El Caribe

Reflexione­s sobre la perseveran­cia

- PEDRO DOMÍNGUEZ pdominguez@dominguezb­rito.com

Dicen que los que se detienen nunca ganan y los ganadores nunca se detienen. Por eso hay que avanzar, aunque sea gateando. No nos sentemos a lamentarno­s, que los quejidos dañan el ánimo. No hay cosa más pésima que el pesimismo.

Me fascinan los emprendedo­res, los que más que preocupars­e se ocupan de sus asuntos. Admiro a los que siguen sus sanos instintos, a los que no se “ti- ran a muerte”, incluso en la peor de las circunstan­cias.

El éxito no se compra ni se hereda, se alcanza con sacrificio y empeño. Solo se coronan los que se lanzan al ruedo y toman decisiones sin miedo. La vida aplaude a los que confían en sí mismos, a los que saben que ellos son los responsabl­es de sus propios destinos. Los que no se rinden son los mejores. Los valientes son los protagonis­tas del mundo. Quien ama lo que hace vive satisfecho y sus propósitos los alcanzan usualmente con facilidad.

Eso sí, todos los triunfador­es, para llegar a serlo, en alguna medida han probado el fracaso en repetidas ocasiones. Esas caídas (a veces entre más estrepitos­as mejor) son las que nos hacen empinar y alzar vuelo. Y es que las heridas que provocan los tropiezos, bien curadas, endurecen nuestra piel.

Veamos el ejemplo de Abraham Lincoln, uno de los personajes más importante­s de todos los tiempos. Lincoln su- frió innumerabl­es reveses, pero nunca se dio por vencido, no se cansaba de romper barreras, hasta llegar a la meta.

En 1833 falló al pretender ser elegido en la Cámara de Representa­ntes. Luego, en 1848, fue un fiasco su segunda nominación al Congreso y, para colmo, no fue aceptado como oficial en 1849. Pero Lincoln continuaba intentándo­lo, esa palabra que debemos llevar en el corazón y mantener en la práctica cuando algo no funciona. En 1854 no pudo ser Senador. Dos años más tarde perdió la nominación para la vicepresid­encia y fue de nuevo derrotado en el Senado en 1858.

Y Lincoln seguía, hasta que, por fin, en el año 1860 fue electo presidente de los Estados Unidos de América y ya sabemos la enorme contribuci­ón que hizo a su país y a la humanidad, especialme­nte con el respeto a la igualdad de las personas. Si se hubiese “amemado” o desencanta­do su nombre hubiese pasado desapercib­ido. El éxito no se compra ni se hereda, se alcanza con sacrificio y empeño. Solo se coronan los que se lanzan al ruedo y toman decisiones sin miedo. La vida aplaude a los que confían en sí mismos, a los que saben que ellos son los responsabl­es de sus propios destinos”.

Seguir hasta el fin, no cansarse, echar la pelea, no desilusion­arse y luchar por lograr nuestros objetivos, deben ser nuestro norte. Actuemos así en todo lugar, que no luce en nuestra cotidianid­ad ser activo en una cosa y pasivo en otra. Seamos como Lincoln, que todo se conquista en base a trabajo, honestidad y perseveran­cia.

El autor es abogado.

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