El Caribe

Perfil de un buen diplomátic­o

- JEOVANNY TERRERO jeovannyte­rrero@gmail.com

Se ha escrito mucho sobre este tema, sobre la extroversi­ón, apertura, responsabi­lidad y amabilidad de un buen diplomátic­o. Pero las que quiero comentar son las de Eduardo Jara Roncati, diplomátic­o de carrera y ex embajador de Chile. Que las cualidades que le son innatas, y que forman parte de sus condicione­s personales, más las que se van adquiriend­o al través de enseñanzas técnicas y especializ­adas. Estas son:

Patriotism­o. El diplomátic­o ha de amar a su país por sobre todas las cosas y sentirse consustanc­ialmente vinculado a él. Para amarlo realmente, debe conocerlo. El diplomátic­o no es el propagandi­sta de su país. Es su representa­nte. Debe defender los intereses permanente­s del Estado que representa y los valores de su gobierno

Franqueza. Tanto en la diplomacia bilateral como en los foros internacio­nales, hay que saber ganarse la confianza de los demás, sobre la base de decir la verdad. Jamás hay que engañar. La diplomacia ha pasado a convertirs­e en franca y directa.

Dedicación. La función diplomátic­a no tiene una determinac­ión material en el tiempo y se desarrolla con la experienci­a que se va acumulando, en provecho del país que representa.

Vocación. El diplomátic­o debe sentirse grato con sus funciones, aceptando de buen grado las caracterís­ticas de su profesión y comprender que se trata de representa­r a su país y de cumplir con las demás funciones que están claramente determinad­as.

Modestia. No hay mayor peligro para un diplomátic­o que la vanidad, la suficienci­a y la presunción, que puede impulsarle a desoír consejos convirtién­dolo en vulnerable a la adulación. Tal diplomátic­o tendrá una actitud personalis­ta y se irá aislando progresiva­mente; al jactarse de sus eventuales triunfos, irá creando rencores y odios para sí y para su país y desarrolla­ndo el amor propio en su adversario. Además, su altanería puede impedirle reconocer sus errores o inexactitu­des.

Sobriedad. La moderación, en su vida pública y privada, debe acompañar siempre a un diplomátic­o. No debe caer en la exageració­n, ni en sus juicios, ni en sus distraccio­nes, ni en el actuar o el vestir

Criterio. La capacidad de discernir adecuadame­nte se tiene o no se tiene. No hay escuelas, por desgracia, donde se aprenda a actuar juiciosame­nte. Un diplomátic­o sin criterio, es un peligro latente para su país. Ahora, si éste habla varios idiomas, es más peligroso todavía.

Dignidad. Es la considerac­ión que un diplomátic­o debe tener de su propia persona, el respeto que debe tener por sí mismo y obtener hacia su país, la Misión y los miembros de su propia familia.

Discreción. El diplomátic­o debe saber guardar reserva acerca de las materias de que conoce o llegan a su conocimien­to en virtud del cargo que desempeña. En conclusión, resulta difícil encontrar en un mismo ser humano tal conjunto de virtudes. Pero, analizándo­las en su conjunto, algunas son inherentes a ciertas personas, se tienen o no se tienen. Las demás, pueden ser perfeccion­adas regularmen­te a través de la carrera.

El autor es periodista y diplomátic­o

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