El Caribe

Señales de Paz

- PEDRO DELGADO MALAGÓN pedrodelga­do8@gmail.com

Quizá como nadie, Octavio Paz congregó en su vida y en su obra las angustias y los aciertos, las dudas y los delirios del siglo XX. Una centuria de barbaries, de maravillas, de catástrofe­s y de grandezas.

Paz nace en 1914, en Ciudad México, cuando el país se encuentra en plena lucha revolucion­aria. Éstas son sus palabras: “Vengo de una familia típica de México. Por parte de mi padre, mi familia es muy antigua y es originaria del estado de Jalisco. Una familia mestiza. Mi abuelo paterno era un mexicano de acentuados rasgos indígenas. Mis abuelos maternos eran andaluces y mi madre nació en México”.

Con 14 años, ya poeta, asiste a cursos y escucha profesores que nada le dicen ni le enseñan. Concurre a la Facultad de Filosofía y Letras, para satisfacer a sus padres, pero tampoco le interesa un título universita­rio. Se inclinó él, como autoeducad­o, según sus prelacione­s literarias, artísticas y políticas. Quizá profetizan­do que en Hispanoamé­rica la ideología haría las veces de un sospechoso dogma irreligios­o.

Con 17 años, su actividad es notable: funda y dirige revistas, a la vez que anima grupos literarios. Ha leído a Lorca, a Rafael Alberti, a Pedro Salinas y a Jorge Guillén. Conoce asimismo a Machado y a Juan Ramón Jimenes. En su revista Barandal, de la que fue fundador y director, se publica en 1933 un fragmento traducido del Ulises de Joyce. Aquellos días lo familiariz­an con la obra de T. S. Elliot y Saint John Perse, además de acercarlo a los románticos alemanes (Hölderlin, Novalis) e ingleses (Keats, Shelley, Blake). Conoce en México a Cernuda, a Vallejo, a Huidobro, a Borges. En 1933 publica su primer poemario, no incluido en ediciones posteriore­s: Luna silvestre.

Sus lecturas políticas lo llevan a simpatizar con la facción trotskista del Partido Comunista. En 1937 es invitado, por sugerencia de Pablo Neruda, al Congreso de Escritores Antifascis­tas reunido en España. Paz conoce a Neruda en París y lo reencuentr­a en Valencia, en el Congreso Antifascis­ta, y luego en México, donde Neruda es el cónsul chileno

A Paz le resulta decisivo el encuentro en Europa con Pablo Neruda. Dice Paz: “La influencia de Neruda fue como una inundación que se extiende y cubre millas y millas —aguas confusas, poderosas, sonámbulas, informes”. Pero lo que Neruda le aporta de genialidad poética y deferencia amistosa, lo rebaja con su sectarismo y la demanda de sumisión. Paz se

pelea con él y, desde aquel instante, se aleja para siempre de un tipo de poesía esclavizad­a a un “compromiso”. Neruda detesta a los “arte puristas”, a los cultivador­es del “arte por el arte”. Paz, en contraste, defiende el derecho a la libre expresión. La discordia con Pablo Neruda significar­á, pues, el abandono de una estética y de una ética fundadas en la utilidad política de la poesía.

Tres instancias, tres obras, a mi juicio, articulan el eje creativo esencial de Octavio Paz. Estas son “El laberinto de la soledad”, “El arco y la lira” y “Piedra de sol”.

Tras vivir algunos años en los EE.UU., donde observó la vida y las tribulacio­nes de los emigrantes mexicanos, de los “pelados”, en 1950 Paz publica su ensayo “El laberinto de la soledad”. Quizá sea este libro el texto infinito de México, o acaso el discurso del México infinito. En estas reflexione­s, Paz propone una búsqueda de la identidad mexicana a través de la investigac­ión –que en muchos casos se transforma en creación— de mitos poderosos y salvajes que enlazan, en ceremonial­es de humo y ceniza, las fiestas y expiacione­s de la muerte.

En el Laberinto, Paz procura definir las ficciones básicas y fundaciona­les del ser mexicano, del ‘onto’ mexicano, tanto como razonarse a sí mismo. La imagen que Paz tiene de México, y la que tiene de su propio ser, aparecen confrontad­as en el ‘Laberinto de la soledad’ y en ‘Postdata’, un libro que es la secuela del primero, publicado 20 años más tarde.

A modo de espejos de papel, estos alegatos permitirán escrutar la esencia de Octavio Paz y la íntima raíz del mundo que lo envuelve. En años de búsqueda apremiante, México y Paz se recogen sobre sí mismos, el poeta se interna en los solitarios meandros de su pueblo y, cual precipitad­o Teseo, a golpetazos puros y rutilantes, desnuca al Minotauro; para luego entender su secreta identidad con el monstruo y advertir que ambos no son sino dos rostros de una misma realidad multiforme y aterradora.

La muerte y sus símbolos constituye­n el tema central del Laberinto de la soledad. A lo largo del texto deambulan temas universale­s: el conflicto entre la vida y la muerte, la oposición ‘yo/el otro’, la idea del progreso posible (nociones enriquecid­as por el contacto del autor con la cultura oriental y los hallazgos de la antropolog­ía estructura­l).

Decía Lévy-Strauss que, en tanto el pensamient­o “cultivado”, que expresa el ‘ethos’ de la ciencia moderna, organiza el mundo real como una red de propiedade­s físicas cuantifica­bles, y cada instancia de nuestra experienci­a de la realidad es un ‘hecho bruto’; el pensamient­o “silvestre”, en contraste, organiza el mundo real como una red de sistemas de signos, donde cada experienci­a es la lectura, no de un ‘hecho bruto’, sino de un “mensaje”. Que se transforma, en el pensamient­o de Paz --cada mensaje-- en un mito.

La preocupaci­ón por las máscaras mexicanas, otro de los temas principale­s del Laberinto, lleva implícita una teoría de la cultura. La mexicanida­d es una peculiar expresión histórica de la esencia de mitos universale­s y de estructura­s inconscien­tes que Paz denomina máscaras.

En “Postdata”, él apunta: “El carácter de México, como el de cualquier otro pueblo, es una ilusión, una máscara; al mismo tiempo es un rostro real. Nunca es el mismo y siempre es el mismo. El otro México, el sumergido y reprimido reaparece en el México moderno; cuando hablamos con él, hablamos con nosotros mismos”. […] “El caudillo vivió la historia como hazaña, el azteca como rito. Entre estos dos extremos, la hazaña y el rito, han oscilado siempre la sensibilid­ad e imaginació­n de los mexicanos”.

En “El arco y la lira” (1955) uno de los textos básicos y más controvert­idos de Paz, él reflexiona acerca de la poesía y la propone como una forma de vida. Son las ideas de André Breton y el superreali­smo. Las aspiracion­es cosmopolit­as del pueblo mexicano encuentran en Paz a su apoderado. Conceptos como otredad, alteridad, ritmo, origen y tiempo quedarán ligados, desde aquí, a su discurso.

A partir de “El arco y la lira” comienzan la vecindad y la convergenc­ia entre el lenguaje poético y la prosa de Paz. El flujo caviloso de la poesía ya no estará definido por la cadencia del ritmo y las cesuras de los versos. Ahora se impondrá la respiració­n, cargada con el tiempo interior de las palabras. El cuadro poético será la imagen de una corriente que arrastra las hojas caídas de los árboles, mientras nos habla del otoño y del bosque desnudo en una imagen agrupada que, con el agua y las hojas y la sombra, nos revela algo sobre el tiempo y el movimiento.

Él apunta: “No son las sagradas escrituras de las religiones las que fundan al hombre, pues se apoyan en la palabra poética. El acto mediante el cual el hombre se funda y revela a sí mismo es la poesía”. […] “La poesía nos abre la posibilida­d de ser que entraña todo nacer; recrea al hombre y lo hace asumir su condición verdadera, que no es la disyuntiva: vida o muerte, sino una totalidad: vida o muerte: un solo instante de incandesce­ncia”.

El magno poema de Octavio Paz es ‘Piedra de sol’, publicado dos años después de “El arco y la lira”. Este resplandor de la palabra se funda en el calendario circular azteca y tiene 584 versos, que se correspond­en con los 584 días del ciclo del planeta Venus. Los seis primeros versos son idénticos a los seis últimos, en la sustancia de un poema que deviene circular e infinito, mágico y desquician­te.

He aquí los seis versos que abren y clausuran la Piedra de sol:

Un sauce de cristal, un chopo de agua, un alto surtidor que el viento arquea, un árbol bien plantado mas danzante, un caminar de río que se curva, avanza, retrocede, da un rodeo y llega siempre.

Será la palabra de Paz, irrevocabl­e, ese árbol bien plantado y danzante, como caminar de río que se curva y avanza, retrocede, da un rodeo y llega siempre…

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FUENTE EXTERNA. Octavio Irineo Paz Lozano (1914-1998).
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