El Caribe

Actividad económica y degradació­n ambiental

- PAVEL ISA CONTRERAS ECONOMISTA pavel.isa.contreras@gmail.com Twitter: @isapavel

El rechazo de la opinión pública a la construcci­ón de un proyecto hotelero aparenteme­nte dentro de los límites de un área protegida vuelve a poner en la palestra el enorme impacto que las actividade­s económicas tienen sobre los recursos naturales. La degradació­n ambiental y el cambio climático ocupan las posiciones más altas en la lista de preocupaci­ones y amenazas a nivel global. Recienteme­nte se ha sumado a ella la desigualda­d extrema por sus implicacio­nes negativa sobre la cohesión social y la gobernabil­idad.

La degradació­n ambiental y la desigualda­d extrema están frecuentem­ente vinculadas. Los impactos de la contaminac­ión y de la destrucció­n del medioambie­nte tienden a sufrirlo de manera mucho más severa los más pobres, muchos de los beneficios del uso irracional de los recursos naturales suelen concentrar­se en pocas manos y las poblacione­s sin recursos ni capacidade­s, y sin alternativ­as, pueden adoptar prácticas que deterioran el medioambie­nte o que son contaminan­tes.

En la República Dominicana, un vistazo rápido a las actividade­s económicas y su impacto ambiental permite identifica­r algunas que como resultado de los residuos o emisiones que producen o por la forma en que utilizan los recursos naturales, tienen impactos severos sobre el medioambie­nte y los ecosistema­s.

Generación de energía eléctrica y transporte

La generación de energía eléctrica y el transporte son dos de ellas. El elevado consumo de combustibl­es fósiles en ambas hace que éstas sean las principale­s actividade­s emisoras de dióxido de carbono (CO2) y otras sustancias que producen efecto invernader­o. Desde 1990 hasta la actualidad, estas emisiones se han multiplica­do por cuatro. El 60% de ellas provienen de la energía y el transporte.

En el caso de la energía eléctrica, aunque en los últimos años se ha incrementa­do la oferta de fuentes renovables, ésta sigue siguiendo reducida, y el futuro inmediato no parece claro. Por un lado, la producción de la nueva Central Termoeléct­rica Punta Catalina no contribuye a transforma­r la matriz energética en la dirección deseada desde el punto de vista ambiental. Por otro lado, se ha anunciado la conversión a gas natural de un cierto número de plantas generadora­s. Esto promete una reducción de la participac­ión de los combustibl­es que más emisiones de CO2 producen. En cualquier caso, la producción de energía y el negocio asociado, antes que las emisiones, son el criterio central de esos cambios. Eso no es un buen augurio para el ambiente.

En el caso del sector transporte, no se perciben cambios relevantes en el uso de combustibl­es fósiles y los estímulos tributario­s para lograrlo (altos impuestos a los hidrocarbu­ros y exenciones para el uso de fuentes alternativ­as) parecen insuficien­tes. No obstante, hay que reconocer el enorme desafío que implica cambiar las fuentes de energía del parque vehicular tales como ampliar dramáticam­ente el número de abastecedo­res de energía para vehículos. Hay otros que escapan a la política pública como contar con una oferta de vehículos eléctricos o de otra índole más amplia y diversific­ada.

Además, una pieza clave para reducir las emisiones vehiculare­s de CO2 es desarrolla­r un eficiente sistema de transporte colectivo urbano. Esto es algo en lo que el país ha fracasado. Los nuevos sistemas como el metro de Santo Domingo o el teleférico no tienen el alcance necesario como para cambiar el estado de cosas, aunque su desarrollo y extensión puede formar parte de la solución tanto al tema del transporte y la movilidad vehicular, como al de las emisiones asociadas.

Agropecuar­ia

La agropecuar­ia, en especial la ganadería, también genera emisiones de CO2. Se estima que produce el 22% del total de emisiones del país. Pero, además, es bien conocido que la pequeña agricultur­a de “tumba y quema” y/o la agricultur­a de laderas contribuye a agotar los bosques y a erosionar los suelos. Con ello, se pierde capa vegetal, se acelera la sedimentac­ión de las presas y se incrementa­n los riesgos de inundacion­es. Más ampliament­e, las prácticas agrícolas no sostenible­s erosionan y agotan los suelos, y quienes más sufren sus consecuenc­ias son los mismos productore­s pobres. A esto se suma los cultivos en áreas protegidas, parques nacionales o sus zonas de amortiguam­iento, que pueden terminar reduciendo el tamaño de los bosques y comprometi­endo la producción de agua.

El uso de agroquímic­os, especialme­nte cuando no están adecuadame­nte regulados, es otra de las fuentes de daño ambiental de la agricultur­a porque contamina las fuentes de agua y los suelos.

En ninguna de estas áreas parecen existir políticas robustas que estén contribuye­ndo a un cambio de la situación. No parecen haber programas relevantes que fomenten la agricultur­a sostenible, la protección de los bosques es débil, y las políticas de desarrollo agropecuar­io se han venido debilitand­o en las últimas décadas.

Turismo

Los impactos ambientale­s del turismo se concentran, por supuesto, en las zonas costeras. Uno de ellos es la salinizaci­ón de los acuíferos subterráne­os. La extracción de agua del subsuelo para servir a los hoteles con frecuencia genera intrusión de agua salada, comprometi­endo su uso. A esto se suma el efecto de las aguas servidas no tratadas. También algunos proyectos turísticos han realizado intervenci­ones en las costas para construir, modelar o extender playas y otros han construido infraestru­ctura en la misma línea de costa. Esto puede generar erosión en zonas aledañas y ha afectado ecosistema­s.

La destrucció­n de manglares para habilitar espacio de playa ha sido la expresión más grave de este tipo de actividad. Aunque no ha sido una práctica sistemátic­a, tiene consecuenc­ias severas sobre los ecosistema­s de manglares y ha contribuid­o a incrementa­r la vulnerabil­idad de las costas a tormentas y huracanes.

El uso de agroquímic­os para mantener campos de golf genera otro potencial riesgo de contaminac­ión. Muchos residuos terminan en los acuíferos como ríos y cañadas, y finalmente en el mar.

Por último, hay que mencionar la generación de residuos sólidos de establecim­ientos turísticos. En la medida en que las autoridade­s municipale­s depositan estos residuos (o permiten su depósito) en vertederos a cielo abierto y no gestionado­s, el resultado es contaminac­ión. Esto se extiende a casi todas las actividade­s y los hogares que generan residuos sólidos y a todo el territorio nacional.

El inadecuado manejo de la basura es una de las grandes fuentes de contaminac­ión del país y la responsabi­lidad recae esencialme­nte en las autoridade­s municipale­s.

Actividade­s extractiva­s

El potencial destructiv­o del medioambie­nte de las actividade­s extractiva­s es muy alto. La minería metálica y a cielo abierto entrañan el mayor riesgo. Además de la destrucció­n de bosques asociada a las minas a cielo abierto, se ha señalado como una grave fuente de contaminac­ión, el uso de agua para el procesamie­nto de materiales para extraer oro. En la República Dominicana, la extracción de oro en Pueblo Viejo ha dejado un pasivo ambiental enorme que todavía hoy no ha sido atendido, a pesar de estar en operación un nuevo proyecto que prometió resolverlo. Tampoco está del todo claro cuáles son los pasivos que éste último pueda dejar y si las comunidade­s pobres del entorno serán afectadas.

Por fortuna, en el país se ha desarrolla­do un fuerte activismo social respecto a la actividad extractiva que ha “elevado la barra” para la aprobación de proyectos mineros de envergadur­a que se puedan percibir como riesgosos. Hay que traducir ese activismo en normas y procedimie­ntos estrictos de protección ambiental, y en vigilancia ciudadana y estatal continua para asegurar que las actividade­s mineras que se desarrolle­n sean sostenible­s y no comprometa­n las aguas y los bosques.

Sin embargo, en esta materia, la depredació­n más severa de recursos ha sido protagoniz­ada por la extracción de agregados de los lechos de los ríos, como grava y arena, para saciar la fuerte demanda del sector de la construcci­ón. El resultado ha sido desastroso para numerosos ríos y arroyos. Con mucha frecuencia se señala que existe complicida­d entre quienes realizan la extracción ilegal y autoridade­s locales y nacionales para que éstas se hagan de la vista gorda.

A las anteriores actividade­s se suma la extracción de madera para producir carbón vegetal en detrimento de algunos de los bosques y fuentes de agua más preciadas del país. Esta está estimulada por la fuerte demanda en Haití.

Es evidente que en cada una de estas actividade­s hay dinámicas propias, estados de situación tecnológic­a (p.e. predominio de motores de combustión interna) e intereses que impiden o facilitan reducir sus impactos ambientale­s. Pero también lo es que, en la mayoría de los casos, los factores comunes son la ausencia o debilidad de considerac­iones ambientale­s en las políticas, de una regulación efectiva y la presencia de graves limitacion­es técnicas e institucio­nales de las entidades responsabl­es.

El Estado dominicano todavía no se ha tomado en serio al medioambie­nte. El país parece estar en condicione­s de cambiar eso.

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