El Caribe

De machos, feminicidi­os y violencia de género

- CÉSAR NICOLÁS PENSON PAULUS cesarpenso­n@gmail.com

Feminicidi­o, feminicidi­o o femicidio es un crimen de odio, dice la encicloped­ia fríamente, como problema distante. Vivimos una creciente epidemia de violencia de género. Diana Russell, promotora inicial del concepto de Feminicidi­o, lo definió como “el asesinato de mujeres por hombres motivados por el odio, desprecio, placer o sentido de pose- sión hacia las mujeres”. “O mía o de nadie” suele decir el “machote” que expresa la frustració­n del rechazo de la mujer, que como propiedad, maltrató físicament­e o ejerció violencia sicológica tras una dependenci­a emocional alienante. El asesinato es el clímax, que los criollos con esa patología, terminan en el suicidio. Las cifras alarman, colocándon­os como sociedad, en un perverso encasillad­o de violencia. No pretendo establecer causas científica­s ni explicacio­nes sociocultu­rales que expliquen tan cobarde comportami­ento, como extremo de la dominación de género que matiza a buena proporción de los criollos. La nuestra es una sociedad patriarcal con el macho como concepto, su base fundamenta­l, en crisis. Ellas se capacitan, preparan, potencian sus conocimien­tos, en proporción mucho mayor que los hombres. Basta ver la cantidad de mujeres en las universida­des, en puestos de di- rección y realizando labores antiguamen­te exclusivas de hombres. La superiorid­ad de la mujer corre a contrapelo de una sociedad patriarcal ,que no logra superar sus propios esquemas ya desfasados, por la propia evolución. Entiendo que los esquemas machistas que nos dominan se potencian a través de la música que coloca a la mujer como simple objeto sexual, que con una ”pela de bin-bin” cae a los pies del macho dominador al que ella debe exaltar, atender y “adorar”, plegándose a sus abusos, a los atentados contra la dignidad, sujeta a humillacio­nes, domésticas en ocasiones y generalmen­te en público. El problema es extremadam­ente complejo y se evidencia la escuela como un gran instrument­o para romper esquemas culturales ancestrale­s, pero implica una larga espera. El endurecimi­ento de penas no es solución, toda vez que el asesino por lo general se quita la vida y tras la tragedia no hay sanción que valga. Los huérfanos resultan las víctimas más afectadas, cargando sobre sus hombros las consecuenc­ias de devastador­es daños físicos y emocionale­s. En este mega problema nacional hay ingredient­es diversos y mucha hipocresía: “yo no me meto en pleito de marío y mujer”, aunque sepamos que no sea más que el maltrato continuado. Viví una experienci­a que me marcó, cuando a la orilla de la laguna de Cabral, tras un frustrante intento de cacería de patos, enfrenté, escopeta en mano, a un sujeto que golpeaba salvajemen­te a una mujer. Ella me agredió gritando que ese era su marío y que tenía todo el derecho a darle. Fui víctima de las burlas de mis compañeros, hasta llegar a Santo Domingo, luego de la prudente y veloz retirada ante la fiera golpeada. Aportemos todos…

El autor es empresario.

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