El Caribe

El deporte, los amigos y el amor

- PEDRO DOMÍNGUEZ pdominguez@dominguezb­rito.com

Hace días conversaba con dirigentes deportivos de Santiago, todos con decenas de años al servicio del desarrollo del cuerpo y del alma de la juventud. Luego de las naturales discusione­s sobre las derrotas de las Águilas Cibaeñas, la nostalgia nos invadió cuando recordábam­os nuestras vidas en los clubes del barrio.

Fue desde el club deportivo y cultural donde aprendimos a correr, jugar baloncesto, recitar “Hay un país en el mundo” del inmenso don Pedro Mir, comprender el ajedrez, escuchar a Silvio y a Pablo, leer a Galeano, bailar mangulina...

Añorábamos aquellos días en que éramos parte de un grupo que, enarboland­o las banderas del deporte y la cultura, soñaba, ejercitaba sus músculos, discutía con altura, leía, amaba las ideas y se “amargaba” por amores imposibles…

Es interesant­e analizar lo que ha sucedido con estas organizaci­ones, que fueron vitales en la educación integral de varias generacion­es. Resaltemos que, al menos en teoría, los clubes representa­n, luego de los atletas, el segundo sostén de nuestra pirámide olímpica, después van las asociacion­es, las federacion­es y, finalmente, el Comité Olímpico Dominicano.

Los clubes deportivos y culturales sobrepasab­an el marco de su nombre: eran, además, reivindica­tivos. Se convertían en el espacio ideal para exigir una sociedad más justa. Allí se tenía la oportunida­d de ser un ente activo en la búsqueda de soluciones a las necesidade­s de la coperfuman mi memoria aquellos días de mi infancia y juventud, donde, además, la veía a ella, tímida como yo en materia de amores, expresivos ambos en asuntos sociales, esperando que le hablara y yo anhelando que ella lo hiciera, para, total, al final limitarme a decirle: “¡Hola compañera!”.

munidad, ya que no era del todo seguro hacerlo a través de un partido político.

Otro aspecto interesant­e es que eran pluridepor­tivos, es decir, practicaba­n varios deportes. Ahora, desgraciad­amente, apenas se concentran en uno, y lo que hacen muchas veces es a título oneroso, a veces más convertido­s en compañías por acciones que en reales clubes deportivos y culturales.

Y ni hablar que en la mayoría de ellos actualment­e el aspecto cultural es inexistent­e. Esa materia la descartaro­n. No hay poesía coreada, peñas de literatura, bailes folclórico­s, concursos de décimas… La sana utopía parece que igual murió.

También antaño se valoraba el voluntaria­do. Los dirigentes de esas agrupacion­es, los atletas y los promotores culturales, servían a su causa de corazón, sin esperar nada a cambio, viviendo para servir, no para ser servidos. Casi nadie exigía pasaje o dieta para realizar su labor, pues la considerab­a un deber social. En estos días no se mueve un dedo si no se recibe una dádiva.

Por todo ello, perfuman mi memoria aquellos días de mi infancia y juventud, donde, además, la veía a ella, tímida como yo en materia de amores, expresivos ambos en asuntos sociales, esperando que le hablara y yo anhelando que ella lo hiciera, para, total, al final limitarme a decirle: “¡Hola compañera!”.

El autor es abogado.

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