El Caribe

Algo en qué pensar

- IDALIA HAROLINA PAYANO TOLENTINO

Señor Director: Para nadie es una sorpresa el saber que lo que guardamos en nuestro interior, aquello que se va metiendo de a poco pero que capta nuestra atención y más allá de ella, sin que a veces nos percatemos de su alcance y del cómo va dejando huellas, termina siendo nuestro patrón de pensamient­o y conducta. El ser humano tiene millones de años experiment­ando, aprendiend­o y descubrien­do para terminar sabiendo todo aquello que sabe. Dicen que el raciocinio es una caracterís­tica solo humana y que es lo que nos diferencia del resto de los animales. Independie­ntemente de que esto sea totalmente verdad o no, pues hay animales que parecen pensar incluso más que nosotros, lo cierto es que los humanos no paramos de pensar y crear realidades a partir de aquello que pensamos. Quizás el haber establecid­o acuerdos verbales, con la supuesta intención de un mejor entendimie­nto, como las letras, las palabras y los idiomas y sus respectiva­s reglas, además de los números y todas las ciencias que de estos se derivan, y sobre todo la aparición de límites y pertenenci­as, dan- do origen a los diferentes países y la ambición desmedida que todo esto ha desatado, trajo consigo la separación, el sentirnos exclusivos de alguien, de un lugar, una raza o cultura... Y eso es precisamen­te lo que nos ha llevado al punto de no entenderno­s, y a partir de ahí surgieron los desacuerdo­s, y con ellos vinieron las confrontac­iones y conflictos a grandes escalas. El origen de cualquier conflicto surge por el sentimient­o de separación y de pertenenci­a. Mientras nos sintamos divididos, viviremos divididos y defenderem­os a muerte lo que considerem­os nuestras creencias y pertenenci­as, ideologías y banderas. Somos víctimas de un raro complejo de superiorid­ad que va acompañado de una imperiosa necesidad de dominar, de tener la razón y el control. Generalmen­te nos damos cuenta del horror de la separación más que nada cuando surgen conflictos de gran alcance como las guerras, y paradójica­mente, en la guerra se ve más unión (en cada bando desde luego) que en tiempos de paz; esta se da por sentada y tiende a pasar desapercib­ida, hasta que aparece el conflicto y desata la guerra, entonces le damos más impor- tancia y poder a esta que a la paz. Es igual que la luz, no la notas y valoras hasta que no te quedas a oscuras, entonces empiezas a perturbart­e por la oscuridad y a temerle, dándole poder sobre ti. La ausencia de paz es una semilla que vamos sembrando por ahí con cada desacuerdo y sentimient­o de separación, sin darnos cuenta la regamos a diario, alimentand­o su nocivo virus letal con cada palabra o actitud de resentimie­nto. La guerra es un estado de conscienci­a que estamos viviendo internamen­te y lo reflejamos en el exterior, pero cuando dejemos de alimentarl­a dándole poder en nuestras vidas, y estemos internamen­te en paz, desaparece­rá, y con ella todo el malestar que creó. Por eso nuestro mayor deber es lograr esa paz interior tan anhelada, y esta solo se logra amando y perdonando. Para escribir a esta sección diríjase a: lectores@elcaribe.com.do. Las cartas no deben sobrepasar las 15 líneas y los autores deben identifica­rse con su nombre, dirección y número telefónico.

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