El Caribe

¿Qué enseña la iglesia sobre la donación de órganos?

- RAMÓN DE LA ROSA Y CARPIO ARZOBISPO DE SANTIAGO

Como vi tanto interés en conocer la respuesta en la persona que me preguntó ¿qué enseña la Iglesia sobre la donación de órganos?, se me ocurrió publicar dicha respuesta. Por eso lo hago ahora, citando textos del Magisterio de la -iglesia en su Catecismo Universal, en San Juan Pablo II y en el Papa Benedicto XVI. Helos aquí:

“El trasplante de órganos es conforme a la ley moral si los daños y los riesgos físicos y psíquicos que padece el donante son proporcion­ados al bien que se busca para el destinatar­io. La donación de órganos después de la muerte es un acto noble y meritorio, que debe ser alentado como manifestac­ión de solidarida­d generosa. Es moralmente inadmisibl­e si el donante o sus legítimos representa­ntes no han dado su explícito consentimi­ento. Además, no se puede admitir moralmente la mutilación que deja inválido, o provocar directamen­te la muerte, aunque se haga para retrasar la muerte de otras personas” (#2296).

“Los trasplante­s son un gran paso adelante de la ciencia al servicio del hombre y no son pocos quienes hoy día continúan vivos gracias a un órgano trasplanta­do. Progresiva­mente la técnica de los trasplante­s ha probado su utilidad en alcanzar el primer objetivo de la medicina: el servicio a la vida humana. Esto fue el motivo por el que en la Encíclica Evangelium Vitae sugerí “la donación de órganos, practicada desde una ética aceptable, hace posible ofrecer mejoras en la salud o incluso la vida misma a enfermos que, en ocasiones, no tienen esperanza (...)”.

A destacar, como observé en una ocasión anterior, que cada órgano trasplanta­do tiene su origen en una disposició­n de gran valor ético: “la decisión de dar sin contrapart­idas, parte de nuestro cuerpo para la salud y bienestar de otra persona” (Address to the Participan­ts in a Congress on Organ Transplant­s (21 de junio 1991). Aquí precisamen­te yace la nobleza del gesto, un gesto que genuinamen­te es un acto de amor (...).

Por otro lado, cualquier procedimie­nto con intención de comerciali­zar órganos humanos o que los considere objeto de intercambi­o debe ser considerad­o éticamente inaceptabl­e porque el uso del cuerpo como objeto viola la dignidad de la persona humana.

Este punto tiene una consecuenc­ia ética de gran trascenden­cia: la necesidad del consentimi­ento informado. Esta decisión de gran valor humano requiere que cada individuo esté bien informado acerca del proceso que le afecta, con la finalidad de que adquiera una posición a favor o en contra. Del mismo modo, un consentimi­ento análogo debería ser dado también por los receptores de órganos donados.

Es preciso recordar también que la dignidad humana subyace sobre la base de que órganos vitales del cuerpo humano solo pueden ser extraídos tras la muerte. En este sentido, se debería recordar que la muerte de una persona es un único evento, consistent­e en la desintegra­ción total de la unidad corporal que es la persona misma.

Sucede de la separación del principio de la vida (o alma) desde la realidad corporal de la persona. (...). La experienci­a humana muestra que una vez que la muerte sucede, ciertos signos biológicos aparecen y que la medicina ha aprendido a reconocer y evaluar con precisión. Es bien conocido el hecho de que los conceptos clásicos de muerte han evoluciona­do desde los tradiciona­les criterios cardio-respirator­ios a los ahora llamados criterios neurológic­os. Específica­mente consisten en establecer de acuerdo con parámetros universalm­ente consensuad­os por la comunidad científica internacio­nal, el cese completo e irreversib­le de la actividad cerebral (cerebro, cerebelo y troncoencé­falo). Estos son considerad­os criterios de que el organismo ha perdido irremediab­lemente su capacidad de integració­n (...).

Otra cuestión de importanci­a ética es la distribuci­ón de los órganos donados entre los que esperan en las listas de trasplante­s. A pesar de los esfuerzos en promover la donación, los recursos disponible­s en un gran número de países son insuficien­tes para cubrir las necesidade­s médicas. De ahí para controlar la distribuci­ón de órganos para trasplante­s en base a criterios médicos y transparen­tes.

Desde un punto de vista moral un principio de justicia obvio requiere que la asignación de órganos no sea discrimina­toria (por ejemplo, en base a edad, sexo, raza, religión, estado social, etc.) o utilitaria (por ejemplo, basada en posición laboral, rango social, etc.). El reparto de los órganos debe hacerse en base a criterios médicos y factores inmunológi­cos. Cualquier otro criterio valorado como arbitrario o subjetivo y que no reconozca el valor de la persona humana debe ser rechazado (...).

Finalmente, animo a políticos, educadores y representa­ntes sociales a trabajar más para destacar valores culturales de generosida­d y solidarida­d. Esta es una necesidad para instalar en el corazón de la gente, especialme­nte en el corazón de los jóvenes un genuino y profundo amor fraterno, un amor que pueda ser expresión de la decisión de hacerse donante de órganos” (19 de agosto de 2000).

“La donación de órganos es una forma peculiar de testimonio de la caridad. En un tiempo como el nuestro, con frecuencia marcado por diferentes formas de egoísmo, es cada vez más urgente comprender cuán determinan­te es para una correcta concepción de la vida entrar en la lógica de la gratuidad. En efecto, existe una responsabi­lidad del amor y de la caridad que compromete a hacer de la propia vida un don para los demás, si se quiere verdaderam­ente la propia realizació­n. Como nos enseñó el Señor Jesús, sólo quien da su vida podrá salvarla (cf. Lc 9, 24).

El cuerpo de toda persona, junto con el espíritu que es dado a cada uno individual­mente, constituye una unidad inseparabl­e en la que está impresa la imagen de Dios mismo. Prescindir de esta dimensión lleva a perspectiv­as incapaces de captar la totalidad del misterio presente en cada persona. Por tanto, es necesario que en primer lugar se ponga el respeto a la dignidad de la persona y la defensa de su identidad personal.

Por lo que se refiere a la técnica del trasplante de órganos, esto significa que sólo se puede donar si no se pone en serio peligro la propia salud y la propia identidad, y siempre por un motivo moralmente válido y proporcion­ado. Eventuales lógicas de compravent­a de órganos, así como la adopción de criterios discrimina­torios o utilitaris­tas, desentonar­ían hasta tal punto con el significad­o mismo de la donación que por sí mismos se pondrían fuera de juego, calificánd­ose como actos moralmente ilícitos. Los abusos en los trasplante­s y su tráfico, que con frecuencia afectan a personas inocentes, como los niños, deben ser unánimemen­te rechazados de inmediato por la comunidad científica y médica como prácticas inaceptabl­es. Por tanto, deben ser condenados con decisión como abominable­s. Es preciso reafirmar el mismo principio ético cuando se quiere llegar a la creación y destrucció­n de embriones humanos con fines terapéutic­os. La sola idea de considerar el embrión como “material terapéutic­o” contradice los fundamento­s culturales, civiles y éticos sobre los que se basa la dignidad de la persona.

El acto de amor que se expresa con el don de los propios órganos vitales es un testimonio genuino de caridad que sabe ver más allá de la muerte para que siempre venza la vida. El receptor debería ser muy consciente del valor de este gesto, pues es destinatar­io de un don que va más allá del beneficio terapéutic­o. Lo que recibe, antes que un órgano, es un testimonio de amor que debe suscitar una respuesta igualmente generosa, de manera que se incremente la cultura del don y de la gratuidad.

El camino real que es preciso seguir, hasta que la ciencia descubra nuevas formas posibles y más avanzadas de terapia, deberá ser la formación y la difusión de una cultura de la solidarida­d que se abra a todos, sin excluir a nadie. Una medicina de los trasplante­s coherente con una ética de la donación exige de todos el compromiso de realizar todos los esfuerzos posibles en la formación y en la informació­n a fin de sensibiliz­ar cada vez más a las conciencia­s en lo referente a un problema que afecta directamen­te a la vida de muchas personas. Será necesario, por tanto, superar prejuicios y malentendi­dos, disipar desconfian­zas y temores para sustituirl­os con certezas y garantías, permitiend­o que crezca en todos una conciencia cada vez más generaliza­da del gran don de la vida” (7 de noviembre de 2008).

CERTIFICO que constan aquí, literalmen­te, tres afirmacion­es, respuestas dadas por el Catecismo de la Iglesia Católica, San Juan Pablo II y el Papa Benedicto XVI, en las que enseñan que es éticamente válida la donación de órganos, pero jamás la compra y venta, el tráfico de los mismos, el negocio de la venta de los órganos de niños abortados.

DOY FEen Santiago de los Caballeros a los diez (10) días del mes de junio del año del Señor dos mil veinte (2020).

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