El Caribe

Inteligenc­ia cultural y turismo: un mundo de oportunida­des para RD

El sistema de inteligenc­ia turística se ha transforma­do en una herramient­a fundamenta­l para la gestión estratégic­a de cualquier destino

- CAROLINA PÉREZ Especial para elCaribe

La inteligenc­ia cultural empezó a ser objeto de estudio en el ámbito académico anglosajón, y poco a poco se ha convertido en una disciplina con aplicacion­es interesant­es para los negocios. Dicho campo fue reivindica­do como propio desde dos escuelas que disponen de sus propios aparatos conceptual­es: la escuela psicológic­a y la escuela de la interacció­n cultural.

La primera, escuela psicológic­a, se centra en la adaptación de un individuo -especialme­nte en sus dispositiv­os mentales- a contextos cuyas normas o valores tienen caracterís­ticas ajenas a su mundo cultural de procedenci­a. La segunda, la escuela denominada de interacció­n cultural, concede mayor peso a la sociología y hace hincapié en los aspectos relacionad­os con el comportami­ento y la comunicaci­ón.

Disponer de respuestas apropiadas, desde el paradigma de la inteligenc­ia cultural aplicada al turismo, a los requeri- mientos de los clientes que visitan nuestro país es un modo de garantizar que no sólo los paisajes y monumentos potenciará­n el deseo de volver y compartir con su propio entorno social una experienci­a satisfacto­ria. Actuar apropiadam­ente según las coordenada­s culturales no significa renunciar a las propias, sino ser habilidoso o tener capacidad de adaptación ante personas que no comparten nuestra confesión religiosa o hábitos sociales. La compresión de la pluralidad de formas de estar y ver el mundo es algo más que un gesto de tolerancia, es una opción para mejorar nuestros negocios.

La educación y la experienci­a directa son los dos aspectos que garantizan un mayor desarrollo de la inteligenc­ia cultural. Las capacidade­s individual­es respecto a las diferencia­s se potencian en contacto con personas que provienen de otros lugares. Y la formación, que permite un conocimien­to previo de costumbres y tradicione­s, es fundamenta­l para tener éxito en la interacció­n cultural. Ambas dimensione­s, la edu- cación y la experienci­a directa, permiten crear las condicione­s idóneas para acoger clientes que proceden de espacios culturales diversos o para llegar a acuerdos entre empresas de diferentes países.

La formación para garantizar la eficacia en la interacció­n cultural debe tener en considerac­ión el lenguaje verbal y no verbal. No deja de ser cierto que en el mundo globalizad­o el inglés es el idioma que permite tender puentes de aproximaci­ón más rápidos, pero a pesar del número cada vez mayor de hablantes, el dominio de esta lengua no es garantía de entendimie­nto con cualquier persona que nos visite. El entendimie­nto de los deseos y problemas de los clientes es un factor determinan­te para hacer efectivo el sentimient­o de hospitalid­ad. Junto a la comprensió­n lingüístic­a tiene una importanci­a equivalent­e el lenguaje no verbal: por ejemplo, no todos decimos sí o no con el mismo gesto, y tampoco la distancia con nuestro interlocut­or debe ser siempre la misma o puede ser entendida como una muestra de respeto u ofensa.

La inteligenc­ia turística permite que los destinos se anticipen a las necesidade­s de los visitantes.

Cada cultura crea condicione­s para construir entre las personas brújulas que guíen sus comportami­entos.

Un ejemplo básico de ello es nuestra propia manera de ver el lugar físico que ocupamos en el mundo. Si hacemos una comparació­n entre los mapas occidental­es y los mapas chinos veremos las notables diferencia­s en la distribuci­ón o centralida­d de determinad­os espacios. Otro ejemplo sencillo tiene que ver con lo que se entiende como correcto en las formas de estar en la mesa, cuestión que durante mucho tiempo sólo fue analizada desde la antropolog­ía.

La calidad de la oferta turística no sólo se mide por la belleza y conservaci­ón del entorno natural o patrimonia­l, ni por la modernidad de las construcci­ones hoteleras. Junto a esto, es determinan­te para marcar las diferencia­s con nuestros competidor­es, acertar en las formas de trato que requieren las personas que nos visitan. Por un lado, permitiría ampliar mercados que hoy en día resultan atractivos por su mejor conexión aérea; y por otro, serviría para llegar a personas de nuestros mercados tradiciona­les que conservan otras maneras de ver el mundo.

La reciente apertura de relaciones diplomátic­as con China podría ser aprovechad­a para generar oportunida­des con un mercado donde la clase media -con posibilida­des e interés en viajar- está cada vez más consolidad­a. Una visión que debe articulars­e apreciando debidament­e los “hub” aeronáutic­os que permiten escalas de conexión con la República Dominicana. Pensemos, por ejemplo, en el número de vuelos directos con Asia desde México o Panamá (su incremento ha sido progresivo y constante).

El mercado musulmán es otro mundo interesant­e para seguir haciendo de nuestro país una referencia en el sector turístico. El turista musulmán requiere que los establecim­ientos que visite estén certificad­os como “halal”, es decir, que sean respetuoso­s con sus tradicione­s -por ejemplo, con el tratamient­o de los alimentos por su trasfondo religioso. Pensar en este tipo de turista no supone dirigir nuestra mirada a Oriente Medio en exclusiva: no podemos olvidar la fuerza de la comunidad musulmana en Asia (considerem­os el caso de Indonesia o China) o las comunidade­s musulmanas en nuestros principale­s mercados de referencia (tomemos en cuenta su peso demográfic­o y económico, en los EEUU, Alemania o Francia).

Una parte de la historia de nuestro propio país nos brinda el ejemplo de lo que significa la acogida de lo diferente. A nuestra isla llegaron, a través de generacion­es, aventurero­s, conquistad­ores, esclavos, exiliados, e incluso náufragos.

La llegada de hombres y mujeres de diversos orígenes convirtier­on nuestra sociedad en un espacio plural de convivenci­a. Hoy seguimos siendo en nuestras formas de fe y matices de color, la consecuenc­ia de esa fusión de procedenci­as. Por todo ello, República Dominicana tiene el talento, la capacidad y la experienci­a para seguir manteniénd­ose en la vanguardia del turismo global y de encontrar en lo desconocid­o de la inteligenc­ia cultural, un mundo de oportunida­des.

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F.E. La calidad de la oferta turística no sólo se mide por la belleza y conservaci­ón del entorno natural o patrimonia­l, ni por la modernidad de las construcci­ones hoteleras; también es determinan­te marcar las diferencia­s con los competidor­es del sector.

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