¡Chile despertó!
¿De la anestesia? ¿De la pesadilla? ¿Del sueño neoliberal? No tengo la respuesta. Hasta el momento he escuchado la convocatoria de jóvenes chilenos a la revolución. Una revolución contra la desigualdad, la pobreza, los bajos salarios, las pírricas pensiones, la pésima educación, el difícil y costoso acceso a las universidades, y el deficiente sistema de salud pública.
Me dediqué el pasado sábado a revisar la evolución de las variables que han sido utilizadas por los jóvenes chilenos en una protesta que estalló luego de la decisión del gobierno de Sebastián Piñera de elevar la tarifa del Metro de Santiago, en hora pico, de US$1.12 a US$1.16. Han señalado que Chile tiene la mayor desigualdad de la región y que a pesar del crecimiento que ha logrado, la desigualdad no ha bajado. Busqué la data que publica un organismo anti-neoliberal, la CEPAL, presidido por la bióloga mexicana Alicia Bárcena, quien ha alabado la impresionante marcha pacífica y ciudadana de hombres y mujeres libres para construir una sociedad mejor. Lo primero que detecto es que en el 2017 había diez países en la región con mayor desigualdad que Chile: Brasil, Guatemala, Colombia, Panamá, México, Paraguay, Costa Rica, Nicaragua, Honduras y Bolivia. ¿Hay desigualdad en Chile? Sí. ¿Es el país más desigual de la región? No. ¿Ha fracasado la estrategia de desarrollo implementada en Chile para reducir la desigualdad? En 1990, el índice de concentración del ingreso (Gini) en Chile era de 0.572. En el 2017, bajó a 0.454. En consecuencia, la desigualdad en Chile ha bajado. Algunos sostienen que debió haber bajado más y ese es un punto válido para ser colocado en la agenda que deberá ser presentada en la mesa donde hombres y mujeres de Chile se sentarán próximamente para definir el proceso de construcción de una sociedad mejor, que permita erradicar totalmente la pobreza, la cual se sitúa en 10.6%, la más baja de la región después de Uruguay (2.7%).
Además de la pancarta de la aberrante desigualdad, se levanta otra más cerca del bolsillo: el bajísimo salario mínimo. Es cierto, el salario mínimo en Chile (US$435), a pesar de que ha aumentado en 788% entre 1987 y 2019 medido en dólares corrientes, sigue siendo bajo. Es otro punto a ser llevado a la mesa de concertación. A simple vista uno pensaría que Chile tiene condiciones para desplazar en menos de dos años a Costa Rica (US$492) y a Panamá (US$530) de las dos primeras posiciones en el ranking del salario mínimo de la región. Los jóvenes señalan que el salario no rinde cuando enfrenta prácticas no-competitivas en la determinación de precios en algunos mercados que parecen estar capturados por prácticas monopolistas u oligopolistas en la determinación de precios. Frente a esas fallas de mercado, la intervención del Estado resulta imprescindible.
Las pensiones que genera el sistema de capitalización individual, señalan, son muy bajas. Los chilenos quieren un sistema que les genere pensiones equivalentes a cerca del 80% del salario promedio, como sucede en los países europeos. La verdad es que con un aporte neto de 10% a la cuenta de capitalización individual es prácticamente imposible generar pensiones del 80% del salario. Ahora bien, si la contribución a la cuenta de capitalización individual fuese el 33%, 28.3% y 25.4% que empleados y empleadores aportan a los sistemas de reparto de Italia, España y Alemania, el sistema de capitalización individual chileno podría generar pensiones igual o superior al 80% del salario. El Gobierno ha querido aumentar la contribución neta a la cuenta de capitalización de 10% a 14%. Quizás ahora, luego de las protestas, puede recibir el respaldo de los cientos de miles de jóvenes que aspiran recibir en el futuro pensiones decentes. Otra opción es subir la contribución a 12.8% como en Dinamarca, elevar el IVA chileno de 19% al IVA danés de 25%, y destinar las recaudaciones adicionales a financiar un pilar público como sucede en Dinamarca. No es ironía, es realidad.
La educación en Chile es mala, no sirve para nada. Las recetas neoliberales de los vouchers y las escuelas particulares subvencionadas no han sido efectivas. No tengo elementos de juicio para evaluar la calidad de la educación en Chile; estoy seguro que los jóvenes chilenos protestantes si los tienen. Lo único que me atrevería a decir, con el perdón de ellos, es si es cierto que la educación en Chile es mala, también es cierto que es la mejor de la región. Entre los nueve países de la región que participaron en las pruebas PISA 2015, los jóvenes chilenos obtuvieron las más altas calificaciones en Ciencias, Lectura y Matemáticas en toda la región.
Señalan además que la matrícula universitaria es muy cara y el acceso es limitado. Reconociendo lo primero, en enero del 2018, se aprobó la gratuidad universal en la educación superior: las familias correspondientes al 60% de menores ingresos de la población, cuyos miembros estudien en instituciones adscritas a este beneficio, no deberán pagar el arancel ni la matrícula en su institución durante la duración formal de la carrera. En el 2019, hay 33 universidades, 5 institutos profesionales y 10 centros de formación técnica, acogidos al sistema de gratuidad. A pesar de que la tasa bruta de matrícula en educación superior en Chile ha pasado del 12.7% en 1972 a 88.5% en el 2017, el acceso realmente es limitado: en el 2019, un 56.7% está matriculado en las universidades, 32.0% en los institutos profesionales y 11.3% en los centros de formación técnica. Todos quieren ingresar a las universidades, pero no hay cupos suficientes. Y como si esto fuera poco, los egresados de las escuelas privadas, al estar mejor preparados, tienen