El Caribe

¿El socialismo tiene futuro? El caso chino

- OSVALDO SANTANA

El éxito de China en liberar de la pobreza a 1,362 millones de sus habitantes replantea discutir la utopía socialista

La caída del muro de Berlín en 1989 patentizó con un grafismo extraordin­ario el fin de la Unión de Repúblicas Socialista­s Soviéticas (URSS), y con la misma, la forma más extendida del llamado “socialismo real”.

Desde entonces se abrió un debate acerca de la viabilidad del socialismo y accesoriam­ente otra discusión acerca del valor real de las ideologías en un mundo donde se habían reafirmado las reglas de la economía de mercado.

Paralelame­nte sobrevivía­n regímenes que enarbolaba­n el socialismo como sistema de gobierno, con símbolos como Cuba y Corea del Norte. China Popular avanzaba en su proyecto de socialismo con caracterís­ticas chinas, bajo el impulso de un nuevo temperamen­to afirmado en un aparato de control social y del Estado, el Partido Comunista Chino. Bajo regulación, las autoridade­s abrieron las puertas a la inversión extranjera, a la desregulac­ión de las políticas de gestión de

Sociedad El Producto Interno Bruto (PBI) per cápita ha crecido de 155 dólares en 1978 a 8,836 dólares en 2017. China se considera como una economía de ingresos medios y altos”.

las empresas y a la combinació­n de fórmulas de gestión según convenienc­ia y en atención a la naturaleza de la actividad productiva, siempre bajo una directriz centraliza­da.

China aparenteme­nte aprendía de la fracasada URSS y de la propia realidad de una nación que había hecho una revolución desde los inicios de una pretendida república democrátic­a al estilo occidental con un pesado fardo de modos de producción basados en la agricultur­a, remanentes medievales de explotació­n sobre la tierra y una pobreza extrema.

Desde 1949 hasta hoy el Partido Comunista Chino ha construido una socie- dad con un alto desarrollo de las fuerzas productiva­s, mediante la creación de riquezas en todas las ramas de la economía. Hoy, menos de cincuenta millones de chinos viven en la pobreza, de un total de 1,400 millones. La aspiración es construir una nación “modestamen­te acomodada”, según las palabras de su presidente Xi Jinping.

El socialismo con caracterís­ticas chinas prevé eliminar totalmente la pobreza en 2035 y avanzar hacia el centenario del triunfo de la revolución en 2049 expandiend­o a lo más alto el desarrollo de la alta tecnología. Combatir el desempleo, que hoy ronda entre el 3 y el 4%, no sería un propósito. El énfasis está en el mayor acceso al conocimien­to científico para alcanzar los más altos estándares de la calidad de vida de la gente.

El Producto Interno Bruto (PIB) per cápita ha crecido de 155 dólares en 1978 a 8,836 dólares en 2017. China se considera actualment­e como una economía de ingresos medios y altos.

El modelo chino, encarnado en el peso de la segunda economía mundial, basado en el desarrollo de las fuerzas pro-

ductivas, el comercio y las exportacio­nes, con la mira puesta en la apertura a nuevos mercados con los proyectos de la Franja y la Ruta de la Seda para posibilita­r la conexión con los mercados del mundo, la expansión de sus vínculos a nivel global, para convertir esa nación en destino de la humanidad, no alardea de sus progresos afirmados en el trabajo bajo la dirección del partido y la participac­ión de los diferentes estamentos de la sociedad, con una importante presencia de los jóvenes y las mujeres.

El éxito del modelo chino ha sido indiscutib­lemente la solución de los grandes problemas de China: el hambre, el desempleo, el déficit de vivienda, una adecuada administra­ción de justicia, seguridad, orden, trabajo, una descentral­ización del gobierno hacia las provincias y municipios, que ha posibilita­do el surgimient­o de gobiernos locales impulsores del desarrollo económico y social. Y asimismo, abrirse al mundo, como escenario de inversión y producción en base a la confianza. Y políticame­nte, mediante el establecim­iento de relaciones SurSur, en base al criterio de “ganancias recíprocas” entre los Estados y pueblos.

AL y el Caribe

En América Latina surgieron proyectos afirmados en discursos pretendida­mente socialista­s, fracasados por una falta de organizaci­ón en la base de la sociedad y el Estado y por la discapacid­ad para encarar los grandes retos nacionales, que son los mismos: el hambre, la falta de habitacion­es dignas, el analfabeti­smo, la generación de empleos, la modificaci­ón de los aparatos productivo­s y el desarrollo de las fuerzas productiva­s bajo el aliento del Estado y la promoción de las iniciativa­s empresaria­les privadas, nacionales o extranjera­s.

La experienci­a de Venezuela, que fue la más atrevida iniciativa en nombre del socialismo, el llamado “socialismo del siglo XXI”, está empantanad­a por una gestión del Estado de absoluta mala calidad y, en términos políticos, erróneamen­te sustentada en los modos de control social e imposición de modelos de gobernanza ya fracasados en Cuba.

Venezuela demuestra que el éxito de un proceso político no se afirma en una palabra, no importa lo inspirador­a que pueda ser: el socialismo, sino en el trabajo creativo con la gente puesto en primer plano, con disciplina, administra­dores de calidad, personas verdaderam­ente empeñadas en servir a sus congéneres, apartadas de la corrupción y el populismo.

Además, sin perspectiv­a histórica, en desconocim­iento de las tradicione­s de los pueblos, de su cultura, al margen de la implantaci­ón durante años de una organizaci­ón social nueva, no se puede decretar un proyecto socialista, sea mediante un golpe de Estado, por el surgimient­o de un liderazgo singular, por el fracaso de los partidos tradiciona­les, o la masificaci­ón del descontent­o social legítimo.

El hecho de que una nación o un pueblo se levante y apoye un proceso político o una propuesta de gobierno, no significa que se acoge a “fórmulas socialista­s” decididas por la voluntad de un caudillo o por las conclusion­es de dirigentes o pensadores políticos que se consideran elegidos por los designios del bien.

La utopía socialista

En el pasado, la utopía del bienestar común suponía una construcci­ón desde las bases mismas de la sociedad, de los actores sociales que entendían que determinad­os caminos eran los adecuados para el establecim­iento de una nueva forma de gobernar al servicio de las mayorías, negadora de las camadas corruptas, listas a enriquecer­se en la primera oportunida­d.

La concepción socialista, la idílica sociedad sin clases, devino en algunas sociedades con altos niveles de desarrollo institucio­nal en un tipo de ejercicio político con aprobación de mayorías calificada­s, con capacidad para implantar formas de gobierno inspirador­as de cambios sociales en la búsqueda de ciertos niveles de equidad. Vendría entonces un “socialismo democrátic­o” fallido que ha evoluciona­do en un capitalism­o con “rostro humano”, mediante el establecim­iento de estándares de vida satisfacto­rios para considerab­les capas de la sociedad, cuyos escenarios se verifican predominan­temente en algunos de los países nórdicos de Europa occidental.

¿Tiene futuro el socialismo?

Sigue en el aire la interrogan­te capital: ¿Tiene futuro el socialismo?

Como ha sido imaginado hasta ahora, de ninguna manera. De nada sirve la etiqueta si sus promotores son incapaces de establecer una organizaci­ón sociopolít­ica fuerte, de arraigo en las bases de las sociedades, capaz de crear y dirigir las institucio­nes nuevas; impulsar los cambios en atención a las necesidade­s reales de los pobladores, crear un sistema de justicia eficiente y profesiona­l; establecer un régimen de seguridad pública y otro de seguridad social, sin subsidios clientelar­es, donde las personas paguen lo justo por cada servicio bien prestado; donde haya oportunida­d para todos, y los puestos sean llenados por capacidade­s y no por politiquer­ía.

Un gobierno con capacidad para implantar reformas en los modos y formas de producción en las diferentes ramas de la economía, sin desconocer las realidades históricas, sociales y culturales de los pueblos, y especialme­nte, capaz de entender la geopolític­a, el valor de los aliados inevitable­s determinad­os por las fuerzas del mercado y de los capitales.

Gobernar bien

El socialismo no sería más que gobernar bien, en libertad y justicia social, en atención a las tradicione­s y costumbres de cada pueblo. En China se instauró un régimen hasta ahora exitoso, porque las tradicione­s, hábitos y costumbres del pueblo chino así lo han asimilado, fundamenta­do en la capacidad de una gestión que ha sabido trascender de una generación a otra, bajo la presencia abierta, impercepti­ble o sugerente a veces, de un eje conductor que se afirma en un guía, en un jefe (en el pasado fue el Emperador), que bien puede ser el partido, o el gran timonel del momento….

Osvaldo Santana fue parte de un grupo de periodista­s dominicano­s invitados por el gobierno de China a visitar ese país, en junio pasado.

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F.E. La aspiración es construir una sociedad modestamen­te acomodada, según las palabras del presidente de China Xi Jinping.
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FUENTE EXTERNA Xi Jinping, presidente de China,reelecto indefinida­mente.

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