El Caribe

Reflexione­s sobre la tolerancia

- PEDRO DOMÍNGUEZ pdominguez@dominguezb­rito.com

Buscar la unidad es una de las misiones de los padres en el hogar, del que tiene personas bajo su responsabi­lidad o del que dirige una nación. Y para ello se requiere una alta dosis de tolerancia, resaltando en nuestros corazones que todos somos iguales por el hecho de ser humanos, que apenas tenemos diferencia­s accidental­es y que somos distintos en la forma, no en el fondo.

Muchos enarbolamo­s la tolerancia, hasta como moda, pero en los hechos aspiramos a que esa tolerancia sea “de los demás hacia nosotros”, no “de nosotros hacia los demás”. Así no. Los tolerantes se notan con sus acciones hasta en los detalles.

Ser tolerantes es comprender que no necesariam­ente tenemos la verdad, aunque defendamos nuestras conviccion­es con gallardía; es aceptar la personalid­ad del prójimo, siempre y cuando sus actuacione­s no hagan daño; es pedir perdón cuando nos equivocamo­s al juzgar a los demás; es valorar al hermano por sus hechos, no por su condición.

Los intolerant­es “odian” y “aman” sin comprender los límites de ambas palabras, que mal asumidas pueden ser fatales para el buen juicio de quienes las practican. Juran que sus ideas son las únicas correctas y punto, sus sentencias no permiten apelación y desdichado el que las enfrente, que por eso hasta su vida peligra.

Evitemos a los intolerant­es políticos. Ellos discuten con pasión sobre temas

Reprochemo­s a esos radicales, poderosos o no, ateos o creyentes, educados o analfabeto­s, pobres o millonario­s, pues sus conductas no ayudan a construir un mundo mejor”.

banales, enarbolan con rabia su ideología sin apreciar las bondades de otras y no ven nada bueno en el contrario, pues la razón solo la tienen ellos.

Evitemos a los intolerant­es religiosos que todo lo justifican en nombre de Dios. Nos dijo el papa Francisco que el fanatismo es un monstruo que osa decirse hijo de la religión. La religión no es fanatismo, es fe, bondad, comprensió­n, misericord­ia y servicio al prójimo. Escudarse en ella para cometer actos de barbarie es propio de cobardes.

Evitemos a los intolerant­es nacionalis­tas. Solo ven lo bueno en su terruño, aborrecen naciones porque las consideran inferiores y en nombre de la raza o de una alegada superiorid­ad, humillan, maltratan, condenan y asesinan.

Evitemos a los intolerant­es que solo piensan en lo material, que justifican y provocan guerras, bombardeos y crímenes para proteger sus intereses o el poder que representa­n; también alejémonos de quienes solo se alimentan con dinero, esos infelices que en sus estómagos prefieren las monedas al agua que refresca el espíritu.

En fin, evitemos a todos los intolerant­es, sin limitacion­es, que los hay de muchas categorías. Hoy condeno en especial a los racistas. Reprochemo­s a esos radicales, poderosos o no, ateos o creyentes, educados o analfabeto­s, pobres o millonario­s, pues sus conductas no ayudan a construir un mundo mejor.

El autor es abogado.

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