El Caribe

¡Chile despertó!

- ANDRÉS DAUHAJRE HIJO Fundación Economía y Desarrollo, Inc.

¿De la anestesia? ¿De la pesadilla? ¿Del sueño neoliberal? No tengo la respuesta. Hasta el momento he escuchado la convocator­ia de jóvenes chilenos a la revolución. Una revolución contra la desigualda­d, la pobreza, los bajos salarios, las pírricas pensiones, la pésima educación, el difícil y costoso acceso a las universida­des, y el deficiente sistema de salud pública.

Me dediqué el pasado sábado a revisar la evolución de las variables que han sido utilizadas por los jóvenes chilenos en una protesta que estalló luego de la decisión del gobierno de Sebastián Piñera de elevar la tarifa del Metro de Santiago, en hora pico, de US$1.12 a US$1.16. Han señalado que Chile tiene la mayor desigualda­d de la región y que a pesar del crecimient­o que ha logrado, la desigualda­d no ha bajado. Busqué la data que publica un organismo anti-neoliberal, la CEPAL, presidido por la bióloga mexicana Alicia Bárcena, quien ha alabado la impresiona­nte marcha pacífica y ciudadana de hombres y mujeres libres para construir una sociedad mejor. Lo primero que detecto es que en el 2017 había diez países en la región con mayor desigualda­d que Chile: Brasil, Guatemala, Colombia, Panamá, México, Paraguay, Costa Rica, Nicaragua, Honduras y Bolivia. ¿Hay desigualda­d en Chile? Sí. ¿Es el país más desigual de la región? No. ¿Ha fracasado la estrategia de desarrollo implementa­da en Chile para reducir la desigualda­d? En 1990, el índice de concentrac­ión del ingreso (Gini) en Chile era de 0.572. En el 2017, bajó a 0.454. En consecuenc­ia, la desigualda­d en Chile ha bajado. Algunos sostienen que debió haber bajado más y ese es un punto válido para ser colocado en la agenda que deberá ser presentada en la mesa donde hombres y mujeres de Chile se sentarán próximamen­te para definir el proceso de construcci­ón de una sociedad mejor, que permita erradicar totalmente la pobreza, la cual se sitúa en 10.6%, la más baja de la región después de Uruguay (2.7%).

Además de la pancarta de la aberrante desigualda­d, se levanta otra más cerca del bolsillo: el bajísimo salario mínimo. Es cierto, el salario mínimo en Chile (US$435), a pesar de que ha aumentado en 788% entre 1987 y 2019 medido en dólares corrientes, sigue siendo bajo. Es otro punto a ser llevado a la mesa de concertaci­ón. A simple vista uno pensaría que Chile tiene condicione­s para desplazar en menos de dos años a Costa Rica (US$492) y a Panamá (US$530) de las dos primeras posiciones en el ranking del salario mínimo de la región. Los jóvenes señalan que el salario no rinde cuando enfrenta prácticas no-competitiv­as en la determinac­ión de precios en algunos mercados que parecen estar capturados por prácticas monopolist­as u oligopolis­tas en la determinac­ión de precios. Frente a esas fallas de mercado, la intervenci­ón del Estado resulta imprescind­ible.

Las pensiones que genera el sistema de capitaliza­ción individual, señalan, son muy bajas. Los chilenos quieren un sistema que les genere pensiones equivalent­es a cerca del 80% del salario promedio, como sucede en los países europeos. La verdad es que con un aporte neto de 10% a la cuenta de capitaliza­ción individual es prácticame­nte imposible generar pensiones del 80% del salario. Ahora bien, si la contribuci­ón a la cuenta de capitaliza­ción individual fuese el 33%, 28.3% y 25.4% que empleados y empleadore­s aportan a los sistemas de reparto de Italia, España y Alemania, el sistema de capitaliza­ción individual chileno podría generar pensiones igual o superior al 80% del salario. El Gobierno ha querido aumentar la contribuci­ón neta a la cuenta de capitaliza­ción de 10% a 14%. Quizás ahora, luego de las protestas, puede recibir el respaldo de los cientos de miles de jóvenes que aspiran recibir en el futuro pensiones decentes. Otra opción es subir la contribuci­ón a 12.8% como en Dinamarca, elevar el IVA chileno de 19% al IVA danés de 25%, y destinar las recaudacio­nes adicionale­s a financiar un pilar público como sucede en Dinamarca. No es ironía, es realidad.

La educación en Chile es mala, no sirve para nada. Las recetas neoliberal­es de los vouchers y las escuelas particular­es subvencion­adas no han sido efectivas. No tengo elementos de juicio para evaluar la calidad de la educación en Chile; estoy seguro que los jóvenes chilenos protestant­es si los tienen. Lo único que me atrevería a decir, con el perdón de ellos, es si es cierto que la educación en Chile es mala, también es cierto que es la mejor de la región. Entre los nueve países de la región que participar­on en las pruebas PISA 2015, los jóvenes chilenos obtuvieron las más altas calificaci­ones en Ciencias, Lectura y Matemática­s en toda la región.

Señalan además que la matrícula universita­ria es muy cara y el acceso es limitado. Reconocien­do lo primero, en enero del 2018, se aprobó la gratuidad universal en la educación superior: las familias correspond­ientes al 60% de menores ingresos de la población, cuyos miembros estudien en institucio­nes adscritas a este beneficio, no deberán pagar el arancel ni la matrícula en su institució­n durante la duración formal de la carrera. En el 2019, hay 33 universida­des, 5 institutos profesiona­les y 10 centros de formación técnica, acogidos al sistema de gratuidad. A pesar de que la tasa bruta de matrícula en educación superior en Chile ha pasado del 12.7% en 1972 a 88.5% en el 2017, el acceso realmente es limitado: en el 2019, un 56.7% está matriculad­o en las universida­des, 32.0% en los institutos profesiona­les y 11.3% en los centros de formación técnica. Todos quieren ingresar a las universida­des, pero no hay cupos suficiente­s. Y como si esto fuera poco, los egresados de las escuelas privadas, al estar mejor preparados, tienen

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