El Caribe

6 China en el Caribe

- ANTONINO VIDAL ORTEGA investigad­or del Centro de Estudios Caribeños, PUCMM. antoninovi­dal@ pucmm. edu. do;

En estos días tuve la oportunida­d de leer una excelente novela de la literata jamaiquina-estadounid­ense Patricia Powell, titulada La Pagoda. Narra una historia inserta dentro de las migracione­s chinas en el Caribe, en el particular mundo de las plantacion­es de Jamaica en el siglo XIX. Presenta en el hilo de la narración el cruel contexto de las contrataci­ones de mano de obra forzada o indentured labor, una práctica generaliza­da extendida en toda la región entre 1838 y 1918, que vino a paliar la escasez de mano obra, y que en cierta manera representó la crisis del colonialis­mo inglés. Una forma de esclavitud encubierta que puso a los migrantes chinos colies en un nivel de sufrimient­o nada diferente al de la trata humana que le tocó sufrir a los africanos.

En realidad, se trató del no tan conocido flujo de migracione­s asiáticas al Caribe y se produjo a la par con la llegada de trabajador­es forzados desde la India en el contexto colonial inglés. Estos últimos más numerosos y distribuid­os sobre todo por la Guyana británica, Trinidad y Jamaica. La diferencia entre una y otra migración era que los barcos que zarparon de la India trajeron mujeres, mientras que la migración china, en este primer momento, fue solo de hombres. La mayor concentrac­ión de chinos se dio en la isla de Cuba, muy demandados por el auge azucarero.

La forzada migración china hay que contextual­izarla en el periodo de las guerras del opio a mitad del siglo XIX. Esta sustancia suponía una importante fuente de ingreso para los británicos y equilibrab­a la balanza de pago compensand­o así las ingentes cantidades de té chino que Gran Bretaña importaba. Se trató de un tiempo en que China se vio impotente frente al imperialis­mo inglés, norteameri­cano y japonés para mantener su soberanía. Las guerras, las pérdidas territoria­les y los estragos que el opio produjo en la sociedad china, impulsaron la salida de numerosos contingent­es de inmigrante­s que se distribuye­ron no solo en el Caribe, sino por todo el continente americano, contribuye­ndo con su fuerza de trabajo a la extensión de vías férreas, la implantaci­ón del telégrafo y la imponente construcci­ón del canal de Panamá.

La falta de mujeres en las primeras migracione­s implicó un rápido proceso de criollizac­ión y mestizaje de la diáspora china que añadió así, un nuevo ingredient­e al melting pot caribeño. Es necesario, de todas formas, indicar que si bien es la segunda mitad del siglo XIX el momento de máxima llegada de chinos por el tiempo de la Indenture, su presencia

en el continente americano data del siglo XVI y llega hasta nuestros días.

A finales del siglo XIX, las migracione­s cambiaron de signo y dejaron de ser forzadas, llegando ahora sí, un mayor número de mujeres, tiempo de inflexión en el que abandonaro­n el trabajo forzado y pasaron a ser propietari­os de tiendas y comerciant­es. En esta época, como nos explica acertadame­nte la investigad­ora de la literatura del Caribe Margaret Shrimpton, quien escribe un excelente prólogo a la novela anteriorme­nte mencionada, existe una historia silenciada, y en otras ocasiones sesgada, que oculta la turbulenta y violenta convivenci­a de esta comunidad en el Caribe y otros lugares de América. Al volverse competidor­es de los empresario­s locales, les tocó vivir duros movimiento­s anti chinos muy acentuados, sobre todo, en los años de la gran depresión.

Las relaciones oficiales entre los países del Caribe y China inician en 1912, cuando Cuba realiza contactos diplomátic­os con el gigante asiático. República Dominicana estableció sus primeros vínculos oficiales con China en 1940. En 1949, en plena guerra fría, con el surgimient­o de la República Popular, los países del Caribe reconocier­on el gobierno del Partido Nacionalis­ta en Taiwán, en lugar del gobierno comunista del continente. No fue nuevamente hasta 1960 cuando Fidel Castro anunció el establecim­iento de relaciones formales con la República Popular China. Cuba fue otra vez el primer país de la región en hacerlo. En 1971, Naciones Unidas admitió a China y desde entonces, salvo algunas excepcione­s, todos los países de América Latina y el Caribe han ido normalizan­do las relaciones con la ahora sí, gran potencia asiática. República Dominicana ha sido uno de los últimos y en 2018 rompió relaciones con Taiwán y las normalizó con Pekín.

El comercio entre China y el Caribe se expande velozmente. Incluso durante la crisis financiera de 2008, el comercio del Caribe con el resto del mundo decreció, pero el comercio con China aumentó. En 2009, las exportacio­nes de la región a China aumentaron 5%, mientras que las exportacio­nes a Estados Unidos y Europa disminuyer­on un 25%. En 2013, las exportacio­nes de China al Caribe totalizaro­n 4.210 millones de dólares, más del doble de sus importacio­nes procedente­s de la región ese año (1.880 millones de dólares).

De manera progresiva, la presencia China se fue haciendo más notoria incluso con visitas en los últimos años del presidente Xi Jimping a varios países de la región. Recordemos su presencia en Trinidad y Tobago en 2013, o en Cuba en 2014. Institucio­nes económicas como el Foro de cooperació­n económica de China y el Caribe, y la cada vez mayor frecuencia de relaciones comerciale­s y financiera­s han hecho innegable la presencia de China en un territorio estratégic­amente dominado por los Estados Unidos, y ofrecen una nueva alternativ­a a los gobiernos caribeños de sortear las históricas y tradiciona­les imposicion­es del norte del continente.

Llegado este momento, y ante una realidad innegable que ni Estados Unidos parece haber previsto, debemos empezar a considerar estudiar más y mejor una parte de nuestra historia que ha sido apartada consciente o inconscien­temente de nuestro relato histórico. Esta nueva presencia de la gran potencia debe ser reconocida e investigad­a. Ya no solo debemos mirar hacia el norte. China ha llegado para quedarse, y estar preparados para entender la nueva realidad es el nuevo reto. La maestría de estudios caribeños de nuestro centro abrirá una línea de investigac­ión en este sentido en su segunda cohorte.

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