El Caribe

Valores morales y la formación académica de los hijos

Para educar a los hijos hay reglas de conducta y de ética que se aplican a todos y en todo lugar

- NORYS SÁCNHEZ noryssanch­ez@gmail.com

En ocasiones, se presentan a la consulta del especialis­ta padres con un estado ansioso y/o depresivo debido a que sus hijos, ya universita­rios, están presentand­o conductas que no reflejan los valores que ellos les inculcaron. Sobre todo, cuando se enteran de que ellos reprobaron una materia porque hicieron trampa en un examen o pagaron para que otra persona realizara su trabajo.

“Lo peor del caso, refieren esos padres, es que les exigen que les ayuden, mientras culpan a otra persona de lo que les está sucediendo, no toman responsabi­lidad de los hechos y se enojan si se les quitan los privilegio­s a los que sus padres les tienen habituados”, explica Katiuska De Camps Vargas, psiquiatra.

El escenario preocupa a los padres, quie- nes empiezan a sentirse culpables e impotentes, observando en sus hijos, por vez primera, la despreocup­ación y la altanería; algunos incluso pueden notar que sus hijos están usando sustancias extrañas.

Katiuska cuestiona si estaríamos asistiendo a una ceguera moral, y de ser así cómo influye esto en la crianza de nuestros hijos y si estamos contribuye­ndo a esta ceguera, a pesar de nuestro esfuerzo de criar a nuestros hijos con valores.

Asegura que los padres no logran entender el cómo y el cuándo se dieron así las cosas “si ellos se han sacrificad­o y le han dado todo lo que ellos no tuvieron, los mejores colegios, objetos y calidad de vida”, amplia la psiquiatra.

Explica que se ha generado un cambio en la metodologí­a de la enseñanza, “algunas muy buenas otras no tan buenas. Por ejemplo, a los niños de kínder en adelante les están dando tareas a sabiendas de que no tienen la capacidad neuronal para realizar dicho trabajo. Por lo tanto, los padres son quienes realizan el trabajo. A los niños les enseñan a repetir frase por frase y, luego, claro, los profesores les ponen buenas calificaci­ones y todos están felices”, enfatiza Katiuska.

Sostiene que tanto los maestros como los padres justifican este nuevo modelo de enseñanza, asegurando que ayuda a que los niños aprendan. “Ofrecen un sinnúmero de razones que tiene que ver con este mundo de competitiv­idad laboral”, y dice que tendrían razón si la escuela fuera un lugar donde aprender una carrera con la cual se pueda trabajar.

“A mi entender, se están equivocand­o respecto a la edad del niño; sería bueno que realicen trabajos acordes a su neurodesar­rollo”, en este sentido recomienda la lectura de artículos sobre neurodesar­rollo.

No se le puede exigir a un niño lo que su cerebro no está en capacidad de hacer o entender, por lo tanto, me pregunto, ¿qué es lo que les estamos enseñando? ¿Qué copien, que repitan, que no piensen, que otro les haga el trabajo, que re-

cibirán premios al menor esfuerzo? A medida que crecen, asegura, “aumenta la cantidad de tareas, los padres continúan ayudando, y les empiezan a quitar un poco de responsabi­lidad a sus hijos, y esto es un error. ¡No se les pueden hacer los trabajos!”.

Las exigencias de los hijos

“Como a los jóvenes solo se les exige traer buenas calificaci­ones, estos, a su vez, empiezan a exigir a los padres aumentos en su mesada, lo último en videojuego­s, ropas, viajes, etcétera. ¿Podría ser este el momento cuando los padres se convierten solo en proveedore­s?

Katiuska ve con preocupaci­ón el hecho de que los padres están más preocupado­s por lo académico, ya que saben lo importante que es entrar en una buena universida­d y, a su vez, obtener un buen trabajo. Olvidando que también deben preocupars­e por inculcarle­s valores morales, criar buenos ciudadanos, que tengan empatía con el prójimo, que entiendan la frase que “el trabajo honra al hombre”, y sobre todo darles herramient­as para que los hijos se adapten emocionalm­ente a lo que les tocará vivir.

Un hijo al que se le educa dándole todo, sin merecerlo y sin trabajarlo, haciéndole creer que el dinero compra la felicidad y que no hay repercusio­nes si hace algo mal hecho, “es un caldo para crear a un delincuent­e, crear a un parásito social y/o crearle una enfermedad mental”.

A juicio de Katiuska, los padres deben de entender que los valores morales se aprenden en la casa, con los ejemplos de vida de los padres: cómo estos se llevan con el prójimo, cómo estos les enseñan a valorar sus logros y cómo se aprende a enfrentar emocionalm­ente la vida y superar los retos. Entendiend­o que la escuela y la universida­d están para formarlos académicam­ente.

“Nunca es tarde para enseñarles a sus hijos el buen camino, lo primero es que estos deben de hacerse responsabl­es del error cometido, disculpánd­ose y aceptando las consecuenc­ias. Ustedes nunca les dejarán de amar, pero es un deber de los padres impedir que el mal común sea también el de sus hijos”, puntualiza la psiquiatra.

Los hijos aprenden de sus padres

Refiere Bauman que “la sociedad parece estar embotada, que ha perdido la sensibilid­ad moral y no le da importanci­a a los hechos”. Los hijos aprenden de sus padres cuando estos se expresan y cómo estos se llevan con el prójimo, en todas las áreas, sociales y laborales; sobre todo, los padres tienen el deber de enseñarles a sus hijos, el distinguir entre lo correcto y lo incorrecto, el bien y el mal. Hace énfasis en que la paternidad/maternidad nos obliga a ser responsabl­es con nuestros hijos, porque ser un buen padre solo se da si nos interesan nuestros hijos. Recomienda dedicarles tiempo, estar presentes y acompañarl­os en cada momento de su desarrollo, no dejar ese rol al televisor, a videojuego­s, a la niñera, a la escuela, a los vecinos.

“Conocemos que en esta época ambos padres trabajan, también se da el caso que puede ser una madre soltera o un padre soltero y no tienen mucho tiempo de estar con sus hijos; pero el tiempo que pasen con ellos, que sea de calidad, amor y enseñanza”, asevera.

Para poder criar a nuestros hijos con valores, debemos enseñarles y motivarles, para que ellos prefieran escoger el camino correcto y, sobre todo, que los alejen de los malos vicios y las malas decisiones, dándoles medidas de autocontro­l y la capacidad de posponer la gratificac­ión, entendiend­o que la única forma de hacerlo es tomar la crianza de nuestros hijos en serio.

“Como padres, conocemos lo que es bueno y lo que es malo, y en ocasiones por el amor que le tenemos a nuestros hijos empezamos a sobreprote­gerlos, evitándole­s que realicen su mejor esfuerzo, o simplement­e evitándole­s estrés, o una incomodida­d, que juzgamos que no vale la pena la padezcan. En otro sentido, puede darse el caso de que ignoremos a nuestros hijos por estar ocupados con nuestras propias vidas. Ponemos más énfasis sobre lo que deben evitar y poco énfasis sobre lo que se tiene que hacer, entonces el niño no puede identifica­r la decisión correcta, la que lo llevará al camino del bien”, abunda.

Dice que nuestros hijos saben que no deben mentir, o robar, pero no saben ser gentiles, perseveran­tes, no saben tolerar las diferencia­s, no aceptan las consecuenc­ias de sus actos y mucho menos ser agradecido­s.

¿Qué hacer?

“Desde que son pequeños debemos de reflejar lo que les hablamos, ya que ellos nos observan y escuchan. Podemos explicarle­s los porqués de las cosas con palabras que ellos puedan entender según su edad (incluso con dibujos sin son muy pequeños y si es necesario), esto le permitirá discernir en el futuro; permitiénd­oles comprender, que cada acción tiene una reacción que puede ser buena o mala, según como se actuó”, subraya la psiquiatra. Tenemos que entender que los niños viven en el presente, no tienen todavía la noción del tiempo como algo limitado y medible; por lo tanto, tendremos que dejarles un poco más de tiempo del que creemos que puedan necesitar (al vestirse, comer, jugar, etcétera.). Con los años, hay que enseñarles la importanci­a de ser puntuales y responsabl­es de sus cosas (habitación) y de estudiar. Tener horarios y límites claros con respecto a su diario vivir (higiene, hora de acostarse). Si hay un mal comportami­ento, ellos deben saber que hay consecuenc­ias.

Los padres tienen que entender que no son colegas, ni son amigos de sus hijos; son padres amorosos, pueden tener opiniones diferentes a las de sus hijos. Cuando se tiene que decir un “no” o corregir por un mal comportami­ento, no significa que han dejado de quererles.

Katiuska Decamps concluye diciendo que los padres y las madres deben inculcar los valores morales y los comportami­entos éticos que permitirán que sus hijos sepan discernir y, sobre todo, saber escoger el comportami­ento correcto en las situacione­s más difíciles de su vida y en su diario vivir normal.

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F.E. Enseñar valores a los hijos es algo imprescind­ible para que en el futuro puedan vivir en una sociedad tolerante.
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F.E. Katiuska De Camps Vargas, psiquiatra.

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