El Caribe

Dejando a un lado la política

- MIGUEL GUERRERO

Muchos amantes de la ópera creen que la coloratura es propia sólo de las buenas sopranos líricas ligeras, pero como técnica al fin es realizable en todo tipo de voz. La coloratura ( color) requiere de una buena dicción y sobre todo de un canto preciso, ya que no es más que la capacidad de ejecutar sucesiones de notas rápidas y de esta manera poder extender la vocal de una sílaba a varias notas seguidas.

Las composicio­nes de Mozart demandan el dominio perfecto de esa técnica y grandes compositor­es del bel canto la elevaron al extremo de amplitud, agilidad y rapidez, como figuran en casi todas las obras de Rossini, Bellini y Donizetti, aunque no con la misma frecuencia e intensidad en las de Verdi y Puccini, considerad­os ambos, sin embargo, como los dos más grandes genios de la tradición italiana de la ópera. Los compositor­es contemporá­neos, los que han perpetuado con su genio el rico legado de sus antecesore­s, no hicieron de ella un recurso habitual de sus obras y esa ha sido la causa de que muchos críticos del arte lírico cuestionen permanente­mente si fue debido a que no encontraro­n la forma de integrar esa técnica de modo natural a sus creaciones.

La coloratura fue un recurso usual de la música barroca y se la utilizaba para permitir a los cantantes lucirse en los escenarios. Para Bach, por ejemplo, la agilidad instrument­al que supone la ejecución de coloratura­s en toda la tesitura de la voz, era la condición imprescind­ible a todo buen cantante. En los ambientes líricos se habla a menudo de la supuesta superiorid­ad de las sopranos wagneriana­s, y la habilidad de estas para dominar la técnica, aunque los biógrafos sostienen que Wagner considerab­a la coloratura como una técnica superficia­l. Las notas más altas de algunas arias que suelen dar los cantantes no figuran en las partituras originales, pero se han hecho tan populares que es casi imposible prescindir de ellas.

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