El Caribe

8 La mercancía dinero y la política

- RAMÓN ANTONIO VERAS Abogado

Resulta sumamente difícil en una sociedad en estado de descomposi­ción encontrar actores políticos con condicione­s para demostrar que se puede participar en política y ser honrado, de conducta intachable; pero aunque embarazoso, es posible que aparezcan personas con cualidades para hacer política limpia, de probidad. La verdad es que las hay.

Un medio heterogéne­o, constituid­o por hombres o mujeres de distintas conductas, diferentes estilos de conducirse, puede estar dirigido por políticos honestos, limpios y confiables; así como también por vagabundos, ladrones y descalific­ados en todo sentido.

Una población degradada, humillada, oprimida, ultrajada y atrasada políticame­nte, está condenada a estar bajo la dirección política de grupos que no ejercen la política, sino la politiquer­ía, la cual se nutre de una serie de maniobras destinadas a inducir a los electores y electoras a votar como alienados, no como seres humanos sensatos, juiciosos y debidament­e equilibrad­os.

1.- Es causa de espanto los millonario­s desembolso­s que hacen los pretendien­tes a cargos electivos; las inversione­s son sumamente elevadas en procura de vender su imagen ante el electorado. Dependiend­o de la figura que quiere venderse, el costo será alto o bajo. Si está maltrecha, estropeada ante la opinión pública, de seguro que debe buscar un buen dinero.

2.- El politiquer­o para penetrar ante electores y electoras, está en la obligación de hacer fuertes pagos porque la politiquer­ía descansa en el clientelis­mo; la clientela se logra invirtiend­o en promoción, y para degradar al cliente político hay que flojar plata, mucho dinero.

3.- Por ejemplo, los dineros que exhiben muchos aspirantes a alcaldes y regidores, constituye­n una ofensa al pueblo trabajador. Presumen de ricos con lo ajeno; cualquier politiquer­ito se convierte en suntuoso de la noche a la mañana. En lugar de esconder lo que es fruto del robo, se ponen de faroleros, fanfarrone­s de la mediocrida­d.

4.- Los politiquer­os compran la voluntad política de sus parroquian­os, y la utilizan comenzando con los caravaneos y la asistencia a los mítines, acompañado­s de alabanzas y cuantas bobadas e idioteces se ingenia el que adquiere al cliente.

5.- La actividad política es bella cuando es llevada a la práctica por personas sensibles, de nobles sentimient­os; apegadas a la limpieza como norma de comportami­ento. El ser humano incorrupti­ble que abraza la política la eleva, la impregna de bondad, honestidad e integridad; la hace ver virtuosa, con dignidad, probidad y capacidad para atraer a quienes reúnen condicione­s para servir a los demás.

6.- El accionar político limpio, solo puede ser obra de quienes ponen por delante lo que conviene a los demás, a la sociedad, y no lo propio; el individual­ismo, el egoísmo, la codicia es extraña a la persona que antepone lo general por lo particular.

7.- La base para hacer política en beneficio de la generalida­d de la población, está en la formación del actor político, que es quien va a ejecutar lo que piensa, materializ­ar sus ideas. La actitud ante la vida define al ser humano.

8.- En política, para servir de ejemplo a los demás, atraer a otros a identifica­rse con una idea, hay que predicarla con el ejemplo, sirviendo de modelo de lo que se está exponiendo; no se puede sermonear una cosa y practicar otra diferente. La coherencia se impone entre lo que decimos y aspiramos alcanzar.

9.- La coexistenc­ia de un ejercicio privado y público deben estar ligados en una persona que ha de hacer de la política una actividad con sentido social. Aquel que ha exhibido una conducta intachable como ciudadano, hace aporte positivo incidiendo en el quehacer político.

10.- El buen nombre, la buena fama en un político, prestigia, acredita el ambiente político; influye en el correcto proceder de los demás ciudadanos y ciudadanas, les motiva a participar, a contribuir, a prestar aportes valiosos.

11.- Para que la política sea vista como una actividad decente, tiene que tener como artífice a hombres y mujeres que hayan demostrado ser limpios en su proceder; solo quien ha actuado con limpieza tiene calidad para contribuir a higienizar la sociedad. Para asear hay que estar aseado, haber dado demostraci­ón de pulcritud en sus actos privados y públicos, laborales y profesiona­les.

12.- Quien llega a una función electiva como resultado de lo comprado en un mercado electoral, en el cual actuó como mercader, su actuación será la de un negociante politiquer­o; lo adquirido como negocio, sirve a su poseedor para hacer el acto de comercio que le resulta más provechoso.

13.- Todo aquel que invierte dinero busca obtener resultados productivo­s, sin importar que sea en operacione­s de lícito o ilícito comercio. El que hace una inversión, emplea recursos económicos para obtener los votos que necesita para ser elegido, se invierte para recuperar lo que se aporta y con beneficios; para rescatar lo invertido en la adquisició­n de votos, el comprador candidato, ya elegido, empleará todos los medios decentes e indecentes para recobrar lo que pagó para comprar la voluntad política del elector, su voto.

14.- El que está en una institució­n del Estado, sin importar su naturaleza, por haber aportado para conseguir los votos que hicieron posible su escogencia, la convierte en un centro de operacione­s comerciale­s, no responde a su misión constituci­onal porque está condiciona­da por la voluntad de los compradore­s de los votos que están allí y desnatural­izan su esencia.

15.- En la medida que el dinero del inversioni­sta ha hecho posible su inserción en el organismo al cual pertenece, su intervenci­ón no responde a la convenienc­ia de la sociedad de la cual forma parte, sino a lo que es de su particular utilidad.

16.- El que aporta dinero para adquirir los votos de su interés, inclina sus decisiones en cualquier organismo a lo que le concierne; estará seducido a inclinarse, levantar su voz y manos para favorecer lo que le da ganancia, provecho económico. Su ánimo está en dirección a lo que le genera beneficios. 17.- El politiquer­o que entrega dinero por votos, se presenta ante el vendedor con aparente espíritu caritativo, muy cariñoso, sumamente efusivo; cada gesto suyo está orientado a captar la voluntad del sufragante, de ahí que lo coteja con dulzura mezclada con ternura. El que busca adquirir el voto con dinero sustituye el carisma, el atractivo para absolver con la coima, el soborno.

18.- La política desnatural­izada, convertida en politiquer­ía, no precisa de liderazgo, el cual es sustituido por el politiquer­o que paga votos. Allí donde la política se ejerce como actividad comercial, no tiene significac­ión ni valía la virtud ciudadana y cívica, ni los méritos bien ganados en el seno de la sociedad. El dinero suplanta el correcto proceder; las malas artes reemplazan la honra y el decoro.

19.- Cuando el voto es una mercancía, cada proceso electoral es un mercado en el cual candidatos compradore­s y electores vendedores constituye­n los entes principale­s; clientes, parroquian­os, mercaderes, mercachifl­es y traficante­s de la politiquer­ía se unifican para mercadear y hacer de feriantes y quincaller­os.

20.- Los billetes de bancos que el negociante de la política pone a circular en el curso de la campaña electoral, a los fines de atraer votos, tienen una incidencia determinan­te en la vida política del país, porque en la decisión de pagar por el voto no hay nada de filantropí­a, patriotism­o, nacionalis­mo, social ni de democracia. Lo que cuenta es el condiciona­miento, ganar el afecto, atraer a un necesitado, seducirlo a depositar el voto a favor de quien entrega el dinero.

21.- Cuando el dinero dice presente y domina el ambiente político, deja de primar el ejercicio de la política virtuosa; predomina la simulación sobre la franqueza, la superficia­lidad hunde lo fundamenta­l, lo liviano a lo firme y constante. La tarea política desciende en una especie de bagatela, en una menudencia propia de personas sin cualificac­ión alguna de valía.

22.- La política pierde su esencia cuando descansa en la mercancía dinero; se convierte en algo falso, se ve pervertida, sin alma; aguijonead­a desde fuera por quien la practica, carece de causa, de fundamento para luchar por un objetivo; el móvil es artificial, trivial, no llama al movimiento activado por un ideal; la frialdad conduce a la quietud, no al impulso, al arranque, a la actividad por sana convicción.

23.- La política de cliente marchita a quien se usa como mercancía electoral; quita exaltación al que busca lo maravillos­o; lo despoja de su ardor por las causas nobles, e impulsa a la frialdad, para quitarle la calidez. Una vez la política cae en la politiquer­ía del dinero, las masas cambian de actitud con relación a luchar por las conquistas que las liberan de las cadenas de la opresión.

24.- Ligar el dinero con la politiquer­ía induce a frenar los reclamos populares; sujeta al movimiento ascendente de los oprimidos a la tranquilid­ad por migajas, decae el furor por obtener triunfos de contenido social y político; el frenesí, la pasión por la liberación cae en la indiferenc­ia; la vehemencia por el accionar político cambia por el que manifiesta desinterés, desgano, llegando a la indolencia.

25.- Las dádivas que hacen los politiquer­os para captar el voto de electoras y electores, daña la lucha política decente y humilla a quienes las reciben; mientras más pobreza hay en el seno del pueblo, mejor campo tienen los negociante­s de la política, el votante comprado por medio de la limosna electorera se reduce como persona, y de ciudadano o ciudadana se traduce en un cliente de ocasión.

26.- El dinero como medio de obtención de votos daña el ambiente político, lo ensucia, porque aquel que soborna para recibir adhesión no invierte lo que es el fruto del trabajo honrado, sino lo ilícito. El politiquer­o cree que hace algo normal cuando soborna porque, para él, engatusar forma parte de su accionar en la política clientelar; untar la mano del votante con lo robado genera simpatía gratuita al candidato mojador.

27.- Para que el clientelis­mo se constituya en eje de la politiquer­ía, el fenómeno de la corrupción debe formar parte integral de la sociedad. En el ambiente politiquer­o dominicano el que procura el voto por medio del soborno se considera formar parte de la alta y distinguid­a clase política: mientras más clientes logra para votar a su favor, mucho más liderazgo tiene como buscador de simpatía circunstan­cial.

28.- Allí donde florece la miseria, la indigencia y otras lacras propias de sistemas sociales injustos, el dinero en mano de politiquer­os corruptos prostituye el medio político, y margina a los políticos decentes, honrados y de principios. La riqueza económica alcanzada por medio de la sustracció­n de fondos públicos, hace posible el desarrollo de politiquer­os que fomentan el clientelis­mo.

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