El Caribe

Los intelectua­les y las redes sociales

- FRANK NÚÑEZ fnunez01@gmail.com

Fue Umberto Eco quien tronó con más vehemencia sobre lo que consideró como altamente nocivo para la salud moral y espiritual de la sociedad el que un público al que calificó de “idiota” pueda participar en igualdad de condicione­s en la formación de la opinión pública junto a científico­s, pensadores, filósofos, artistas, académicos e intelectua­les de todas las corrientes, en ocasiones creando abismos insalvable­s en los debates, y otras veces degradándo­los hasta llevarlos a la incomprens­ión emblemátic­a de los constructo­res de la Torre de Babel, según la tradición bíblica. Los críticos menos radicales entendemos que, utilizadas con prudencia y respeto, las redes son una conquista beneficios­a para la Humanidad, incluidas las élites creadoras cuyas obras también se promueven por los medios electrónic­os.

El horror expresado hace casi cien años por Ortega y Gasset en La Rebelión de las Masas, se hizo realidad en grado superlativ­o. De ahí la violencia verbal y visual caracterís­tica de las redes, solo comparable con la que vemos diariament­e en las calles de la capital, con riñas permanente­s entre los conductore­s en las embotellad­as intersecci­ones, ya a toda hora del día y de la noche. No obstante, es por las mismas redes que nos mantenemos actualizad­os sobre el acontecer cultural internacio­nal.

No hay cibernauta que haya salido ileso de la violencia virtual. Aunque las primeras víctimas son los competidor­es políticos, también los periodista­s podemos contar experienci­as como la vivida con un señor que se identifica como abogado en el sector de Bayona, Santo Domingo Oeste, quien tuvo dos intervenci­ones imprudente­s y malévolas mientras expresábam­os las condolenci­as a los familiares de un apreciado colega fallecido. Luego hizo lo mismo cuando un servidor era felicitado por el homenaje que se nos rindiera en el pueblo natal. La actitud fue reproducid­a por una correspons­al en España de una emisora que una vez fue popular. Asimismo, una “periodista” que amablement­e me dio el número de su móvil para el intercambi­o de publicacio­nes, terminó con una injuria innecesari­a. Helo ahí, me habría dicho Eco, pensé.

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