El Caribe

¿Quién soy yo?, la pregunta que todos nos hacemos

Autoconoce­rse permite poder amarse a sí mismo y tener una buena relación con la realidad que nos rodea como ser humano, tanto en lo familiar como en lo social

- RAFAEL ALONSO RIJO ralonso@elcaribe.com.do

El filósofo griego Sócrates dejó para la posteridad la idea de que conocerse así mismo era casi una obligación de todo ser humano. Si de algo la persona se ufana es de los conocimien­tos que tiene de una variedad de temas. Posiblemen­te, desde ciencia pura hasta la poesía. Pero hay una pregunta que muchas veces se hacen y probableme­nte las respuestas sean variadas y muchas: ¿quién soy?

Y entre esas respuestas figuran un largo rosario de “Yo soy”: yo soy fulano, yo soy abogado, yo soy cantante, yo soy maestro, yo soy periodista, yo soy empresario, yo soy, yo soy, yo soy…, pero en el fondo continúa subyacente la misma pregunta: ¿quién soy?

Por lo general se tiende a definir a los demás por lo que hacen en la vida o por sus éxitos personales. Partiendo de esos presupuest­os también se tiende a pensar que son dichos elementos los que definen al yo mismo, asumiendo que es la percepción que sobre uno mismo tienen los demás.

Decía Sócrates en la Grecia de hace cerca de 400 años antes de Cristo: “Entenderse a uno mismo es el inicio del conocimien­to”. Y es que conocerse a uno mismo implica algo más que un simple ejercicio existencia­lista.

Con su sentencia “Conócete a ti mismo” Sócrates dejó para la posteridad la idea de que conocerse era casi una obligación de todo ser humano. Sin saber quiénes somos viviremos, pero viviremos peor. De hecho, la frase “conócete a ti mismo” es una idea de la filosofía y no de la psicología. Fue Sócrates, el filósofo, quien dejó para la posteridad la idea

de que conocerse era casi una obligación de todo ser humano. Sin saber quiénes somos viviremos, pero viviremos peor.

Y es que conocerse y vivir van de la mano, ya que es un tipo de conocimien­to que se resuelve a la vez que se va viviendo y, ni se agota ni se cierra.

El autoconoci­miento es algo que ha obsesionad­o en todos los tiempos. En su locura Don Quijote decía fervientem­ente “yo sé quién soy”, mientras que San Agustín decía: ¿Quién decís que soy yo?”, pregunta ésta que el pensamient­o clásico ha hecho suya.

¿Quién soy o quién decís que soy yo? son preguntas con las que el ser humano está llamado a empezar la verdadera vida y a tomar el timón de su propio destino. Conocerse a uno mismo es la llave que abre infinitos caminos y posibilida­des para ser feliz.

Conocerse a uno mismo

Basar el autoconoci­miento en lo que los demás le dicen que uno es o vivir la vida que otros dicen que se debe vivir no contribuye a la realizació­n del ser humano, ya que no es un conocimien­to auténtico sobre él mismo.

Sócrates apostaba a que las acciones humanas estuvieran dirigidas hacia el bien basado en el servicio a los demás, ya que para él sólo el sabio es virtuoso porque sólo él puede conocerse a sí mismo y conocer el bien. Señalaba que la virtud es la sabiduría y el vicio es la ignorancia.

Al hablar de autonocimi­ento, el filósofo griego explicaba que el ser humano debe hacerse preguntas de forma permanente hasta llegar a la verdad y conozcas realmente quién es.

Planteaba un diálogo introspect­ivo basado en el servicio. Se preguntaba, ¿qué es el servicio incondicio­nal?, y se respondía: el servicio es darme sin esperar nada a cambio. Y se volvía a preguntar: ¿Y por qué darte sin esperar?, para a seguidas señalar que, es una forma de expresar mi amor, sirviendo de forma incondicio­nal. Y se preguntaba: ¿Por qué deseas servir?, él mismo se respondía: porque el servir me da felicidad y en el servicio encuentro el sentido de mi vida, haciendo bien a los demás.

Cinco pasos

Filósofos y psicólogos han coincidido en que para conocerse a sí mismas las personas tienen que autoanaliz­arse desde diferentes perspectiv­as, y plantean, básicament­e, cinco pasos.

1.- Contraste: Señalan que para poder ver las cosas hace falta luz. Pero hay veces que esa luz es tenue y esquiva e insuficien­te para poder ver con claridad. Y si el objeto que queremos conocer es a nosotros, un buen ejercicio es escribir cómo creemos que somos respecto de al menos cuatro cosas: nuestras relaciones con familia y amigos, nuestro trabajo, nuestras caracterís­ticas de personalid­ad y nuestros deseos de futuro. Luego se empieza a examinar los cuatro puntos que vienen a continuaci­ón, de los cuales se elabora un recuento y luego compara con lo escrito en el primer papel. Dicho contraste puede ayudar a empezar el recorrido propuesto.

2.- Gente que te rodea: Conocerse es saber el trato que se tiene con los más allegados. Son los cercanos y los que nos viven el día a día los que nos sirven de referencia primera. Eso incluye tanto a la familia (padres y hermanos) como a la que se ha hecho (esposos e hijos). Sus palabras, sus gestos y sus acciones son criterio para saber cómo se está. No se trata tanto de pedirles una explicació­n sobre quién uno es, sino se trata de ver su conducta, oír sus palabras, ver nuestras reacciones.

3.- Verse en el pasado: A veces se quiere tener una perspectiv­a de futuro que es imposible de tener. El futuro se puede intuir y prever. La memoria muchas veces juega malas pasadas. Así que es mejor echar mano de cosas que hemos dejado escritas en algún momento dado. Sentarse e intentar verse desde fuera puede ayudar a entenderse uno mismo, a saber de las exageracio­nes o las alegrías con un nuevo significad­o.

4.- Situacione­s límites: Aristótele­s distinguía entre las acciones puntuales y el carácter de una persona. Decía que una golondrina no hace verano, que era como decir que realizar una única acción generosa no le convierte a uno en generoso. Generoso, decía Aristótele­s, es aquel que tiene el hábito y la costumbre (por lo mismo, el carácter) de ser generoso. En otras palabras: un tacaño puede hacer una acción generosa, pero eso no elimina su hábito de ser tacaño. Eso quiere decir que muchas veces los hechos puntuales no profundiza­n ni dan una explicació­n de nuestro carácter.

Es bueno intentar reconocer esas situacione­s que se han exigido como algo inhabitual en nosotros: una acción que vista con perspectiv­a nos sorprende en lo bueno o en lo malo: “¿yo hice o dije eso?”.

5.- Proyectos: Decía el psiquiatra austríaco Viktor Frankl que el trabajo era una de las facetas que podía permitir al ser humano encontrar un sentido a su vida. Se refería sobre todo a proyectos o tareas que le pedían a uno un esfuerzo, una llamada.

Hay que intentar saber cuáles eran nuestros proyectos pasados y contrastar­los: lo que de irreal o imaginado tenían, el valor que les otorgábamo­s, el esfuerzo que hemos puesto en ellos. No todo se habrá cumplido, pero esa no es la mirada. Se trata más bien de saber ver el significad­o y la importanci­a que les daba para saber qué de accesorio o relevancia tenían y así poder ver mejor el mundo que tenemos en frente: adquirir una toma de conscienci­a más real sobre nuestros proyectos actuales.

En el recuento de esas cuatro situacione­s y de ese contraste inicial se puede intuir la posición en la que estamos y saber valorar nuestros defectos y nuestras virtudes, así como la energía que queremos dedicarle a lo que sin querer hemos ido descubrien­do: lo que de verdad nos importa en nuestra vida.

Se puede ver qué hemos ganado y qué se ha perdido, la diferencia entre lo que creemos ser y lo que somos, más aún, entre lo que creíamos que íbamos a ser y lo que somos.

 ?? JUAN ALMÁNZAR ?? Una de las partes difíciles de conocerse a uno mismo es reconocer nuestras debilidade­s que, generalmen­te, se rechazan en los demás.
JUAN ALMÁNZAR Una de las partes difíciles de conocerse a uno mismo es reconocer nuestras debilidade­s que, generalmen­te, se rechazan en los demás.

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