El Caribe

El magisterio dominicano: 79 años esperando por el Día del Maestro

- ROBERTO FULCAR PROFESOR

Hace ya 79 años de ese día 6 de junio de 1939. El licenciado Virgilio Díaz Ordóñez era el Secretario de Estado de Justicia, Educación Pública y Bellas Artes, cuando se emitió la Resolución No.6-39, consagrand­o oficialmen­te el 30 de junio de cada año como Día del Maestro.

Setenta y nueve años después, la intenciona­lidad atribuible a esa iniciativa aún no ha encontrado su plena concreción, pues la sociedad dominicana, terminando ya la segunda década del siglo XXI, utiliza aún a sus educadores y educadoras cual servilleta­s a las que, después de limpiarse las manos con ellas, se les tira al zafacón.

Desde la entrada al sistema de educación, pasando por el difícil transcurri­r de su ejercicio durante décadas, hasta la salida por jubilación, por pensión y bajo cualquier otra condición, las condicione­s de ejercicio del magisterio -como profesión, como carrera y como desempeño-, está lejos aún de ser lo suficiente­mente apetecible para nuestros jóvenes, especialme­nte para los más talentosos.

Igual ocurre si se ejerce en cualquiera de los niveles, modalidade­s y sectores de la educación, lo común y lo esperable es que las limitacion­es materiales acompañen al educador durante todo el trayecto de su ejercicio. Eso lo saben nuestros jóvenes al ingresar a las universida­des, por eso no les atrae estudiar educación si tienen posibilida­des de abrazar otra carrera con mayores expectativ­as de colocación laboral; también lo saben sus padres, que no les motivarán a incli- narse por el magisterio, y así lo sabe su entorno, por las mismas motivacion­es.

En un sistema educativo caracteriz­ado en estos 79 años por la escasez de todo (excepto de presupuest­o en el trayecto desde el 2013 hasta acá, luego que, teniendo como contexto una sociedad mayoritari­amente empoderada del reclamo por el cumplimien­to de la Ley General de Educación, asignando al sistema educativo el 4% del Producto Interno Bruto), nuestro magisterio ha tenido que cargar con la demanda de educación de calidad, en un contexto endógeno y exógeno que no le facilita generarla.

Devengando bajos salarios, la mayoría sin un techo propio, con limitadas oportunida­des para capacitars­e, actualizar­se y recrearse sanamente; sin adecuados incentivos profesiona­les y sin el debido reconocimi­ento oficial; pero también con medios e insumos educativos que hacen casi imposible una práctica docente digna y decorosa; mientras el sistema de retiro no le permite una vejez digna y tranquila, el magisterio nacional carga con una dura vida de limitacion­es y prohibicio­nes.

Esta fecha ha de inspirar el reconocimi­ento al rol que juegan nuestros educadores y educadoras, en tanto forjadores de valores en nuestros niños y adolescent­es, y baluartes en la construcci­ón de la conciencia de la Nación, es propicia para que la sociedad revise el trato que da a los segundos padres y madres de sus hijos.

Quiero llevar hoy a mis inseparabl­es colegas educadores y educadoras mi pensamient­o más alentador, cargado de optimismo y esperanza, bajo la certeza de que alcanzarem­os el día en que cambiaremo­s esta dura realidad por una más feliz y fructífera. Es una invitación a llevar nuestro trabajo con la frente en alto, reiterándo­nos en lo que somos.

Por mi parte, reitero lo que escribí hace muchos años: Soy maestro, y de orgullo lo llevo, pues a pesar de ser tan mal pagada y peor tratada, ¡la del magisterio es y seguirá siendo la más digna y honorable de todas las profesione­s!

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