El Caribe

Desde La Habana IV

- LILIAN CARRASCO lilycarras­cor@hotmail.com

Muy cerca de la Plaza de Armas, se encuentra la Plaza de la Catedral, la cual nos acoge con su impresiona­nte fachada barroca, del sencillo y a su vez majestuoso templo, así como las magníficas representa­ciones en el interior de la Catedral del pintor francés, Jean Batiste Vermay, quien fuera fundador de la Academia de Pintura y Dibujo de San Alejandro y autor de los lienzos en El Templete.

Son numerosos los acontecimi­entos que se han suscitado alrededor de este benigno espacio colonial, el cual acoge en su centro, de vez en vez, elegantes banquetes, entre las edificacio­nes de lo que fuera la casa de Don Luis Chacón o Conde de Casa Bayona, así como el Palacio del Marqués de Aguas Claras y el Palacio o Casa del Conde de Casa Lombillo y también de la Casa del Marqués de Arcos.

Muy cerca de la Catedral, hay que detenerse en el Callejón del Chorro, posiblemen­te la calle más corta en toda la Habana Vieja, al fondo de este entramado relleno de adoquines, nos recibe el Taller Experiment­al de Gráfica, donde más de una vez pasé a observar el proceso del grabado siendo estudiante de Historia del Arte en la Universida­d de La Habana y, por qué no, esperar a que quedaran algunas tiradas de más para poderlas adquirir a menor costo y, muchas veces como regalo.

El callejón debe su nombre a que, en tiempos de la colonia, los pobladores solían recurrir a esta parte de la ciudad para abastecers­e de agua, aprovechan­do los manantiale­s que corría por este lugar. Son numerosos los establecim­ientos que se conservan en este pequeño tramo, desde bares, restaurant­es, dulcerías, todo con el fin de complacer los más variados paladares.

Paralelo al callejón, está la calle Empedrado, donde se sitúa un verdadero punto comercial. Y es que las bodegas en Cuba solían ubicarse en las esquinas, pero a alguien se le ocurrió colocar un negocio de esta especie justo en medio de una cuadra, de ahí la famosa: “Bodeguita del Medio”, que, cuando pasó a ser barrestaur­ante, atinadamen­te decidieron conservar el nombre.

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