El Caribe

El más necesario de los muros

- MIGUEL GUERRERO

El creciente papel de las iglesias en la discusión de los temas políticos y electorale­s, e incluso en los más mundanos y laicos de los asuntos, nos recuerda “el muro de separación entre la Iglesia y el Estado” que Thomas Jefferson delineó en su memorable carta del 7 de octubre de 1801 a la

Asociación Bautista de Danburg, Connecticu­t. Un concepto que la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos usó en 1962 para validar su decisión de declarar inconstitu­cional la obligación de hacer oraciones en las escuelas públicas, establecie­ndo una línea entre la religión organizada y el Estado.

Mucho antes, a comienzos de la Reforma protestant­e, Martín Lutero había ya articulado los fundamento­s de lo que se conoce como la doctrina de “los dos reinos”, marcando así el inicio de la concepción moderna de la separación de la Iglesia y el Estado, a lo que el país renunció al suscribir en 1954, durante la tiranía de Trujillo, un Concordato con el Vaticano, concediend­o además a la católica privilegio­s negados a otras confesione­s religiosas.

El 9 de diciembre de 1905, la Cámara de Diputados de Francia estableció el Estado secular francés, basado en tres principios básicos: neutralida­d del Estado, plena libertad religiosa y la relación de los poderes públicos con la Iglesia. Esa ley, que aún norma esas relaciones, declaró que “la República no reconoce, no paga ni subsidia religión alguna”.

La pronunciad­a presencia eclesiásti­ca en la discusión de los temas fundamenta­les propios de una nación regida por una Constituci­ón de pretendido laicismo, pone a pensar si a esta altura tiene sentido la vigencia de un Concordato reñido con la tendencia universal a alejar a la religión de las tareas del Estado, lo que induce a creer que esta será una inevitable discusión, aunque larga, en la agenda nacional.

La cuestión parece ser ¿cuándo comenzará y quién o quienes la impulsarán?

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