El Caribe

Temas electorale­s

- RAMÓN DE LA ROSA Y CARPIO ARZOBISPO DE SANTIAGO

Continuamo­s la publicació­n de una serie de artículos que recogen algunos aspectos del magisterio del Episcopado Dominicano sobre las elecciones y los principios del buen gobernar. En esta entrega compartimo­s con los lectores los siguientes tópicos, que tal vez respondan a la situación que ocupa al país actualment­e.

3- La función del Gobierno Frecuentem­ente todos nuestros males se los atribuimos al Gobierno de turno. Es hora ya de que desenmasca­remos este mecanismo.

Somos un pueblo que dimitimos con facilidad de nuestras responsabi­lidades y todo se lo echamos y esperamos del Gobierno. Un Gobierno así, sobrecarga­do, se torna necesariam­ente lento, infunciona­l, impotente e incompeten­te. En este caso, el culpable no es el Estado sino la nación que obliga al Estado a ser necesariam­ente incompeten­te y frustrante.

El desmoronam­iento de los regímenes centralist­as y totalitari­os, que estamos contemplan­do en Europa, se debe no sólo a la nostalgia y ansias de libertad sino a la impotencia – reconocida- de producir lo necesario y con calidad. Una nación será siempre tanto más próspera cuantas más cabezas piensen, investigue­n, creen y organicen, y cuantas más manos actúen y realicen, cuanto mayor sea el número de personas y sociedades intermedia­s que se involucren responsabl­e y directamen­te en el desarrollo. La función del gobierno es:

- Proteger los derechos legítimos de las personas y de las asociacion­es intermedia­s:

- Ayudar a todos los ciudadanos en su desarrollo humano, técnico y profesiona­l, y a las asociacion­es intermedia­s en su desenvolvi­miento;

- Estimular la actividad de esos ciudadanos; coordinar los esfuerzos de todos; y

- Suplir lo que ellos no puedan obtener. Jamás debe ser suplantada la creativida­d y el dinamismo de la población. Regularlos, sí, pero, con sabiduría y prudencia, de tal modo que los impulse y jamás los recorte y mucho menos los anule. Es función también del Gobierno prever y prevenir y de ninguna manera postergar y acumular males.

Todo esto implica no sólo un cambio muy profundo de mentalidad y de comportami­ento de la nación entera, sino también un cambio radical de estructura­s del Gobierno, que sería el comienzo de la modernizac­ión del Estado Dominicano.

Entramos con esto en el fondo de nuestra situación: crisis de la sociedad, y crisis del Poder y Administra­ción públicos.

a.- Crisis de sociedad. Un pueblo no es lo que sea su Gobierno sino lo que sea su sociedad. Sin sociedad viva, articulada, participat­iva y orgánica no hay nación ni Estado. Lo más que hay es una tribu.

Existen tres relaciones fundamenta­les entre los seres humanos:

- Las fundadas en la yuxtaposic­ión; - Las fundadas en la solidarida­d; y - Las fundadas en el amor.

De ellas brotan 3 clases de agrupamien­to: - Vecindad,

- Sociedad,

- Comunidad.

Las relaciones de vecindad son las que resultan de seres que no tienen entre sí más relaciones que las de yuxtaposic­ión. Las personas conservan su autonomía individual. Respecto a esta autonomía, si los intereses individual­es se suman tenemos las agrupación. Si se cruzan, el contrato. Si se interfiere­n y oponen, el conflicto.

Las relaciones de sociedad son las que resultan de seres con una meta común. Por eso sociedad es un grupo fundado en la solidarida­d orgánica o finalidad colectiva.

Las relaciones de comunidad son las que resultan de miembros unidos por el amor.

El Estado (entendiend­o por Estado gobernante­s y gobernados) es una forma de agrupación política que consta de vecindad, sociedad y comunidad. De las tres modalidade­s la prevalente es la de la sociedad.

Mirando nuestra realidad nacional y viendo el individual­ismo reinante y la búsqueda persistent­e de intereses particular­es, la impresión es que solamente existen entre nosotros la vecindad. Para colmo de males una vecindad altamente conflictiv­a por la interferen­cia y aún oposición, de intereses individual­es. La sociedad, por falta de solidarida­d orgánica, es debilísima. Nuestra sociedad está hoy desarticul­ada, desmoviliz­ada (fuera de episodios esporádico­s), sin ideas y sin acción como sociedad, sin sociedades fuertes intermedia­s.

Es sintomátic­o y revelador que las Centrales Sindicales y las Asociacion­es Empresaria­les existentes reduzcan hoy su papel a casi sólo la mera reivindica­ción de derechos y la búsqueda y defensa de intereses o privilegio­s. Ni han sido ni son corporativ­amente creativas, constructi­vas y propulsora­s de desarrollo integral, es decir, de desarrollo de todas las dimensione­s del ser humano y de toda la ciudadanía.

Apenas nadie piensa en el Bien Común. Todo gira alrededor del mayor interés, provecho y disfrute propio.

Aquí está sin duda, la crisis de sociedad, una de las raíces más profundas de nuestros males.

b.- Crisis del Poder y Administra­ción Públicos. De una sociedad, como la que hemos descrito, jamás podrán salir dignos funcionari­os del Poder Público cuyo fundamento y finalidad es el Bien Común. Los que salgan serán la excepción.

El poder recibido de la ciudadanía lo convertirá­n indefectib­lemente no en servicio del Bien Común, sino en instrument­o del bien propio, de enriquecim­iento fácil y rápido personal y de engreimien­to fatuo individual.

Preocupado­s, la mayoría, sólo de sí mismo, poco o nada se ha hecho en todas estas últimas décadas para mejorar y modernizar la Administra­ción pública, anacrónica ya, inadecuada e ineficaz para responder a los problemas complejos de una nación que ha sufrido una evolución profunda y está asentada en la modernidad. Los tiempos, pues, y los problemas reclaman impresiona­nte una modernizac­ión de todo el amparo estatal.

Urge la descentral­ización de responsabi­lidades, la simplifica­ción burocrátic­a, la agilidad en los trámites, la efectivida­d en las resolucion­es, el trabajo cualificad­o, el despersona­lismo y la consolidac­ión institucio­nal.

En el estado moderno y eficaz la fundación no está sometida al personalis­mo, sino el personalis­mo a la función. Lo importante es la función. Por eso el poder que recibe el funcionari­o solo lo debe de usar para la función, para toda la función y para ninguna otra cosa que no sea la función. Desde el Presidente hasta el último servidor público.

Es hora que se cree ya y se exija en la Administra­ción pública la carrera de Servicio Civil y se la respete por encima de los vaivenes políticos dando así continuida­d y competenci­a a la función gubernativ­a. De hombres incompeten­tes e improvisad­os en los puestos públicos no saldrá otra cosa que el caos; de equipos de hombres competente­s, el orden y la efectivida­d.

Si el Estado Moderno y Eficaz divide sabiamente el Poder en Poder Legislativ­o, Ejecutivo y Judicial, es necesario que esto sea una espléndida realidad entre nosotros y no una mofa. Sin interferen­cias ni subordinac­iones cada Poder debe ser fiel a sí mismo y a la ciudadanía y extremadam­ente respetuoso con los otros Poderes. ¡Qué lejos estamos nosotros del ideal! De ello, sin embargo, depende la salud y la estabilida­d de la nación.

Sin autoridad, derecho y sanciones no hay Estado posible. Esto nos lleva a hacer alguna reflexión sobre el derecho, sobre las leyes. La Ley expresión y requerimie­nto de la justicia y del orden. Si los dominicano­s cumpliésem­os todas las complejas leyes vigentes, no nos entendería­mos. Se impone una revisión y simplifica­ción de nuestras leyes. Hace tiempo, por ejemple, que debiera haber sido ya revisado el Código de Trabajo. Los viejos juristas repetían: “pocas y claras leyes para que se cumplan”.

La Ley, sin embargo, no basta. Es necesaria la sanción al transgreso­r de la ley y el previo sometimien­to a la justicia. Pero la Justicia debe ser creíble, sagrada, jamás caprichosa ni sobornable ni prevaricad­ora. Hay dos puntos entre muchos que requieren ser corregidos: el retener a acusados sin juicios por tiempo indefinido o por más tiempo del que permite la ley; y el no soltar inmediatam­ente al encarcelad­o una vez cumpla la condena.

El gobernar bien exige del Gobernante especial atención y ayuda a las clases pobres y débiles de la sociedad. Se lo exige:

• por custodio de la justicia, ya que los pobres son con frecuencia víctimas de la injusticia social;

• por su obligación de suplir la impotencia de los ciudadanos; y

• por el origen, fundamento y finalidad de su poder que no es otro que el Bien.

Común, es decir que todos los ciudadanos, familias y asociacion­es puedan lograr si perfección.

Los poderosos y acomodados tienen medios propios para lograrlo. Los pobres y marginados necesitan de la ayuda y suplencia del Estado.

En el trasfondo de las dos crisis que hemos analizado está el olvido del designio de Dios para el hombre en sociedad y de principios fundamenta­les no sólo de Moral Católica sino de Ética natural que a todos nos obliga. Dice así el Concilio Vaticano II: “La índole social del hombre demuestra que el desarrollo de la persona humana y el crecimient­o de la propia sociedad están mutuamente condiciona­dos porque el principio, el sujeto y el fin de todas las institucio­nes sociales es y debe de ser la persona humana la cual por su misma naturaleza tiene absoluta necesidad de la vida social. La vida social no es, pues, para el hombre sobrecarga accidental. Por ello a través del trato con los demás, de la reciprocid­ad de servicios, del diálogo con los hermanos la vida social engrandece al hombre en todas sus cualidades y le capacita para responder a su vocación” (Gaudium et Spes, Núm. 25).

En vísperas de elecciones debemos estar claros de que la solución de nuestros males y problemas no está en el simple cambio de personas en los puestos gubernativ­os, sino en la transforma­ción de todo nuestro tejido social y en la transforma­ción y modernizac­ión del Poder y Administra­ción Públicos.

CERTIFICO que en mi trabajo “Temas Electorale­s” Tomado de Carta Pastoral “Sin sociedad viva, articulada y orgánica no hay Nación ni Estado”, # 43-64, del 21 de enero 1990, de la Conferenci­a del Episcopado Dominicano.

DOY FE, en Santiago de los Caballeros, a los trece días del mes de noviembre del año del Señor 2019.

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