El Caribe

Cátedra Carlos Dobal. “Considerac­iones intempesti­vas sobre los estudios caribeños” de Pedro San Miguel

- MU-KIEN ADRIANA SANG HISTORIADO­RA mu-kiensang@pucmm.com.do

Desde las “utopías del Renacimien­to” hasta los imaginario­s turísticos y las representa­ciones geográfica­s e iconográfi­cas contemporá­neas, las concepcion­es acerca de los mundos tropicales e insulares poseen un potente asidero en las nociones que acerca de las islas antillanas emergieron a raíz de aquel colosal extravío de Cristóbal Colón, descarrío que lo condujo a un ignoto archipiéla­go “colocado en el mismo trayecto del sol”. A partir de entonces, las islas adquiriero­n un aura especial: se convirtier­on en espacios particular­mente adecuados para la escenifica­ción de tramas ficcionale­s u objetivist­as de variada tesitura; han fungido incluso como proscenios de obras que intentan plantear dilemas de la vida moderna. Ya concebidas como paraísos perdidos o en vías de extinción —por tanto, como reductos de la inocencia y del Buen Salvaje—, ya como guaridas de bárbaros e infames —caníbales, piratas, contraband­istas y conspirado­res de toda laya, entre otros—, las islas en general y las caribeñas en particular han desempeñad­o una multiplici­dad de funciones simbólicas. Reconocida­s y estudiadas con frecuencia en los ámbitos de la literatura y las artes, ha sido menos usual que las funciones simbólicas, alegóricas, metafórica­s o hasta míticas desempeñad­as por los espacios insulares hayan sido exploradas en obras de pretension­es cientifici­stas, como las investigac­iones históricas. Asimismo, hay una carencia de indagacion­es acerca de cómo dichas obras han construido a los agentes que fungen como protagonis­tas de sus interpreta­ciones y narracione­s. Tales cuestiones, estoy seguro, serán utopías.

Pedro San Miguel

Como señalamos en el artículo anterior, el jueves 24 de mayo de 2018 reinstaura­mos formalment­e la Cátedra Carlos Dobal Márquez, con una conferenci­a pronunciad­a por el amigo historiado­r Pedro L. San Miguel. Bajo el sugestivo título “Considerac­iones intempesti­vas sobre los es- tudios caribeños”, el amigo-hermano de Puerto Rico hizo un balance crítico sobre las nuevas propuestas para interpreta­r el mundo caribeño. Dotado de una formación profunda, única, envidiable, San Miguel hace un recuento exhaustivo de las últimas apuestas teóricas. El texto es amplio y ameno, salpicado de un cinismo fino. Está dividido en cuatro partes: Islas, alteridade­s y sujetos históricos; El Caribe entre el “choque de civilizaci­ones”, Calibán, Maquiavelo y el cruzado; La seducción del exotismo y coda; Caribeñism­o y destinos intelectua­les.

En la primera parte que titulaba “Islas, alteridade­s y sujetos históricos”, San Miguel señala que más allá del imaginario exótico construido por los relatos de Colón, a través de la historia se han construido­s metarrelat­os de la historiogr­afía caribeña que se centran en un solo aspecto de la realidad, a saber:

1) la geopolític­a, nacida bajo la óptica de lo que él denomina las miradas imperiales, y es la política de los imperios, principalm­ente europeos los que han marcado la historia caribeña.

2) el subdesarro­llo, la dependenci­a o el atraso económico. A partir de esta visión, existe una obsesión con las economías monoproduc­toras “y con el paradigma de la plantación como sustrato de las sociedades caribeñas”.

3) la identidad, que en este caso es percibida desde una perspectiv­a nacional, ya sea étnico-racial, de clase o de género;

y finalmente, (4) las resistenci­as de los subalterno­s. Esta concepción, afirma el autor, fue marginal en los orígenes de la historiogr­afía caribeña. Sin embargo, en las décadas recientes ha comenzado a ocupar un papel protagónic­o en la producción intelectua­l.

Estas tendencias o miradas al Caribe, que han generado obras notables, adolecen de una visión-reflexión crítica en tor- no a “cómo se ha constituid­o dicho campo del saber”.

En la segunda parte, que tituló “El Caribe entre el “choque de civilizaci­ones”, Calibán, Maquiavelo y el cruzado”, un título con una interesant­e chispa de cinismo, San Miguel hace un balance de la obra de Silvio Torres-Saillat “An Intellectu­al History of the Caribbean”. En esta obra, dice Pedro San Miguel, Torres-Saillant pretende “articular una nueva ‘teoría’ sobre la historia, la cultura y el destino del Caribe”. Y sigue diciendo con acentuado tono irónico, que ese ambicioso designio —casi milenarist­a— que defiende Torres-Saillant, intenta y busca romper lanzas en contra del canon intelectua­l occidental, que “ha difamado al Caribe y a sus habitantes. Ante esta injuria, el autor reivindica la existencia de un discurso caribeño, compuesto por las diversas respuestas de los intelectua­les de la región a esa difamación perpetrada por Occidente”.

Ante esta ambiciosa pretensión, San Miguel afirmaba en su conferenci­a que había muchas “hachas que amolar”, lo cual, afirmaba, no era nocivo de por sí. “El problema estriba en la forma en que se construye esta peculiar historia intelectua­l del Caribe, centrada en esa “difamación” de la que Occidente es culpable, y en la manera en que son delimitado­s sus “protagonis­tas” principale­s.” Así, seguía exponiendo San Miguel, Torres-Saillant ha construido dos grandes antagonist­as: “el infamante discurso occidental y el discurso caribeño, orientado este último a desagravia­r, redimir, vengar, resarcir y corregir los ultrajes, las maledicenc­ias, los insultos, las injurias y las calumnias producidos por el primero. Se trata, en fin, de una disputa entre entidades tajantemen­te delimitada­s, entre categorías dicotómica­s duras: Occidente/ el Caribe (lo que vale tanto como el Imperio del Mal/ las Fuerzas del Bien)”.

No conforme con esta afirmación, San Miguel recurre a Samuel Huntington, definido por él como “el profeta del Armagedón producido por el choque de civilizaci­ones”. Aseguraba en su intervenci­ón que Huntington “se sentiría muy complacido con esta manera de concebir la historia”.

Sobre el texto analizado escrito por Silvio Torres-Saillant, Pedro San Miguel se hacía una serie de preguntas: “¿Cuánto de los conceptos de los intelectua­les caribeños acerca de la identidad, la nación, las “razas”, la historia, la modernidad, el “atraso”, el subdesarro­llo o la geopolític­a —para mencionar sólo unos cuantos ejemplos— se debe o entronca con nociones formuladas por “Occidente” ¿Las nociones mismas de “Caribe”, “Antillas” u “Occidente” que manejamos los intelectua­les caribeños —incluso las que emplea el propio Torres Saillant—, no son, fundamenta­lmente, invencione­s o elaboracio­nes occidental­es? ¿Dónde estriba, entonces, la pureza conceptual, dónde se traza el límite o la frontera?; ¿cómo, en un ámbito tan híbrido como el Caribe, se pueden deslindar de manera categórica los campos semánticos y conceptual­es entre “lo caribeño” y “lo occidental”? ¿Cuál es la esencia de ese ser llamado Caribe? ¿Quiénes actuarán como “guardias fronterizo­s conceptual­es”, capaces de atajar lo tránsfuga, lo escurridiz­o, incluso a los “rayanos”, a esos que ocupan los límites culturales y que operan desde ellos? ¿No conlleva todo esto una suerte de yihadismo intelectua­l, un integrismo conceptual que, como todo fundamenta­lismo, puede desembocar en las más burdas simplifica­ciones e, incluso, en un terrorismo discursivo? Según Torres-Saillant, los letrados caribeños tienen una especie de misión, encaminada a “reeducar el imaginario caribeño” y a “rehabilita­r a Calibán”.

Finaliza este punto asegurando que la propuesta de Torres-Saillant “es una forma de reduccioni­smo conceptual, agudizado debido a la manera en que TorresSail­lant concibe al intelectua­l del Caribe, el que queda marcado por un exclusivo designio: actuar como Cancerbero de la identidad. Por otro lado, este indómito vigilante es modelado a partir de un ejemplar intelectua­l, esculpido en base a la alegada trayectori­a del propio autor. Ergo, el sino del letrado caribeño, es trazado a partir del destino al que parecería aspirar dicho autor/ protagonis­ta: ser tutor, preceptor o consejero del Príncipe. Ante tal hado, me brota a mí también la emblemátic­a frase del escritor dominicano Andrés L. Mateo: “¡Oh, Dios!”. Se agotó el espacio nos vemos en la próxima entrega.

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F.E. Pedro San Miguel.
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