entre el bel canto de Rossini, Donizetti y Bellini, y el verismo hasta Puccini.

Lo fascinante de este cuarteto es que el tenor, debe cantar todo el tiempo en registro agudo y mantenerse así por encima de las otras tres voces de barítono (el jorobado bufón Rigoletto, protagonis­ta del drama), soprano (Gilda, su hija) y contralto (Maddalena). La pieza es una de las más celebradas del repertorio verdiano, debido a que esas cuatro voces se fusionan excepciona­lmente al final de la melodía hasta formar un todo pleno de fuerza sobrecoged­ora.

Los biógrafos de Verdi aseguran que el escritor francés Víctor Hugo, autor del drama “Le roi s´amusse”, en que se basa el guion de la obra, después de asistir a una de las primeras representa­ciones de Rigoletto, le confió a Verdi su admiración y envidia, por haber logrado que cuatro voces diferentes, cantando a la vez y expresando sentimient­os diferentes, pudieran compenetra­rse con tanta belleza y perfección, algo que a su juicio no resulta posible de alcanzar en una obra teatral.

Es prácticame­nte imposible escuchar o ver esta obra y no prenderse para siempre de ese inigualabl­e género musical. Si Dios le ha hablado a seres humanos debió hacerlo al autor mientras escribía Rigoletto, a Puccini en Turandot y a Beethoven siempre, tanto y tan alto que acabó dejándolo sordo.

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