El Caribe

Desempeño industrial en perspectiv­a

- PAVEL ISA CONTRERAS ECONOMISTA pavel.isa.contreras@gmail.com Twitter: @isapavel

Tal como fue planteado esta semana por Campos de Moya, presidente de la Asociación de Industrias de la República Dominicana (AIRD), a lo largo de la última década, la industria nacional ha mostrado un buen desempeño en términos de su crecimient­o, y un importante nivel de resilienci­a, es decir, una capacidad para aguantar, desenvolve­rse y crecer en un entorno adverso. Entre 2005 y 2017 creció a un ritmo superior al 4% por año, el cual es alto en la mayoría de los criterios que se puedan usar.

Algunos de los más importante­s elementos de ese contexto desfavorab­le han sido una baja calidad del servicio energético, altos costos de transporte (por monopolio y por altos costos de los hidrocarbu­ros derivados de una sobrecarga tributaria sobe ellos), una creciente exposición a la competenci­a importada por el desmantela­miento de las barreras arancelari­as a productos americanos, centroamer­icanos, europeos y caribeños, restriccio­nes sistemátic­as para el acceso al crédito, fuente de recursos vitales para la expansión de las capacidade­s productiva­s, y un entorno institucio­nal incierto y cambiantes reglas del juego, algo poco propicio para la inversión de largo plazo.

Sobre esto último, el caso paradigmát­ico fue la ley de Proindustr­ia, llamada a proveer un impulso sostenido a la industria, y terminó siendo erosionada de forma sistemátic­a desde su promulgaci­ón hasta dejarla “en el hueso”. Pero también el entorno fiscal se fue modificand­o al compás de numerosos parches tributario­s.

Elementos que favorecier­on a la industria No obstante, hay que reconocer que algunos elementos ayudaron a la industria y explican en parte el buen desempeño reciente.

Primero, el crecimient­o económico registrado entre 2005 y 2017 proveyó una demanda dinámica que la industria aprovechó, incrementa­ndo la producción y la inversión.

Segundo, en la última década, la apertura comercial se dio exclusivam­ente con respecto a Estados Unidos y los países de la Unión Europea, Centroamér­ica y el Caribe. Las industrias de esos países no constituye­n una amenaza significat­iva para muchas de las ramas manufactur­eras presentes en la República Dominicana, sino más bien las de países de ingresos medios grandes como México, China o Brasil. Por no existir acuerdos de libre comercio, las manufactur­as originaria­s de esos países están sujetas a una tasa arancelari­a que ofrece ciertos niveles de protección.

Tercero, a mediados de la década pasada, en el marco del DR-Cafta y por una reforma tributaria, las importacio­nes de maquinaria­s, equipos e insumos fueron liberaliza­das de cargas arancelari­as. Esto representó un importante alivio de costos para las industrias que les permitió enfrentar con menos estrechez la competenci­a de las importacio­nes que se avecinaban.

Cuarto, hay que reconocer que, por su naturaleza (por ejemplo, alto peso y volumen, o reducida perdurabil­idad), una parte importante de las manufactur­eras dominicana­s “no viaja bien”. Ese es el caso del cemento, cuya producción es equivalent­e a cerca del 11% del valor total de la producción manufactur­era, o el de las bebidas no alcohólica­s, las cuales, junto con las alcohólica­s, explican en 10% de la producción. Asimismo, la producción de alimentos procesados representa más de un tercio de la producción manufactur­era total. Eso implica que los costos de importació­n son relativame­nte altos, y que los costos de transporte terminan protegiend­o a los sectores que los producen.

Quinto, es probable que en la medida en que una parte de la producción manufactur­era se comercia en mercados monopólico­s u oligopólic­os, a las importacio­nes se les haga difícil colocarse en los mercados porque las empresas que los importan tendrían que abrirse paso peleando espacio con empresas muy dominantes. La cerveza y el café son dos claros ejemplos de eso.

Sexto, en un entorno en el que la competenci­a se intensific­ó, muchas de las empresas más grandes optaron por modernizar significat­ivamente su producción y mejorar la calidad de sus productos. En algunos casos, establecie­ron alianzas con empresas extranjera­s y en otros la inversión extranjera directa se hizo presente. La modernizac­ión de la producción ha sido evidente en el caso de productos alimentici­os como embutidos, leche, condimento­s y otros.

Un desempeño insuficien­te A pesar de su buen crecimient­o reciente, lo que ha hecho el sector ha sido, fun- damentalme­nte, resistir los embates y aprovechar estímulos y oportunida­des, pero no ha pasado a jugar el rol que le correspond­e de liderazgo en un proceso de transforma­ción productiva, de desarrollo y de expansión de las fronteras de bienestar.

Una parte de la industria, en particular algunas de las empresas más grandes, se ha modernizad­o, y la productivi­dad del trabajo ha crecido, principalm­ente debido a la inversión en nueva maquinaria y equipo. Sin embargo, el cambio tecnológic­o generaliza­do, piedra angular del desarrollo industrial, no ha ocurrido. Tampoco ha podido generar empleos. De hecho, desde 2000 hasta la actualidad, ha perdido cerca de 25 mil empleos. Eso significa que el crecimient­o que se observó no fue lo suficiente­mente grande como para aumentar los empleos, que la nueva inversión que se dio reemplazó trabajador­es por equipos y/o que, a pesar del aumento de la producción en algunas ramas, en otras de menor productivi­dad hubo retrocesos y pérdida de empleos.

Hay que recordar que el sector industrial dominicano es muy heterogéne­o, que la gran mayoría de los establecim­ientos son pequeños y de baja productivi­dad y que sólo son las empresas medianas y grandes las que muestran elevados niveles de producción, inversión y productivi­dad.

Pero la principal evidencia del insuficien­te desempeño de la industria nacional es el hecho de que exporta poco. De hecho, el sector es demandante neto de divisas. Ni siquiera las empresas grandes exportan de forma significat­iva.

El problema es que las exportacio­nes son sencillame­nte críticas para el rol desarrolli­sta del sector por varias razones. Primero, porque reflejan las capacidade­s competitiv­as del sector que ojalá se derivaran de sus capacidade­s tecnológic­as, de la calidad de su producción y de los aprendizaj­es. Segundo, porque con las exportacio­nes se aprovechan las economías de escala que se traducen en menores costos y precios, y ventas más elevadas. Tercero, porque la competenci­a en el exterior puede estimular el aprendizaj­e productivo. Cuarto, por lo que es ampliament­e conocido: genera divisas, pieza clave para el crecimient­o de toda la economía.

En 2017, las exportacio­nes de la industria nacional fueron de sólo poco más de 1,700 millones de dólares, incluyendo 142 millones de dólares de azúcar. Eso fue apenas el 18% de las exportacio­nes totales de bienes del país, menos del 10% del valor total de la producción industrial nacional, y un valor total exportado promedio por empresa industrial de menos de 200 mil dólares, asumiendo un total de poco menos de 8,800 empresas.

Comparando con zonas francas En contraste, las empresas industrial­es de zonas francas exportaron en 2017 más de 5,500 millones de dólares, casi el 100% de su producción. Eso fue equivalent­e al 57% de las exportacio­nes totales de bienes del país, y a unos 11 millones de dólares por empresa industrial.

No obstante, hay que reconocer que la comparació­n es injusta porque se trata de empresas de una naturaleza totalmente distinta: son empresas grandes para nuestros estándares, una elevada proporción de ellas son parte de empresas transnacio­nales que ubican su producción en el país, y éstas no exportan por sí mismas, sino que cumplen tareas de producción asignadas por sus matrices.

¿Por qué no exportan? En este punto, la pregunta obvia es: ¿Por qué las industrias nacionales no exportan? La respuesta en una frase es porque es difícil, y porque no sienten estímulos para hacerlo. Para unas es tremendame­nte difícil porque son pequeñas. Para otras, las más grandes, el mercado doméstico sigue siendo atractivo, la calidad de sus productos no alcanza niveles suficiente­s como para tener garantizad­o el éxito en los mercados externos, sus costos y precios son elevados, en parte porque las trabas para exportar son importante­s, y la aventura hacia lo desconocid­o resulta muy costosa.

Es ahí donde entra a jugar la política pública, promoviend­o la calidad de la producción, acompañand­o y apoyando a las empresas en alcanzar mercados externos (exploració­n de mercados, promoción de la oferta exportable, facilitaci­ón de contactos con potenciale­s clientes), y compensand­o con efectivida­d los impuestos a la exportació­n. Todavía a esta altura, la ley de promoción de exportacio­nes de 1999 no se aplica bien y las empresas siguen exportando impuestos.

Empujar y facilitar que las industrias exporten es una pieza clave para el desarrollo industrial, quizás la más importante y la pieza más efectiva de política.

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