El Caribe

Haití: entre la ideología y la realidad

- FELIPE AUFFANT NAJRI felipe.auffant@gmail.com

Las ideologías necesitan de una narración. Las narracione­s, a su vez, necesitan de un punto de partida, que muchas veces delimita un antes y un después. Esto así, por lo difícil que nos resulta contar una historia sin un comienzo. Estas reflexione­s las hacemos a raíz de haber leído en el periódico español El País, el artículo de la Sra. Elissa L. Lister, titulado “El si- lencio de 80 años de racismo y genocidio en la República Dominicana.” Los ochenta años significan que la narrativa o argumentos del artículo arrancan en el año 1937, con una especie de pecado original cometido por todos los dominicano­s, o por el “Estado Dominicano,” con la matanza de haitianos por parte de Trujillo. Es decir, antes de 1937 debió existir o bien un vacío histórico, o una suerte de paraíso terrenal. Debemos confirmar nuestra creencia que los actos ocurridos en 1937 estuvieron motivados por un profundo odio, pues nadie comete semejante atrocidad animado por el amor al prójimo. Sin embargo, la narrativa de la profesora Lister resulta injusta, pues resalta los crímenes de Trujillo y sus secuaces contra los haitianos, olvidando sus crímenes contra los dominicano­s, como el de las hermanas Mirabal, cargado del mismo odio sanguinari­o. Siendo así, el argu- mento ideológico del racismo dominicano se resquebraj­a cuando aceptamos que la criminalid­ad de Trujillo no era exclusiva contra los haitianos, sino contra todos. Pero hay algo más, el relato a partir de 1937 obvia las atrocidade­s cometidas contra los dominicano­s durante el siglo XIX. Al señalar esto no intentamos el absurdo de justificar los crímenes de unos, por los crímenes de otros. Mencionamo­s estos hechos por otra razón. Cuando Leonel Fernández donó un campus universata­rio a Haití, a nombre del pueblo dominicano, sugirió el nombre de Juan Bosch para nominarlo. Los haitianos se resistiero­n a honrar al intelectua­l y político dominicano. En nuestra opinión estaban en su derecho de aceptarlo o rechazarlo. Lo que resulta digno de destacar es que no reemplazar­on el nombre de Bosch, con los de prohombres inobjetabl­es como Nelson Mandela, o Martin Luther King. Ni siquiera escogieron el de Alexandre Pétion, quien limitó la violencia contra los dominicano­s. Nada de eso. Decidieron honrar a Henri Cristophe, cuyas tropas asesinaron a los miembros del cabildo de Santiago, colgando sus cuerpos mutilados y desnudos del balcón del Ayuntamien­to. No satisfecho­s con esto, dichas tropas quemaron vivo al sacerdote José Vásquez, pasando por el cuchillo a todos sus feligreses, para luego incendiar la iglesia, con todos los cadáveres dentro. Hace seis años, pues, nuestros vecinos nos recordaron que la historia no comenzó en 1937, y que la historia anterior a ese año está muy viva en su imaginació­n, develando que los hechos son rebeldes y las ideologias ridículame­nte simplistas. El autor es empresario.

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