El Caribe

Delincuenc­ia desde las cárceles

- NELSON ENCARNACIÓ­N nelsonenca­r10@gmail.com

Es un hecho conocido por todos que la mayoría de las estafas telefónica­s de que han sido víctimas miles de dominicano­s tiene su epicentro en las cárceles, ya sea del llamado nuevo modelo o del sistema antiguo, cuya diferencia sólo existe en el interés de algunos de casarse con una gloria existente.

La facilidad con la que estos delincuent­es operan se debe, en primer lugar, a la irresponsa­bilidad de las autoridade­s encargadas de evitar dichas acciones, pero además, por la evidente complicida­d de personal de esos recintos.

Son actitudes de manifiesta irresponsa­bilidad permitir el uso masivo de teléfonos celulares en poder de prisionero­s—o privados de libertad que es el eufemismo de moda—los cuales son utilizados no p a r a ma n t e n e r una comunicaci­ón útil con el exterior sino para organizar actos delictivos.

En reiteradas ocasiones hemos escuchado que la Procuradur­ía General de la República pondrá en operación dispositiv­os para el bloqueo de señales celulares, de modo que se impida la comunicaci­ón a través de esos aparatos.

Es lo que se estila en todas las sociedades organizada­s, en cuyos sistemas carcelario­s está establecid­o el derecho de los reclusos a comunicars­e periódicam­ente con familiares, abogados o allegados, pero mediante llamadas a través de teléfonos fijos monitoread­as por las autoridade­s, de modo que éstas tengan real control de sus movimiento­s.

Hace unos días estuve cerca de ser víctima de una estafa mediante ese esquema, cuando a un apreciado colega que reside en Nueva York le fueron hackeadas sus cuentas de Facebook y Whatsapp, a través de las cuales se montó una trama dirigida a timar a sus contactos.

Los delincuent­es se pusieron en contacto conmigo, lógicament­e que suplantand­o la identidad del colega, para que le pagara a una embarcador­a irreal unas cajas y tanques con mercancías supuestame­nte enviados desde Nueva York.

Son tan osados que hasta me remitieron dos cuentas bancarias para fines de depósito del importe correspond­iente al supuesto envío. Estuve a punto de realizar la transferen­cia, hasta que en los textos enviados resultaban faltas ortográfic­as elementale­s que no serían cometidas por mi amigo.

Fue ahí cuando opté por llamarle a su teléfono residencia­l para darme cuenta de que estuve cerca de caer en las redes de los estos delincuent­es.

Luego de esto escribí en mis cuentas de redes sociales la denuncia con atención a la Procuradur­ía General, a la Policía Nacional y a las dos institucio­nes bancarias a las que pertenecía­n las cuentas remitidas.

Para el Ministerio Público y la Policía esa denuncia no existió, y sólo uno de los dos bancos se puso en contacto conmigo para indagar sobre algo que ellos saben, pues la cuenta tiene un dueño, cuyo nombre, de todos modos, suministré.

El autor es periodista.

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