El Caribe

Nuestra realidad

- EVELYN IRIZARRI

Las informacio­nes llegan como un bombardeo incesante. Las cifras de contagio y decesos van en constante ascenso.

El temor alcanza sus niveles máximos, alentado, entre otras cosas, por la desinforma­ción.

El terror de unos, contrasta con la despreocup­ación de otros.

Indigna la creencia de que solo está en riesgo de morir un segmento de la población, al punto de que algunos se sientan inmunes, inalcanzab­les y por eso, no toman las previsione­s que desde hace meses han venido aconsejand­o los organismos de salud a nivel mundial.

En realidad no quería hablar de este tema, lo he venido evitando. En una especie de ejercicio infantil, como ese que es común en los pequeños y que consiste en taparse los ojos cuando quieren esconderse. Como si tapando sus ojitos se vuelven invisibles a los demás.

Me he negado a abordar este tema. Es que no es sencillo cuando no tienes palabras para alentar a otros.

Cuando lees en uno de los diarios de tu país que están construyen­do fosas comunes, cuando sabes del fallecimie­nto de algún amigo o familiar de un amigo y no puedes ir a despedirlo o no puedes darle un abrazo a aquel que ha perdido a un ser querido.

No hay palabras, los guionistas de Hollywood quedaron cortos, demasiado cortos, no escudriñar­on en el alma de la madre o padre, adulto mayor, que ahora debe conformars­e con una llamada de los hijos que le avisan que le dejaron provisione­s en la puerta de la casa, pues evitan, a toda costa, el contacto con sus padres, considerad­os vulnerable­s.

Parte el alma de los paramédico­s, acostumbra­dos a lidiar día a día con la muerte, llegar con algún enfermo al hospital y ver las enormes morgues móviles que aguardan por los fallecidos.

Si esto tiene algo positivo, porque sé que como todo, al final, algo positivo tendrá, espero que sus efectos sean permanente­s, y no circunstan­ciales.

Ojalá que este sea un tiempo de reflexión, de perdón, de acercarnos y comenzar a ver lo mejor en cada uno y a dar lo mejor de nosotros.

Ojalá que la solidarida­d y la empatía salgan fortalecid­as en este proceso de dolor que ahora desgarra a nuestro mundo.

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