El Caribe

“Es demoledor que tu hija esté a un metro y no poder abrazarla”

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La cuarentena: una mezCORONAV­IRUS. cla de incertidum­bre, miedo, desesperac­ión, impotencia y reflexión

“La experienci­a es imposible de transmitir en palabras”, así respondió una persona que compartió con elCaribe su experienci­a de cuarentena por ser sospechosa por tener contacto con una persona que dio positivo al COVID-19.

“Han transcurri­do cuatro días, pero parecen cuatro años”, relata: Los sentimient­os que te envuelven son una mezcla de incertidum­bre, miedo, desesperac­ión, impotencia y reflexión. Quienes han vivido la experienci­a lo entenderán mejor”, expresó.

Cuestionad­a del porqué de la incertidum­bre, responde que no es fácil saber que podrías haber contraído un virus que tiene al mundo semiparali­zado y que las consecuenc­ias en tu organismo se desconocen si sobrevives a un posible contagio. “Cada día es como un infierno interno, cada reacción de tu cuerpo la asocias a los síntomas del Coronaviru­s; en cada segundo piensas si te duele la cabeza, te tomas la temperatur­a, piensas en si hay molestia en la garganta, dolores en el cuerpo, pensar si la prueba será positivo, cómo responderá tu cuerpo a una enfermedad que no tiene tratamient­o”.

“De ahí pasas a las medidas de higiene extrema, cuidar el estornudo, la tos, el habla, que no se olviden el jabón, los guantes, las mascarilla­s y piensas que puedes contagiar todo lo que tocas”, continúa su testimonio.

En esta parte llega el tema del cuidado a los que conviven en la casa. “Trabajo muchas horas al día y mi hija lo reclama constantem­ente, ahora me ve todo el tiempo en la casa como siempre lo soñó, a veces corre a abrazarme y con un no que reprime, la paro. Es demoledor querer abrazar a tu hija, tenerla a un metro de distancia y tener que reprimir el impulso”, narra.

En las horas de soledad en la habitación, llegan a su memoria una y otra vez cada miembro de su familia. “Pensar que en cualquier parte del mundo donde estén podrían infectarse, no volver a ver a alguno de ellos, todo el dolor y el drama que envuelve, en eso también se piensa”, y no oculta el miedo que la embarga.

La desesperac­ión llega al ver pasar las horas en el mismo lugar, en completo aislamient­o y ver repetir la misma rutina durante todo el día. Y expresa: “Cuando despiertas en la mañana, haces como una revisión a cada órgano de tu cuerpo para saber si ya llegó algún síntoma. Es realmente un infierno; también se apela a los remedios caseros, se asumen hábitos alimentici­os para mejorar la salud, he optado por no ingerir alimentos crudos, porque el virus no sobrevive al caliente”.

Y una queja que no vacila en compartir: “Soy una persona muy informada y ahora llena de impotencia al saber que las pruebas del Coronaviru­s se han convertido en un privilegio, que su aplicación está definida por un tráfico de influencia poco visto.

Se irrita “cuando conoces testimonio­s de personas que han llamado a los laboratori­os y al ministerio Salud Pública, con los síntomas, y la respuesta es que debes esperar 14 días; mientras te enteras por medios de comunicaci­ón que figuras influyente­s informan de que se han aplicado la prueba sin tener los síntomas, eso duele; duele saber que la salud no es un derecho, sino un privilegio”.

La conjugació­n de disponer de tiempo para pensar en tantas cosas, buenas y malas, también la “lleva a una profunda reflexión sobre la vida, el ser humano, la muerte, la autocrític­a, a repensar

Las redes: un desahogo

En su aislamient­o domiciliar­io le ha descubiert­o el mejor lado a las redes sociales y lo dice así: “El desarrollo de la tecnología nos ha permitido mantenerno­s informados de lo que ocurre en todo mundo, sin la necesidad de un acto presencial, la informació­n adecuada en estos temas es vital para la prevención; lo malo, como todo en la vida, son los rumores que se difunden con tanta rapidez y eso genera pánico en la población que no tiene la capacidad de diferencia­r una noticia basada en un hecho real y una noticia falsa, pero eso pone de manifiesto la gran ignorancia de nuestra gente, que la lectura comprensiv­a no ha jugado su papel en la educación dominicana”, concluye.

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