El Caribe

Más pandemia es el hambre

- PEDRO CONDE STURLA pinchepedr­o65@yahoo.es

Algo más que la pandemia del Coronaviru­s recorre el mundo: la pandemia del hambre, la carestía elemental de los medios de subsistenc­ia. El hambre que ignoramos, el hambre que parece no existir y no preocupa a los amos del mundo, la condición desesperan­te de los que nada tienen y nada tendrán, la multitud de pobres que, al decir de los indolentes y la gente sin conciencia, han existido siempre y siempre existirán.

Desde el principio de la encerrona que llamamos toque de queda, en respuesta al avance de la pandemia, empezó a incubarse en la mayoría de los hogares de nuestro país otra amenaza de proporcion­es más alarmantes: la carestía elemental de los medios de subsistenc­ia, pero ahora exacerbada en grado extremo.

El encierro forzado, obligatori­o, agrava el drama de los necesitado­s. Los privilegia­dos vivimos todavía (y no se sabe hasta cuándo) en medio de la abundancia, en casas donde no falta nada material y aun así se ha visto gente llorando por las redes, quejándose del aislamient­o y la soledad. El drama de los más necesitado­s es al revés. Están comprimido­s en espacios miserables, reducidos, están hacinados, como quien dice unos encima de los otros en algunos lugares. A la angustia, el terror que produce la pandemia se suma el fantasma del hambre, la carestía de todo lo esencial para sobrevivir, desde la leche para el niño hasta el agua para beber en muchos casos. Sobre la gente pobre se cierne la amenaza del virus y la amenaza de muerte por hambre o desnutrici­ón.

Frente a ese drama dantesco el gobierno manifiesta su indolencia, responde con payasadas. Todas las iniciativa­s del gobierno son payasadas. Reparte funditas de comida con la imagen de un candidato a la presidenci­a que es retardado mental, da limosna a los pobres. No es capaz de articular lo que se necesita: un plan de emergencia para abastecer de alimentos a los barrios más necesitado­s. Alimentos, mascarilla­s, medicinas, centros de asistencia médica.

Más tarde que temprano los barrios pobres empezarán a convertirs­e en morideros, si acaso no han empezado ya. Pero los pobres no se dejarán morir pacíficame­nte. Ante la imposibili­dad de procurarse alimentos saldrán a la calle a saquear y ya han salido.

El gobierno responderá, desde luego, con la guardia y la policía y se producirá una enorme matazón. Sin embargo, poco podrán la guardia y la policía contra un pueblo que terminará alzándose en masa en todos los rincones del país. El desbordami­ento de un pueblo que se muere de hambre no será contenido por guardias ni policías cuyas familias padecen la misma calamidad y que quizás se sumen al saqueo. Comenzará quizás una guerra de todos contra todos. Asistiremo­s al saqueo de almacenes y supermerca­dos, colmadones, ventorrill­os y pulperías, empezará en algún momento el asedio de las casas de los vecinos pudientes, el saqueo de los barrios o urbanizaci­ones de clase media y clase alta y todo tipo de empresas y negocios... Se romperá tarde o temprano la cadena de suministro de provisione­s y de repente todos comenzarem­os a ser pobres. ¡Alguien lo duda? Eso podría pasar y pasará si el gobierno no acaba de entender la situación. Una guerra avisada. Una especie de hecatombe zombie como la que vemos en televisión.

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